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El Hombre del Tren

El nuevo año le encontró sentado en el asiento de un tren, rumbo a un lugar donde nunca antes imaginó que iría

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7 mins
Arte De No Saber
Imagen de Jill Wellington

El nuevo año le encontró sentado en el asiento de un tren, rumbo a un lugar donde nunca antes imaginó que iría. Tenía bastante tiempo para pensar. Mientras miraba fascinado por la ventana cómo iban sucediéndose los paisajes uno tras otro, pasaban también sus recuerdos.

A su lado, una mujer le saludaba, como deseando una amena conversación durante el viaje. A ella le gustaban las historias, le encantaba imaginar las vidas diferentes a la suya. Así se inmunizaba contra la equivocada percepción de que la única vida posible es la de uno mismo. El, en cambio, hubiera preferido la calma del silencio y los paisajes de su memoria. Estaba acostumbrado a vivir en su propio mundo, y no parecía demasiado interesado en los demás. Pero esta vez quería ser amable y accedió al encuentro, más bien tenso y haciendo acopio de un arsenal de frases de cajón, hablando del clima, del nuevo año, del que pasó, y de otros asuntos de mayor o menor importancia, en todo caso, sin ninguna intención de implicarse en la conversación. La mujer, inicialmente percibida por él como una incómoda charlatana, esperó pacientemente, pues adivinaba en su mirada una necesidad inmensa de comunicar algo que ella no sabía definir. Entonces esperó, simplemente esperó.

Pasaron nuevos silencios, infinitos paisajes en la ventana y pocas frases más, típicas de dos desconocidos que se encuentran en los asientos contiguos de un tren, hasta que por fin se rompió el hielo y él empezó a hablar de sí mismo, casi sin darse cuenta. Mientras ponía al tanto a su compañera de viaje sobre sus orígenes, intereses, vidas y milagros, llegaron a su memoria recuerdos de la mujer con quien había compartido sus últimos años, cuando la conoció, cuando decidieron vivir juntos, cuando empezaron a distanciarse, cuando ella le dejó, alegando su poca capacidad para hacerla feliz.

… Y se fue de la noche a la mañana sin dar más explicaciones. No pude retenerla, pese a lo acostumbrado que estaba a su presencia, y a no recordar cómo se vivía en soledad. Pero ahora, mientras miraba por la ventana, no sé si usted lo ha visto… yo sonreía, incluso agradecido, porque fue a partir de entonces cuando le di la vuelta al tiempo y retomé el contacto con mi vida.¿Comprende lo que digo? ¿Le ha sucedido alguna vez?

Se quedó en silencio unos segundos, como queriendo medir la capacidad de su interlocutora para escuchar confidencias más comprometidas. Parecía posible, entonces continuó:

… A veces me descubro enumerando las muchas otras posibilidades que tuve, a las que renuncié, tal vez por cobardía. Cuando me dejo llevar y mando de paseo a la censura, me doy cuenta… y no puedo evitarlo… ¿Cómo se lo explico?… Sí! lo que más me gusta imaginar es el encuentro de dos hombres compartiendo amor, sexo y vidas sin prejuicios, sin culpas, sin miedos… disfrutando de un placer sin límites.

Pasaron pocos segundos después de confesar a la mujer del lado el torbellino interno que sentía cada vez que observaba los cuerpos sensuales de desconocidos que transitaban por las calles, cuando sintió un pánico que le paralizó por un buen rato. Era la primera vez que desnudaba sus más secretos deseos. Sus manos, sus piernas, todo su cuerpo temblaba, anticipando situaciones que le dejaban perplejo y que no sabía cómo iba a afrontar pero que, a la vez, le atraían intensamente. Si no fuera por esa atracción, y por el genuino respeto que le transmitió la mujer que le escuchaba, hubiera bajado en la próxima parada para tomar el tren de vuelta y regresar a la vida conocida. Pero antes de llegar ya se había descubierto incapaz, esta vez, de seguir mintiendo.

… Siempre lo supe y siempre lo negué. Y cuando lo pienso también lo comprendo, pues desde antes de hablar y de andar ya tenía bastante claro mi destino: seguir las reglas, escribir bien derechito en el papel, sin salirme de la raya, ser fuerte, agresivo y, sin duda, un «macho», para buscarme un lugar en el mundo. Y por supuesto, no podía faltar un buen trabajo y una bella mujer que me ayudaran a situarme como un hom-bre-de-éx-i-to. Así interpreté la tarea de mi vida. E intenté por todos estos años seguir los pasos marcados, haciendo todo lo que estuvo a mi alcance, incluso casarme con esa bella mujer… la que me dejó hace solo unos cuantos días… Aunque algo de razón tuvo, o tal vez mucha. Porque ¿a quien le gustaría la vida que llevaba? No le faltaba nada, excepto mi presencia, cuando fingía estar a su lado mientras otras fantasías más atractivas me atrapaban. O cuando, cansado de fingir, escapaba para encontrarme furtivamente con otros que aliviaban mi sed, al menos por momentos.

Usted se preguntará por qué no lo dejé todo. Qué fácil ¿no? ¿Se ha puesto alguna vez en mi lugar? … Porque tuve mis intentos, ¿sabe? Pero en una sociedad donde el blanco y el negro son los únicos colores disponibles, llegar un día a decirle a su familia, a sus amigos, a sus colegas, al mundo entero: «ah, que soy homosexual», no resulta tan simple, ¿no le parece? Recuerdo alguna vez, no hace mucho tiempo cuando, buscando una salida, solicité información y no fue precisamente un alivio, como esperaba, pues solo encontré comentarios soeces, burlas y regañinas. Llegué a comprar dos o tres libros con la esperanza de encontrar alguna luz, pero en su lugar aparecieron páginas que me abofeteaban con la «patología de la homosexualidad», ofreciendo «soluciones y remedios» para reconstruir y curar, en fin, para retomar la vía correcta.

La vía correcta… Me provoca nauseas esa frase, ¿sabe? Acaso ¿le parece a usted correcto vivir una vida aquí y otra allá? ¿Pasarse la existencia engañándose y engañando a los demás? ¿Salir con los amigos a publicar a los cuatro vientos lo machos que somos, mientras dejamos bien clara la aversión por los homosexuales, como si ser homofóbico fuera la vacuna infalible contra la propia incapacidad de aceptarse homosexual?

Correcto era, entonces, detenerme, cerrar mi casa y empezar a andar hasta llegar al asiento de este tren. A partir de aquí el camino no será llano, ya lo sé, no necesito que me lo recuerden… pero imaginarme gritando al mundo mi elección me llena de orgullo, de fuerza y de coraje y esto, de pronto, me resulta mas importante que todo lo demás.

Perdieron la noción del tiempo hasta que una locución anunció la pronta llegada a su destino. El se tomó el tiempo para recoger los pocos objetos que llevaba, se arregló un poco el pelo y la cara como si le estuviera esperando su primera cita. Miró a la mujer del lado, que no apartó de sus ojos la mirada. Se despidió con un abrazo cálido y profundo, agradeciendo por el tiempo compartido y salió para encontrarse con un atardecer que le dio un impulso indescriptible porque, según leyó en el cielo rojo intenso, aún estaba muy a tiempo de descubrir la infinidad de sus posibilidades. Y este viaje era sólo una prueba del comienzo.

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