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Dinero: Entre el Amor y el Odio

Codicia, tacañería, despilfarro, miedo a gastar, compulsión a comprar. Lo único transparente aquí es que no hay claridad hacia una sana relación con el dinero

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Imagen: «Money/Dinero» – Rafa Otero

Imagina que tienes diez mil euros. Tu sensación es de tranquilidad. Confías en que tu capital crecerá o, al menos, se mantendrá estable. Ahora, imagina que tienes los mismos diez mil euros. Tu sensación es de preocupación. Piensas que no los puedes gastar, que tal vez si tuvieras veinte mil estarías más tranquilo/a. Y sufres cada vez que tus amigos te proponen ir a cenar.

No importa si tienes mil, cien mil o un millón. Las cosas significan lo que son y muchas veces significan mucho más. Un billete es un papel que sirve para intercambiar objetos, beneficios, servicios. Pero sabemos que el dinero significa más que un papel. O si no, ¿Por qué nos pasamos la vida intentando conseguirlo? ¿Por qué hay quienes necesitan siempre más y más? ¿Por qué hay quienes no lo tienen? ¿Por qué hay quienes le temen?

El dinero es uno de esos temas tabú y por eso mismo crea más de un desastre en las relaciones. Luchamos infructuosamente por mantenerlo en el terreno íntimo pero no lo conseguimos, porque también hace parte de lo público

Hay una constante relación de amor y odio con el dinero, que consigue desvelar los más hondos sentimientos ligados al desarrollo evolutivo, a la educación recibida, a la cultura, a la experiencia de vida, al carácter. Estreñido o diarreico, se puede vivir anhelando un golpe de suerte con el premio de la lotería o se puede permanecer esquivando cada oportunidad de tener algo más que lo justo.

Codicia, tacañería, despilfarro, miedo a gastar, compulsión a comprar. Lo único transparente aquí es que no hay claridad al respecto y son pocos los ejemplos de familias que han educado a sus hijos en una sana relación con el dinero. Decía Freud en su obra “La iniciación del tratamiento”, que…

El hombre civilizado actual observa en las cuestiones de dinero la misma conducta que en las cuestiones sexuales, procediendo con el mismo doblez, el mismo falso pudor y la misma hipocresía. —S. Freud

Ya podemos imaginar, entonces, los dolores de cabeza que implican las distorsiones en este terreno, más ahora cuando al dinero se lo pone a competir con todos los dioses y demonios habidos y por haber.

Existen frases hechas y otras que se van tejiendo generación tras generación, en las casas, en las escuelas, en los encuentros de amigos y en prácticamente todos los espacios sociales donde, aunque se diga lo contrario, el tema del dinero aparece con demasiada frecuencia:

«Hay gente tan pobre en el mundo que lo único que tiene es dinero”, ó … “Quien inventó el dinero destruyó la libertad»

Bonitos mensajes que tendrían un sentido para sus autores, ya que no podemos desconocer que algunos han utilizado sus riquezas en hacer que este mundo sea cada vez menos humano. Pero cuando se está fuera de contexto habría que preguntarse qué pasa, por ejemplo en la cabeza de un niño, cuando se sueltan estas frases. No es de sorprender que, más tarde, existan adultos incapaces de vivir holgadamente, mientras anhelan en secreto experimentar, al menos por un día, ese sentimiento de “pobreza”.

Hay otra frase que me gusta más, aunque también tiene sus matices:

«Dinero en la bolsa, hasta que no se gasta no se goza»

Al menos alivia pensar en que aquí no se pone en juego la libertad. Y tiene su punto saludable, incluso podría ser un buen mantra para quienes experimentan dolor y sufrimiento al descompletar su capital, ya sea por justas causas o por un capricho momentáneo. Pero como cada extremo tiene su vicio, tampoco resulta clarificador el hecho de gozar de todo el dinero de la bolsa, cuando se ignoran las realidades del mundo moderno en el que, a no ser que uno opte por un estilo de vida radicalmente anticapitalista, las facturas llegarán sin falta cada mes.

Así que la frase resulta poco acertada en aquellos casos, que no son pocos, en los que la reiterada inmediatez de la satisfacción provoca desastres económicos en toda una familia. Es el ejemplo de los derrochadores que, lejos de disfrutar de su fortuna, ansiosamente necesitan vaciarla porque no soportan mantenerla, permaneciendo en una eterna situación de insolvencia.

Parece ser que, una vez más, la medida está en el equilibrio y que resulta indiscutible la frase del poeta André Breton:

«¿Qué es la riqueza? Nada, si no se gasta; nada, si se malgasta»

La relación distorsionada con el dinero está constantemente alimentada por una sociedad que le da un valor excesivo. Lo expresan muy bien estas frases:

«Dinero ten y a todo parecerá bien” ó… “El que no tiene dinero en su bolsa, deberá tener palabras agradables en su boca»

Por lo visto, entre más dinero se tiene más puertas se abren, mientras que a los demás mortales les cuesta un tiempo y esfuerzo inmensamente mayor, si es que llegan. Porque el dinero está casado con el poder. Tan es así, que hay quienes han dedicado su vida a conseguir dinero sólo por sentirse poderosos, pasando por encima de todo y de todos, sin llegar nunca a sentirse satisfechos. Porque la satisfacción reside en otros campos que tienen más que ver con la convivencia que con el individualismo. Tal vez pensando en esto, Tagore escribió:

«Llevo dentro de mí mismo un peso agobiante: el peso de las riquezas que no he dado a los demás»

Por otra parte, poder y dinero no están siempre emparentados con felicidad. En ocasiones el dinero está más relacionado con la impotencia y con los sentimientos de culpa que intentan ocultar el insoportable sentimiento de «no poder», precisamente. Cuando se vive en el miedo a perder, la codicia, la mezquindad y la avaricia toman el timón del destino propio y si nos descuidamos, el de los demás. Cuando el abuso de poder y la avaricia atrapan en sus redes a un ser humano, el dicho aquel de que el dinero anula la libertad resulta bastante acertado. Pero ni aún en este caso la culpa es del dinero, sino del uso que se le da, ya sea para disfrutar de la vida, ya sea para dañarla. Así lo expresa Chiozza:

«Así, en la compleja maraña construida en la cotidiana convivencia de ese “matrimonio”, entre la culpa y el dinero, nacen algunas de esas otras distorsiones que son típicas. Pensemos en las personas torturadas por el temor a la ruina, y que viven así durante años siempre en el borde de ese mismo equilibrio inestable, sin que jamás se altere. Pensemos en aquellas otras que sienten que “la plata no alcanza” y que, luego de haber mejorado mucho sus ingresos, continúan sintiendo, siempre, que les falta, y en la misma proporción. Pensemos en quienes eligen no pagar, jamás, en tiempo y forma, y amargan su existencia viviendo rodeados de “acreedores” que no los aprecian. Porque cuando una deuda se ha pagado mal y con disgusto, las personas que reciben el pago sienten que algo se les adeuda todavía. Pensemos también, por fin, en quienes viven indignados porque sienten que lo que venden –en productos o en servicios– vale más de lo que cobran y no pueden evadirse de lo que experimentan –con razón o sin ella– como una dolorosa injusticia. Todas esas distorsiones conducen a que el tema del dinero se distribuya en los tres compartimentos constituidos por la vida pública, privada y secreta, configurando muchas veces dramas que atemorizan y avergüenzan»… […] Reparemos, por fin, en el desconocimiento o la pérdida de la relación, normal y sana, que existe entre el trabajo que se realiza y el logro de lo que se necesita o se desea. Una situación que suele manifestarse como conductas desubicadas que provienen de la utopía de que “todo debería ser más fácil”, negando que la única facilidad es la que deriva de un ánimo dispuesto a aceptar lo que es real» –L. Chiozza

Sería bastante fácil cambiar el chip, sólo con decidirlo. Pero no resulta tan sencillo cuando participan en las percepciones los miedos y las angustias, además de los pactos antiquísimos que hacemos con el mundo que nos rodea. Estas actitudes son inconscientes la mayoría de las veces y para transformarlas hace falta desvelar los orígenes, en donde se ha anclado la relación entre el dinero y el sufrimiento, contaminando las relaciones familiares, de amistad o laborales y, sobre todo, la relación consigo mismo.

El análisis del carácter contribuye a la toma de consciencia sobre nuestra relación con el dinero. Esto se evidencia cuando nuestros rasgos masoquistas desvelan los miedos y las sensaciones de no merecer la tranquilidad que aporta una economía estable, o cuando nuestros rasgos obsesivos nos condenan a vivir con una calculadora en mano para aliviar la ansiedad ante la pérdida de control, negándonos hasta la satisfacción de las necesidades, o cuando nuestros rasgos narcisistas nos obligan a no pedir, a no dar, a no fluir.

Es por esto que, en el espacio terapéutico, el tema del dinero ha de ser transparente desde el primer día, ya que esa transparencia permite una relación saludable entre paciente y terapeuta, además de aportar material de suma importancia acerca de los condicionantes caracteriales que permiten o impiden un adecuado proceso personal.

Equilibrio, parece ser la clave. Salud, la respuesta. Temer, rechazar, codiciar, abusar, acumular, derrochar, no parecen ser los vehículos apropiados para una sana gestión de la economía

Comprender los motores que nos llevan a tener actitudes distorsionadas en la relación con el dinero, puede ser un importante recurso para disfrutar de lo que hay, dejar lo que no hay y enriquecernos – también – en la mutua convivencia.

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