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Parejas Tormentosas… «¿Por qué sigo contigo?»

Cuando la relación se convierte en una montaña rusa emocional, imprevisible y angustiante, es un buen momento para valorar la salud o la toxicidad de esta

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5 mins
amor-y-desamor

¿Crees que los conflictos en la pareja le dan intensidad, gracia y misterio? y… ¿Acaso las parejas que están en permanente conflicto abierto, son las únicas que viven un tormento?

Te propongo pesar junto/as en estas cuestiones que nos interesan a todos y a todas y que nos pueden ayudar a comprender, si no a transformar, nuestras dinámicas afectivas cotidianas.

Hace tiempo publiqué una reflexión sobre el amor (ver) desde la mirada opuesta, es decir, desde lo que NO es. Decía que el amor no tiene nada que ver con el famoso y gastado “es por tu bien”, así como tampoco con la complacencia, la dependencia, la sobreprotección, la posesión o el control.

De «relaciones tormentosas» hablamos cotidianamente y la primera imagen que aparece suele ser la de una pareja que no para de gritar y de tirarse platos, cucharas y cualquier objeto que esté al alcance. Es verdad que existen estas relaciones y que vivir en guerra tiene que ser exasperante.

Sin embargo, no todos los momentos violentos en una relación de pareja vienen acompañados de gritos y trastos rotos. Se puede vivir una tormenta interna, silenciosa y aparentemente cordial. Cuando la relación se convierte en una montaña rusa emocional, imprevisible y angustiante, es un buen momento para valorar la salud o la toxicidad de esta.

Así también, cuando en esos momentos en que la coraza deja un hueco para cuestionarse… «no sé por qué sigo contigo«, en vez de desechar la duda huyendo despavoridamente hacia adelante o hacia donde sea (ver), valdría la pena mirarse y responderse lo más sinceramente posible. Porque lo que da la permanencia a una relación tóxica es, con frecuencia, la expectativa de una reconciliación definitiva, la ilusión de un cambio radical —generalmente de la otra persona— que se adapte a lo que inicialmente imaginábamos que era, o la esperanza de no tener que pasar por las incomodidades de una ruptura, optando por permanecer en un vínculo que no aporta nada pero que, por algún motivo, hace parte de la propia identidad.

Pero si esto es lo que hemos experimentado desde la infancia, según aseguramos los psicólogos… ¿Cómo podemos pretender que hoy día no repitamos los mismos esquemas en la relación de pareja?. La no respuesta a esta pregunta suele ser la responsable de la opción de tirar la toalla y asumir infiernos con mayores o menores intensidades, según la capacidad de tolerancia de los interesados.

La pregunta: “¿Por qué sigo contigo?” está llena de significado y no deberíamos dejarla escapar. Las respuestas pueden ser sorprendentes e, independientemente del dolor o del placer que nos produzcan, siempre serán una puerta abierta para generar vínculos más satisfactorios

Evitar responderse a esa pregunta, poniendo el tupido velo de la rutina cotidiana permite, como mucho, aplazar un momento indeseado y es el de enfrentar el conflicto que algún día se tendrá que asumir. Por supuesto que cada uno es libre de ver o de cegarse. Pero cuando la resignación es la base de la ceguera, la libertad puede convertirse en una cárcel que aprisiona poco a poco hasta que no se puede ni siquiera respirar. (Ver)

Como decía, relaciones tormentosas tienen que ver con gritar y tirarse los platos, pero no sólo con eso. Se pueden desarrollar relaciones torturantes, angustiosas y agotadoras sin el menor asomo de ruido, al menos de cara al exterior, pero que aniquilan el mundo interior hasta destrozarlo.

«¿Por qué sigo contigo?» Hay dos maneras de responder a la pregunta (entre otras)

Una es dedicarnos a descubrir las motivaciones de la otra persona. Investigar por qué actúa de tal o cual forma, por qué no puede amar como se supone que debe y desde ahí empezar a exigir cambios creando más y más expectativas y, por lo tanto, más y más decepciones. Esta primera forma resulta poco eficaz, si tomamos en cuenta que el amor no se exige. Está o no está. La otra forma es mirar dentro de uno mismo y ver qué hace que se mantengan ciertas dinámicas afectivas, pareja tras pareja, en la que la insatisfacción es la norma.

Lejos de culpas, reproches y autorreproches, la situación torturante de una relación afectiva, es una señal de que algo no va bien con uno mismo.  Revisar las dinámicas caracteriales propias y descubrir las causas personales que nos llevan a asumir —aunque sea por cinco minutos— este tipo de vínculos es un primer paso, valiosísimo comienzo para replantear las elecciones que hacemos y la forma de vivir nuestras relaciones.

A partir de aquí, todo lo que venga, aunque incierto, será una ganancia invaluable para una saludable vida afectiva, con uno mismo y con los demás.

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