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Tan cerca… Tan lejos

Nos asaltan los impulsos de coger el móvil y seguir escribiendo, no a la persona que tenemos en frente, sino a la imagen de ella que tan bien hemos elaborado en su ausencia

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3 mins
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Aún abusando de las fáciles maneras actuales de comunicación, sabemos que no son del todo satisfactorias. Lo saben quienes pasan las horas mirando compulsivamente la pantalla de su móvil para constatar, una vez más, que no hay respuesta.

Es como vivir dentro de una burbuja, protegidos por celosos soldados que impiden el acceso a lo más intimo. Esta es la nueva comunicación, nuestro salvavidas … y también nuestro más sofisticado carcelero.

Nos sentimos cercanos/as cuando alguien nos escribe un mensaje, mejor si viene con emoticon. Expresamos así el cariño, el enfado y cualquier otra emoción que podamos sentir.  Es tan inmediato, tan fácil, que creemos que nuestra comunicación es más rica y la velocidad nos da la ilusión de que lo que escribimos en pocos caracteres a través de nuestro móvil, llega con la misma nitidez a la otra parte.

De vez en cuando nos encontramos “de verdad”. Parece un milagro, porque como ya no hace falta hacer esfuerzos para coincidir cara a cara, pocas veces lo intentamos. Pero cuando se da el milagro, pareciera que algo nos faltara. Las palabras no salen con tanta fluidez, no sabemos qué decir.

Nos asaltan los impulsos de coger el móvil y seguir escribiendo, no a la persona que tenemos en frente, sino a la imagen de ella que tan bien hemos elaborado en su ausencia

Hay quienes lo hacen a pesar de encontrarse cerca. Conozco familias y parejas que prefieren encerrarse en sus habitaciones y escribirse por mensajes de móvil, aún habitando la misma casa. No es broma!! Esto sucede especialmente cuando lo que desean expresar viene acompañado de una incómoda amenaza, de un anunciado conflicto.

Con todo, no creo que seamos tan inconscientes. Aún abusando de las fáciles maneras actuales de comunicación, sabemos que no son del todo satisfactorias. Lo experimentan quienes sienten cómo la ansiedad se adueña de un día que podría ser tranquilo, cuando después de enviar el mensaje alguien siente que faltó una palabra, una imagen o una carita triste o feliz. Lo saben quienes pasan las horas mirando compulsivamente la pantalla de su móvil para constatar, una vez más, que no hay respuesta.

Sabemos perfectamente que nuestra comunicación ha sido secuestrada por toda una maquinaria que a veces se nos sale de las manos. Y así también, sabemos que podemos estar más atentos/as para poder discriminar cuándo una conversación exige la presencia, el tacto, el tono de la voz y cuándo un corto mensaje o una sencilla imagen puede decir más que mil palabras.

Ojalá que, así como hemos demostrado ser capaces de perfeccionar la tecnología para facilitar nuestras comunicaciones, lo seamos también para cuidar de nuestros afectos, para elegir los momentos y para detenernos cuando una mirada o un abrazo –de los de antes–, es lo único que hace falta para continuar acercándonos.

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