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Vulnerables al Abuso

Vulnerables somos todos en algún momento o situación en la vida

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6 mins
debilidad-abuso-vulnerable

Por mucho que lo neguemos, todos y todas alguna vez hemos experimentado ese malestar que queda después de habernos sentido abusados/as. Algunas personas lo viven permanentemente, otras de forma casual y puntual

Existen diferentes niveles en las experiencias de abuso, dependiendo del efecto que haya tenido en el cuerpo o en la estructura psicológica y por supuesto dependiendo de las consecuencias en la vida cotidiana. 

Abuso es una palabra dura que denota una grave intromisión en la intimidad de una persona. Pensamos en el abuso sexual, en el acoso escolar o laboral, en el maltrato físico y psicológico. Y muchas veces también se encuentra tan soterrado en las relaciones personales que ya ni se ve.

Cero empatía

Hablamos de víctimas y verdugos y cada vez más conocemos los rasgos de personalidades abusadoras, generalmente narcisistas que no conocen la empatía ni nada que no puedan ver en su propio espejo. Hay excelente material sobre los psicópatas, los manipuladores, los maltratadores, que nos ayudan a detectarlos. 

Sin embargo, abuso sigue habiendo y muchas veces, mucha gente, se ve enredada en sus redes cuando ya es muy tarde para escapar. 

Por esto es que así como nos ocupamos con tanto esmero de las personas que abusan, también es oportuno ocuparnos de quienes son abusados, no desde la perspectiva de la víctima a la que hay que defender (lo cual por supuesto es imprescindible en algunas situaciones), sino de los aspectos que favorecen el abuso.

La primera condición es la vulnerabilidad. Y vulnerables somos todos en algún momento o situación en la vida. Pretender no serlo, nos trae otras complicaciones también preocupantes.

El bebé es vulnerable y esa es su naturaleza. Necesita por un tiempo que otro ser humano satisfaga sus necesidades básicas y de ello depende su vida. 

El niño, la niña, el/la adolescente también lo son y lo seguirán siendo al menos hasta que su desarrollo evolutivo les permite volar por cuenta propia. 

Cuando amamos somos vulnerables. Es el perfecto estado para ser inexplicablemente felices y/o profundamente heridos/as. 

Hasta ahí parece natural nuestra condición de vulnerabilidad, siempre que decidamos por la vida y no por la muerte en vida previsible, rígida y estática.

Hay otros momentos y condiciones más circunstanciales, que pueden colocarnos en un estado ya no sólo de vulnerabilidad sino también de debilidad y a los cuales es necesario prestar atención para prevenir desastres en la vida práctica y emocional. 

Cuando somos vulnerables

La lista es larga, inacabable. Podemos ver algunas situaciones en que la vulnerabilidad cercana a la debilidad puede convertirnos en presa fácil para una situación de abuso:

  • La soledad. Cuando estamos solos y esta soledad no es elegida, es posible caer en la tentación de sentirnos al menos un poquito acompañados/as sin demasiados criterios respecto a la calidad de la compañía.
  • La enfermedad. Cuando no contamos con los recursos físicos o psíquicos necesarios para llevar una vida autónoma, es apenas lógico que con frecuencia nos encontremos expuestos/as a la voluntad de otra persona.
  • El duelo. Una mano amiga, una compañía casual o permanente siempre viene bien en estos momentos. Aliviar la pena aunque sea temporalmente puede resultar más importante que  elegir con quien se comparte la experiencia. 
  • La inexperiencia. Aprender algo siempre exige un proceso. Y encontrar quien le ayude a uno a subir la escalera  puede parecerse al milagro de encontrar un vaso de agua en el desierto. 
  • Las crisis. Crisis personales, económicas, evolutivas, vitales. Momentos de desajuste y caos que parecen borrarse de un plumazo cuando alguien aparece a “salvarnos” de tan desagradable momento.

Como decía antes los ejemplos son infinitos. Lo que hay que recalcar es que no somos  menos válidos/as por experimentar estos momentos y tampoco que todo el que pasa por ahí es víctima de abusos. 

Recordemos que la manera como vivimos las experiencias están marcadas por nuestra historia personal y que una fuerte identidad no permitirá que las tormentas vitales nos derrumben, aunque nos hagan tambalear una y mil veces.  

Elegir con consciencia

La solución no está, entonces, en activar el modo desconfiado y paranoico o en dedicarse a  evitar la soledad, a aislarse cuando se está enfermo, a vivir el duelo a solas, a sacarse las castañas del fuego sin contar con nadie cuando se empieza un camino o a hartarse de la propia frustración en los momentos difíciles. 

Una buena idea es, aún en esos momentos y siempre que sea posible, hacerse cargo de la propia vivencia y gestionarla, eligiendo con consciencia los apoyos y evitando convertirse en objeto de quienes necesitan abusar de los beneficios que ofrece, sin saberlo, una persona que pasa por un momento de debilidad.  

Sin embargo esto no siempre es fácil ni posible sin ayuda, precisamente. En ocasiones, el carácter nos lleva de forma inconsciente a alimentar relaciones que en vez de aportarnos salud, secuestran nuestra energía quitándonos lo mucho o poco que nos queda. 

Por esto es que prestar atención a los efectos nocivos o saludables de nuestras relaciones nos ayuda a decidir con quien compartir las más profundas vivencias y para esto es  imprescindible conocer nuestras propias necesidades, nuestros ritmos y las motivaciones que nos llevan a sentirnos cómodos/as o incómodos/as en diversas situaciones. 

En la mayoría de los casos se puede pasar de víctima a gestor/a de la propia vida Y siempre el poder de elegir nos permitirá tomar las decisiones necesarias para construir relaciones limpias, equitativas y libres. 

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