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Suicidio… un tema para hablar

Cada suicidio supone la muerte de una persona que posiblemente no tenía que morir, el dolor de otras que seguramente no podrán comprender nunca sus motivos y el fracaso de una sociedad que insiste en ignorar sus evidentes signos de autodestrucción

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Hay quienes sienten miedo con sólo mencionar la palabra, como si al hacerlo estuvieran llamando a los demonios. Mientras tanto, la situación se sale de las manos en sociedades cada vez menos dispuestas a hablar claro. 

Llegó a mis manos el libro «Hablemos del Suicidio», del periodista vasco Gabriel González Ortiz. Y aunque se refiere especialmente a la forma como los medios de comunicación tratan el problema, también habla de cómo sigue sin hacerse visible un programa de prevención más allá de aislados casos, mientras que poco menos de dos millones de webs y más de 500 mil vídeos cogen ventaja publicando contenidos con gran riesgo potencial para las conductas suicidas. 

El libro me hizo reflexionar sobre mi posición profesional y personal al respecto. Comparto estas reflexiones con el ánimo de abrir un espacio de análisis que, como siempre, no pretende ser exacto ni totalitario sino abierto a los diferentes puntos de vista. 

¿El suicido es una decisión particular que merece repulsión, respeto o admiración? o… ¿es un problema social que hay que prevenir como cualquier otro? 

Conocemos los hechos el día en que una persona decide quitarse la vida. Pero los  antecedentes que han llevado a poner el punto final, para muchos es un gran misterio. Nos debatimos entonces entre la idea del pecado o el delito de quitarse la vida y la visión idealizada del suicidio como un acto de romanticismo, valentía o heroísmo. 

Sea como sea, no resulta agradable la idea de acabar con la vida como única salida de un atolladero. A mi parecer resulta más interesante detectar los motivos que llevan a alguien a plantearse esta solución y ver si hay alguna alternativa más acorde con la tendencia a la vida que hace parte de nuestra naturaleza humana.  

Porque por mucho que estiremos nuestras convicciones y valores, el suicidio es un drama muchas veces evitable, no sólo para la persona que decide consciente o inconscientemente acabar con su vida, sino también para quienes se quedan en el limbo del desconcierto, preguntándose qué pasó.

Cada suicidio supone la muerte de una persona que posiblemente no tenía que morir, el dolor de otras que seguramente no podrán comprender nunca sus motivos y el fracaso de una sociedad que insiste en ignorar sus evidentes signos de autodestrucción.

10 personas se quitan la vida a diario en España y 3000 en todo el mundo. El suicidio no sólo es un asunto personal sino un problema social y de salud pública al que deberíamos plantarle cara.

¿Por qué se suicidó si lo tenía todo?

Obviamente uno no se suicida por capricho o por vivir la experiencia y contarla después. Una persona se suicida, en principio, por no sentirse satisfecha con la vida. Esta sensación se puede manifestar de mil maneras como es el deseo de escapar del sufrimiento, la necesidad de dejar de ser una carga para otros, la sensación de no importar a nadie, conflictos familiares, cansancio con la vida, problemas económicos, soledad, impotencia al sentirse incapaz de superar un límite, una adicción, un duelo…

Estados emocionales, experiencias tan personales y tan ajenas para los demás que es muy fácil pensar cuando no se viven en la propia piel: “este no es mi problema, que cada uno se apañe como pueda”. 

Pero es que cuando hablamos de emociones y de sentimientos también estamos en el terreno de lo social y sí, ese también es nuestro problema.

Un ejemplo que me impactó leyendo el libro es el de la reciente creación de un cargo ministerial en Reino Unido, cuyo fin consiste en lidiar con la problemática de la soledad como cuestión de Estado. Esta decisión se fundamentó en estudios que muestran cómo la soledad es tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día. 

Así que no adelantamos mucho si nos dedicamos a atacar el suicidio como si fuera un enemigo salido de las entrañas del demonio, mientras permanecemos indiferentes a la soledad, el aislamiento y la desconexión social que apaga nuestras miradas.  

Porque la sinsalida que lleva a quitarse la vida no responde a una sola causa y este es uno de los errores que suelen cometerse al informar o intentar prevenir el suicidio. 

Avisos hay muchos (9 de cada 10 personas que se quitan la vida dejan señales por el camino), pero oídos dispuestos a escuchar suelen ser más escasos ya que hablar del suicidio no es precisamente el mejor tema elegido en una  sociedad que prefiere dar la espalda a la realidad del sufrimiento.

¿Por qué evitamos hablar del Suicidio?

En general, el tema de la muerte no suele ser uno de los preferidos en las reuniones familiares y sociales. Pero cuando se trata del suicidio el desconcierto aumenta y se opta fácilmente por el silencio. 

El temor más grande es a producir un efecto contrario al deseado como sucede con otros temas, por ejemplo cuando un padre o una madre se niegan a informar a sus hijos e hijas sobre los métodos anticonceptivos pensando que así les estarán empujando a tener relaciones sexuales, o cuando se piensa que legalizar las drogas nos convertirá a todos en drogadictos. 

Miedo a perder las riendas, el control, la autoridad. Miedo a mirarse a sí mismos/as y correr el riesgo de descubrir los propios demonios internos. Miedo a hablar, encontrando en el silencio la única solución. 

Sin embargo, quienes han sufrido la pérdida de un ser querido por suicidio no se cansan de  pedir que se hable del tema abiertamente, con coherencia y con responsabilidad. 

¿Y los que se quedan?

Según la Organización Mundial de la Salud, por cada fallecido por suicidio hay un promedio de 6 a 10 personas que se ven directamente muy afectadas por esta pérdida. Estudios más recientes elevan esta cifra a 25.

La dificultad para expresar la infinidad de emociones que aparecen en este duelo ya difícil, se recrudece al existir francamente muy pocos espacios de apoyo para la superación de la pérdida por el suicidio de una persona cercana. 

En mi labor profesional más de una vez me he encontrado con la realidad del desamparo vivido por personas que sufren la pérdida de un ser querido por suicidio.

Personas que sufren el estigma social que tácitamente se le ha adjudicado al suicidio. Que se sienten culpables por pensar que si hubieran hecho o no hecho, dicho o no dicho esto o aquello, hubieran podido evitar el doloroso desenlace.

Personas a quienes no ayudan arrogantes consejos ni saber que muchos otros se suicidaron, ni que uno sale adelante de toda desgracia, ni que allá donde esté el muerto va a estar mejor. 

Personas que, en cambio, llevan tiempo buscando infructuosamente un alivio, una voz amable que les de un punto de realidad, la presencia de alguien que les ayude a comprender que la pregunta: ¿Por qué lo hizo? , muy posiblemente no va a tener nunca una respuesta. 

Personas que sufren una de las más dolorosas y ambiguas pérdidas que un ser humano puede vivir, mientras el mundo sigue girando de espaldas a ellas sin querer saber, ni oír, ni ver. 

Suicidio y Medios de Comunicación

Mientras tanto, el tema se trata de forma contradictoria en los medios de comunicación. Un día se evita a toda costa y al siguiente se satura a todo el mundo con la noticia sensacionalista de un suicidio que vende, que causa interés por el morbo que provoca, como es el caso de gente famosa que decide quitarse la vida. 

Gabriel González comenta que, dado el tratamiento erróneo por parte de los medios de comunicación después del suicidio de Robin Williams, en los 5 meses siguientes la tasa de suicidios en Estados Unidos aumentó un 9,85% en hombres de 30 a 44 años y lo más llamativo es que el ahorcamiento como forma elegida de suicidarse aumentó un 32%. Lo que es aún más preocupante es que, a pesar de ser analizados hasta la saciedad, los errores cometidos por los medios de comunicación se mantienen hasta el momento y no sólo en Estados Unidos.

Hay otros ejemplos, lamentablemente no pocos en este y en otros países del mundo. Obviamente no se espera que una sola disciplina profesional sea capaz de abordar todas las connotaciones de una problemática psicosocial y por esto es que una voluntad de colaboración por parte de los diferentes gremios con funciones sociales y de salud sería una excelente estrategia para la prevención, reconociendo el suicidio como un problema de salud pública del cual se pueda hablar con normalidad, rigor y respeto. Para eso, romper el silencio es imprescindible. 

Internet… ¿enemigo o gran aliado? 

Como comentaba al principio son muchos, muchísimos vídeos y webs que publican contenidos con riesgo potencial para las conductas suicidas en internet. Vídeos y webs que motivan, empujan y dan ideas para suicidarse según las preferencias de cada quien. 

Parece que funcionan y de ellos podríamos aprender, porque va a estar difícil que Internet  desaparezca de nuestras vidas. Ya no hay vuelta atrás y no tiene que haberla. 

Se puede aprovechar el gran beneficio que este recurso nos ofrece para comunicarnos rápidamente con una cantidad infinita de personas, algunas de ellas fantaseando terminar con su vida, otras intentando levantarse de un intento fallido y otras buscando la manera de vivir después de la muerte por suicidio de un ser querido. 

La Prevención del Suicidio como problema Social

Hablar, hablar y hablar del suicidio es la primera vía de prevención. Entender sus hilos ayuda a abrir el horizonte para no quedarse en el suceso concreto, en la impotencia y en la histeria colectiva.  

Porque no se trata simplemente de convencer o prohibir. Eso es lo que faltaba, prohibir el suicidio como si se pudiera condenar al suicida después de morir. 

Escuchar sin juzgar, sin culpabilizar, sin evadir el tema, sin ignorar o menospreciar, sí funciona. Aceptar ayuda psicológica a tiempo y dejando atrás los prejuicios, también funciona. 

Informar a la población sobre las señales de alarma y la forma de actuar es imprescindible ya que una atención a tiempo por parte del entorno puede resultar mucho más eficaz que una hora de atención médica o psicológica más tarde, eso cuando aún queda algo por hacer. 

Por supuesto que prevención supone información y sobre todo formación. Hay estudios, investigaciones y experiencias previas en diferentes países que pueden servir de base para la creación de un programa integral y permanente que reconozca las particularidades de los diversos grupos poblacionales, culturales, educativos, etc. 

Desidealizar el suicidio es necesario. Aunque suicidarse parezca extraordinario, aunque convierta a alguien en el/la protagonista de las redes sociales por un día (como mucho) con el selfie de cómo se tiró de un séptimo piso o de un puente. Aunque alivie pensar que después ya no se sentirá, ni se sufrirá ni se tendrá que pensar en nada.

Hay que desidealizar el suicidio porque lo que sí es seguro es que ese alivio supondrá un gran dolor en, al menos, un ser vivo de este planeta.  

Hablemos pues, del suicidio y de lo que haga falta. Preguntemos, indaguemos, escuchemos, pensemos juntos. En vez de perder la vida, perdamos el miedo a comunicar todo aquello que nos impida amarla y disfrutar de ella. 


NOTA: Escrito a propósito del libro “Hablemos del suicidio. Pautas y reflexiones para abordar este problema en los medios”.  Autor: Gabriel González Ortiz. Ed. EUNSA. Pamplona, 2018

Gracias por compartir este artículo

1 comentario en «Suicidio… un tema para hablar»

  1. ESTIMADA MARÍA CLARA, con mucho interés veo que ‘por fin’ también el tema SUICIDIO toma una PARTE ESPECIAL en tus interesantes informaciones (BLOG) de tu PROFESIONALIDAD. GRACIAS
    Si bien me he retirado de lo ‘práctico’ (p.ej. años de mi dedicación especial al tema “Suicidio y los Medios de Comunicación – véase mi ‘síntesis’ ya en 2009) a lo más ‘teórico’ (fondo filosófico, ‘derecho a decidir’, etc.),
    SIGO aumentando mi “ARCHIVO de SUICIDOLOGÍA” con referencias desde ‘todos’ los enfoques.
    REPITO así mi reconocimiento de tu trabajo. GRACIAS.

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