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Depresión… ¿Influyen las Experiencias de la infancia?

Las experiencias de la infancia marcan en gran medida nuestra vida adulta para bien y para mal, pero también la parte más desagradable o traumática puede ser reparada cuando nos atrevemos a tomar el camino de la consciencia

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Depresion influyen las experiencias de la infancia

Dicen que hay que dejar ir el pasado. Poner tierra encima o al menos una alfombra bien bonita, pero que tape tanto polvo acumulado aunque se vuelva a levantar con cada torbellino que la vida nos presenta. 

Pero dicen también que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Y conocerla no es sólo saber qué fue lo que pasó como si estuviéramos viendo una telenovela. Significa entender la lógica de esos hilos que han tejido nuestra biografía, ordenarlos y así poder  liberar de sus nudos al presente.

Sí, llámame obsesiva del pasado. Creo firmemente que las experiencias de la infancia marcan en gran medida nuestra vida adulta para bien y para mal, pero también que la parte más sombría, dolorosa, desagradable o traumática puede ser reparada cuando nos atrevemos a tomar el camino de la consciencia.

Imagina que sufres una pérdida, por ejemplo el final de una relación de pareja. Te sientes triste y necesitas tiempo para recuperar tu habitual equilibrio. En algún momento, más pronto que tarde pones en marcha tus recursos para seguir, abierto/a a las nuevas oportunidades que la vida te ofrece. 

Imagina ahora que sufres ese mismo final. Pero te deprimes tanto que hasta la imagen de ti mismo/a se transforma sintiéndote verdaderamente miserable, inválido/a, indigno/a del cariño de nadie. Sin esa persona parece acabarse la vida, sientes un abandono y una soledad tan asfixiante que preferirías morir antes de seguir experimentando esa horrible sensación.

Los dos finales son iguales. En las mismas circunstancias y con las mismas posibilidades o imposibilidades de futuro. Pero las dos respuestas a la pérdida son diametralmente diferentes. ¿Por qué?

De acuerdo. Puede haber una parte de aprendizaje, de lo que nos han contado sobre el amor eterno y el matrimonio feliz para siempre y si no sale la cosa como se supone que tenia que salir la frustración, la culpa y la vergüenza se apoderan de una situación infernal, cuando ya debería ser suficiente con la pena del adiós. 

Pero eso no es todo. Por más que nos sepamos de memoria las teorías más actuales, los sentimientos de abandono y soledad son indiferentes a cualquier justificación racional. Son tan hondos, tan profundos, tan arcaicos que ni con un buen baño anti-culpa mezclado con un plus de autoestima se despegan de la piel. 

Se impone entonces una intervención más radical que pasa por reconocer en otros momentos pasados las mismas sensaciones y entender sus motivos

Jhon Bowlby nos dio algunas ideas para incursionar en nuestra propia historia y empezar a atar esos cabos sueltos. Decía que el sentimiento de impotencia tan característico de los trastornos depresivos tiene que ver con la incapacidad de entablar y conservar relaciones afectivas. Y que esto está asociado a las experiencias de la niñez que continuaron en la adolescencia.  

Pero no siempre y en todos los casos respondemos de la misma manera a las experiencias de la infancia. Para comprenderlo habría que abrir el espectro, tomando en cuenta lo que ha determinado la construcción de nuestra estructura de carácter y las condiciones pasadas y presentes que permiten compensar o agravar las carencias infantiles.

Esto ya no es tanto asunto de Bowlby, pero sí de Wilhelm Reich y luego de sus continuadores postreichianos, como Federico Navarro y actualmente Xavier Serrano, quien ha afinado en la elaboración de una sistemática coherente, tomando en cuenta esas estructuras y rasgos caracteriales. 

Sin olvidar lo anterior, continuemos con las aportaciones de J.Bowlby… ¿Cuáles son estas experiencias de la niñez relacionadas con dificultades en las relaciones afectivas?

Bowlby habla de tres clases, donde al menos existe alguna combinación entre ellas. 

1. A pesar de los repetidos esfuerzos por cumplir con las expectativas —seguramente poco realistas— de las figuras parentales más importantes, no haber conseguido una relación segura y estable con ellas por no poder satisfacer sus exigencias. Poniéndonos en situación, se podrá comprender la tendencia que ya como adulta una persona tiene al interpretar las pérdidas emocionales como uno más de sus fracasos en el proyecto de conservar una relación afectiva segura y estable.

2. Algunos padres y/o madres encuentran apropiado decirles a los niños lo malos que son, indeseables, detestables, inadecuados, incapaces. A veces ni siquiera hace falta decirlo con palabras. Basta un gesto o un sonido para hacerle sentir exactamente lo mismo. No es de extrañar entonces que el niño o la niña construyan una imagen de sí tan alterada, mientras percibe en los demás poco menos que inaccesibilidad. ¿Qué se puede esperar entonces de una adversidad? Nada muy diferente a la hostilidad y el rechazo. 

3. La pérdida del padre o de la madre en la niñez puede dejar impresa la sensación de que las consecuencias de los sucesos desagradables de la vida son imposibles de modificar, confirmando la creencia de que por más esfuerzos que se hagan por remediar una situación, estos están condenados al fracaso.   

Las experiencias infantiles descritas por Bowlby muestran cómo los trastornos depresivos que algunos se empeñan en ver aislados de toda historia, dependen tanto de las circunstancias adversas recientes como de las experiencias infantiles, también adversas en los casos descritos. 

Así podemos comprender por qué cuando la depresión está presente, una persona no sólo siente tristeza y soledad, lo que sería coherente con una dura situación presente, sino que también se siente impotente, detestable, no querida y además muy poco receptiva a los ofrecimientos de ayuda. 

En el ambiente depresivo puede suceder también que la tristeza, la rabia o el anhelo producidos por una perdida emocional se desconecten de la situación que los provocó 

Así es como la distracción toma la delantera y no como una búsqueda de alivio temporal, como un recreo del arduo proceso de duelo sino como una desviación anclada en el sistema de defensas. 

Una de estas salidas es la concentración en los sufrimientos propios excluyendo todo lo demás. Bowlby pone un ejemplo muy claro, de la madre de un niño gravemente enfermo que lloraba y se agitaba, pero no por empatía hacia su hijo, o sea por el sufrimiento que éste estaría pasando, sino por la incapacidad de soportar ella misma sus propios sentimientos.

También habla del padre que prohibía a su hijo/a (de forma directa o indirecta)  percibirle a él o a sí mismo de una manera diferente a como el padre lo considerara conveniente.  Con esta base ¿Cómo es  posible que el niño o la niña y más tarde el adolescente y el adulto pueda reevaluar sus modelos y comunicar a otros cualquier valoración favorable de sí mismo/a?

Como vemos, «depresión» no es solamente la imagen ya desgastada de alguien en la cama a las tres de la tarde, en una habitación oscura y sin fuerzas para levantarse. Podemos parecer súper activos/as, súper cómicos o súper productivos y cargar con una depresión.

Y se puede esconder la depresión e incluso llevarla a cuestas como si se tratara de un costipado. Pero también podemos afrontarla y resolver lo que se esconde en su fondo. Porque vivir mejor… ¡Por supuesto que es posible!

NOTA: Este artículo está basado en partes del libro “ La Separación Afectiva”. de J.Bowlby. 
Ver más en Biblioteca.
Ultima actualización: 5 Junio de 2022

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