Mientras construimos nuestra historia, definimos también los valores que nos guían. Creemos en algo, defendemos una forma de vida, nos rebelamos para andar otros caminos o intentamos seguir al pie de la letra lo que se nos ha enseñado.
No siempre pasamos por el filtro de la reflexión lo que suponemos que debería ser. Si hacemos memoria, nos daremos cuenta enseguida de que lo que ayer era correcto hoy puede resultar equivocado y al contrario.
Sin embargo, por más esfuerzos que hagamos por cambiar queda siempre algo de lo antiguo, vestigios de creencias, normas y valores en los que ya no se cree pero que se actualizan generación tras generación y año tras año en un sistema social que se hace llamar «moderno» mientras se sigue mostrando poco dispuesto a las transformaciones más profundas.
Un sistema social que atraviesa lo privado, que se mete en la casa, en la mesa, en la cama mientras se ríe o se sufre, se trabaja, se sobrevive, se paga por la vida, se hace lo que se puede… Hay quienes piensan, tristemente, que no pueden influir en el mundo en el que viven.
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Yo creo que sí… las cosas pueden cambiar y para eso no hace falta ser el sabio más grande del momento ni pasarse la vida mirándose al espejo, sin darse cuenta de la presencia de otras personas en el mundo.
Lo creo y lo constato en mi propio camino y también en las vidas de quienes me confían su proceso en la consulta de Psicoterapia.
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Me llegan a la mente una, dos, tres… puff!! Decenas de personas que se han encontrado en problemas al reconocer sus necesidades no satisfechas.
Y si pienso en mi… ¿no me convertiré en un/a egoísta? Se supone que debería estar siempre rebosante de generosidad, atención, amabilidad… que debería pensar en los demás, ser buena persona, ayudar…
¿Y si eliges cuidarte? ¿Y si te niegas a hacer algo que no puedes o no quieres? ¿Y si te das un paseo, una ducha, una siesta… y luego continúas atendiendo a los demás?
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Parece mentira pero en nuestro mundo interno las contradicciones se empujan unas a otras y cuando uno decide tomar las riendas de su vida y se anima a conocerse, es frecuente darse cuenta de que el sufrimiento personal suele venir acompañado de un montón de piezas sueltas, como pedacitos de un jarrón roto que hay que pegar trozo a trozo para que vuelva a ser jarrón… o para que lo sea alguna vez.
Uno de esos trozos es la imagen de uno mismo. Otro, la imagen del mundo fuera. De los demás hablaremos en otra ocasión.
Dejarse la piel, como se dice, Olvidarse de uno para estar en los demás, Dar la imagen de ser buena gente todo el tiempo, hacer de persona entregadísima e intachable que cumple con todas las expectativas, puede apartar temporalmente los incómodos conflictos que aparecen en las relaciones personales.
Pero este alivio dura poco cuando el agotamiento acaba con la salud, cuando la sensación de vacío interrumpe los momentos de descanso, cuando la rabia carcome por dentro, cuando se sufre el abuso, el maltrato o cualquier falta de respeto.
Por eso, no por pensar en ti serás más egoísta. Al contrario, dado que no se puede dar lo que no se tiene, cuando vas con tus piezas en su sitio, cuando tu energía fluye y eres consciente de tus posibilidades y de tus límites, cuando estás en ti y por tanto te das cuenta de lo que necesitas, cuando la alegría de vivir te habita es cuando más tendrás para ofrecer.
Más calidad, mejor amor, más empatía, mejor compañía. Entonces no… No por pensar en ti serás más egoísta.
