Imagina que vas caminando por la calle tranquilamente. De pronto das un mal paso y uno de tus pies se coloca delante del otro, produciéndote tú mismo/a una zancadilla. Caes al suelo y con sorpresa te preguntas… ¿Qué ha sucedido?
Nadie pasaba por tu lado ni te obstaculizó el camino. Y sabes que los zapatos que llevabas eran los adecuados, o sea que nada más allá de un inconsciente mal paso te llevó hasta el suelo.
No importa. Uno se cae y se levanta. Más abajo del suelo es difícil llegar, así que no hay por qué preocuparse demasiado. Pero… ¿Y si algo parecido te sucede en otras situaciones menos concretas y no te habías dado cuenta?
Metafóricamente, hay veces que nos ponemos la zancadilla. Puede ser algo puntual pero también, según la frecuencia y las consecuencias, puede convertirse una forma de vivir, o mejor de no vivir.
El rasgo masoquista entra en escena protagonizando los más inesperados acontecimientos y si no tomamos consciencia nos podríamos quedar simplemente sorprendidos/as de cómo nos pasan algunas cosas.
Tal vez encontremos a quien culpar de tantas desgracias o incluso llegar a pensar que es cuestión de mala suerte, de un destino que se pone en contra o de un castigo divino por quién sabe qué pecado.
Aún si pudiéramos tomar un vídeo de las dinámicas inconscientes, seguramente no lo podríamos creer porque…
¿Cómo se las arregla el inconsciente para enfermar precisamente el día en que por fin se cumple nuestro sueño más anhelado?
¿Qué sucede en el interior de alguien que después de estudiar y estudiar, el día del examen la mente se pone en blanco?
¿Cómo hace el sistema nervioso para cometer el error más tonto que impide tener por fin el carnet de conducir?
¿Cómo se hace para poner esta relación afectiva entre las cuerdas cuando sólo ayer era un referente de equilibrio y satisfacción?
¿Quién dijo que esa entrevista de trabajo era tan difícil, que hacía falta emborronar todas las ideas para salir, de nuevo, directo a la cola del paro?
Casualidad, puede ser. Mala suerte, suena lamentable. Malas energías, enemigos ocultos, castigos divinos… parecen no tener que ver con uno mismo y en cambio sí ponerse a merced de alguna especie de mundo injusto y cruel.
Auto-boicot. Plantearnos la posibilidad de que el inconsciente nos juegue tan malas pasadas no suena fácil, pero al menos es un punto inicial para revolucionar el mundo interior que ya no sabe cómo dar más señales para que le hagamos caso.
Probemos… busquemos ese camino hacia nosotros mismos y encontremos la vía que nos lleve a reinventarnos.
A algún lado se llegará. Paso a paso, traspié a traspié, conciencia a consciencia.