Decimos los psicólogos que hay que dejarse llevar, soltarse y abandonar las defensas que impiden la expresión de las emociones
Sabemos gracias a Freud que la represión es la causa de muchas de las enfermedades psicológicas y gracias a Reich, que ésta actúa como un veneno también en el cuerpo, en el que se refleja claramente la coraza caracterial y muscular.
Así que la salud psicológica consiste en hacer consciente lo inconsciente y además en desatascar la musculatura bloqueada por una repetida dinámica de represión. En otras palabras, la salud psicológica consiste en fluir con la vida
Por fortuna, esta observación va tomando cada vez mejor acogida en nuestra sociedad, tanto que el mensaje ha trascendido a canciones, tacitas de souvenir, leyendas para las redes sociales, placas, chapas, pegatinas y camisetas que se llevan con convicción en un alegre “déjate llevar y sé feliz”.
Pero si eso pudiera suceder con sólo decirlo, todos y todas viviríamos en una constante fiesta de seres fluyendo libremente por el mundo, lo cual dista radicalmente de la realidad.
Así que vamos por la vida con nosotros mismos y también con nuestros mecanismos de defensa, pues difícilmente podremos quitárnoslos de encima. Además para algo servirán, ya que si no sirvieran simplemente no estarían.
Los mecanismos de defensa son funcionales. Tenemos derecho a ello y los necesitamos en muchas ocasiones.
Por ejemplo, imaginemos que recibimos la peor noticia: La pérdida de algo o de alguien con quien estamos muy vinculados emocionalmente y que la mala noticia nos pilla despojados de toda defensa posible. Simplemente no podríamos afrontar el hecho y nuestras emociones saltarían por los aires en pedacitos.
Afortunadamente nuestro sistema psíquico puede echar mano de la negación en un primer momento. ¡No nos lo podemos creer!. Pensamos que es un sueño, que esto no ha pasado en realidad, que esta persona volverá en algún momento.
La negación como mecanismo de defensa nos sirve como amortiguador y esto es saludable en el contexto de la salud mental
Poco a poco se irán viviendo las etapas del duelo necesarias para llegar a una aceptación, pero para eso se necesita TIEMPO. Y ese tiempo hay que tomárselo y darlo a toda persona que viva un duelo, porque no hay nada más curativo que el pasar de los días y más confiable que el ritmo de un organismo sano para asimilar una pérdida.
La tacita de regalo diciendo “vive la vida, fluye, perdona, la vida es bella”, poco puede hacer para aliviar a una persona en este momento e incluso puede resultar ofensiva.
Un abrazo, la paciencia, la presencia e incluso la compañía en un amable y respetuoso silencio, son mucho más eficaces que la presión por superar algo que sólo el tiempo puede atenuar.
Por esto es que las defensas del carácter también deben ser respetadas pues nos ayudan a paliar los peores momentos. Nos protegen y nos permiten afrontar un mundo que no siempre resulta ser un camino de rosas.
Entonces el problema no está en tener mecanismos de defensa. Idealizamos, proyectamos, desplazamos afectos, racionalizamos, regresamos a otras etapas, negamos, disociamos, sublimamos, reprimimos emociones. ¿Quién no lo hace en algún momento?
El problema aparece cuando nuestro sistema defensivo toma el timón de nuestra vida y en vez de limitarse a protegernos de eventos desagradables o inesperados, se convierte en la única forma de estar, rígida y permanente, aún cuando no hace falta.
Como cuando nos engañaron una vez y creemos que así será en adelante, negándonos a cualquier nuevo intento.
Cuando nos declaramos incapaces de sentir y nos limitamos a ridiculizar cualquier expresión emocional en los demás.
Cuando nuestros duelos se complican por no poder asumir el dolor en su tiempo e intensidad.
Es como llegar a casa después de una batalla con la armadura puesta y tenerla tan adherida al cuerpo que tenemos que ducharnos, cenar, amar y dormir con ella. Así lo que sucede es que medio descansamos, medio amamos, medio comemos, medio vivimos… y lo demás es queja, desconcierto, victimismo, culpa e insatisfacción.
No se trata entonces de quitarnos las defensas de un tajo. Se trata de flexibilizar nuestra coraza, de tal manera que nos proteja cuando es necesario, pero que nos deje vivir cuando no la necesitamos.
¿Y cómo se flexibiliza la coraza?
No depende de una decisión racional, como cuando decidimos encender o apagar un televisor con el mando a distancia. Recordemos que una gran parte de nuestra actividad psíquica reside en el inconsciente y que parte de nuestro funcionamiento somático depende del Sistema Nervioso Vegetativo, que no tiene nada que ver con nuestra voluntad.
Se trata de recuperar poco a poco y en la medida de lo posible nuestra manera natural de funcionar, por medio del reblandecimiento de la coraza caracteromuscular.
Y ese es el principal objetivo de la Psicoterapia Caracteroanalítica
Porque no somos lo que nos tapa. No somos esa coraza, aunque ésta sea la que reluce. No “somos” egoístas, narcisistas, tímidos, cerrados, ambiciosos, sádicos, obsesivos, paranoicos, depresivos…
Son los rasgos de nuestro carácter los que nos ponen en un estado determinado. Más allá encontramos al auténtico yo, siempre libre, siempre sano, siempre dispuesto a ser rescatado del peso de nuestra rígida coraza.