¿Cómo nos sentimos cuando no nos siguen en las redes?… A medida que se transforman las sociedades, también cambia nuestra manera de estar en el mundo y las formas de expresar nuestros deseos, preocupaciones y sensaciones. Hace unas décadas nos sentíamos genial, bien, regular o fatal, según las experiencias en nuestras relaciones, generalmente presenciales, y ese sentir estaba matizado de nuestros rasgos de carácter.
Hoy día nos seguimos sintiendo genial, bien, regular o fatal, pero algo se ha añadido a nuestras experiencias, y se trata de un escenario ya no necesariamente presencial. Me refiero al espacio online donde una nube nos sirve de “suelo” para relacionarnos, ya sea en el ámbito personal como en el laboral. Lo bueno: la apertura al mundo, más allá de las fronteras físicas. Lo preocupante: un incremento de percepciones basadas en el imaginario, que permanecen invisibles y muchas veces inconscientes. Y claro está, aquí también el carácter, es decir, la manera como afrontamos la vida, está presente.
En los espacios de socialización —cada vez menos frecuentes—, y también en las consultas de psicoterapia, las transformaciones sociales se ven con nitidez. El tema de la comunicación online aparece con bastante frecuencia en los relatos, y las inquietudes acerca de participar o de perderse de algo, de ser o no ser vistos en las redes generan todo tipo de sensaciones, desde las más lógicas hasta las más surrealistas.
Cuando no nos siguen en las Redes
Hace unos días escuché a una persona muy abatida por lo que ella consideraba un verdadero desastre en su vida emocional: no conseguía los likes esperados en las redes, después de mucho trabajo siguiendo al pie de la letra una larga lista de estrategias que le prometían grandes y rápidos resultados, siempre y cuando siguiera las indicaciones para jugar con los algoritmos.
Las estrategias consisten en acertar con la “palabra clave”, con la población deseada, con la ubicación geográfica donde tiene que aparecer la publicación, con el día y la hora de enviarla a la nube, etc. Nada que no sepamos quienes difundimos nuestras ideas o nuestro trabajo por la red y nada que no sepan quienes se dedican al marketing digital.
El “juego” es interesante y a veces divertido. Es increíble cómo una publicación puede ascender del puesto mil al diez en el navegador, con solo cambiar una palabra. Todos sabemos que estar en el puesto diez es mucho mejor que estar en el mil, si queremos que nos vean.
Lo que preocupa, a nivel de salud mental, es que esta batalla por llegar a los primeros lugares se convierta en un suplicio, llegando incluso, muchas personas, a olvidarse del sentido que les motivó a emprender sus proyectos o a compartir sus ideas.
Cuando se pierde el sentido, nos vemos abocados a otros acontecimientos mucho menos felices que los que nos auguran las estrategias de mercado. He sido testigo de verdaderos estados depresivos y de ansiedad, detonados por amargas experiencias en las redes sociales:
💧Personas con expectativas de crecimiento en sus empresas, decepcionadas tras infinitas horas de esfuerzos siguiendo paso a paso los consejos de marketing digital para seducir a los algoritmos de Google, Facebook, Instagram y demás, que no consiguen ni la sombra de lo que esperaban lograr.
💧Gente muy valiosa con proyectos hermosos, frustrada por uno o dos comentarios o reseñas negativas acerca de sus publicaciones y, peor aún, por el vacío que deja la nula respuesta, la indiferencia.
💧Personas con sus rasgos de carácter exacerbados por la intensidad de la nube, donde no se sabe quién es quién, donde no se pueden detectar tan fácilmente las intenciones de los otros y, según la percepción particular, cualquier respuesta —o no respuesta— se puede percibir como aceptación o rechazo, envidia o colaboración, gusto o disgusto, desmotivación o estímulo, sin ninguna posibilidad de contrastar el imaginario con la realidad.
En esta era de lo virtual, es más necesario que nunca un equilibrio mental. Es urgente la capacidad de adaptarnos, no a la dictadura de los algoritmos, sino a la posibilidad de convivir con los avances que facilitan nuestras comunicaciones, sin por eso abandonar el contacto con nosotros mismos.
Retomemos las riendas de nuestros proyectos y, con ellas, nuestra libertad. Solo así podremos decir que vivimos en un mundo más evolucionado.