— Y ahora en serio… ¿te crees todo lo que escribes? — preguntabas…
—¡Por supuesto que me lo creo!— Fue mi poco original respuesta, desconcertada ante una pregunta tan sencilla en apariencia, pero compleja en su significado más profundo.
Se supone que uno sólo hace, dice o escribe lo que cree y piensa. Se supone… Porque en realidad, en estos tiempos de hiper (pseudo) comunicación y sobreinformación, a veces no sucede esta bonita coincidencia y más bien la tendencia es a escribir lo que suene bien, lo que venda o enganche a más seguidores en menos tiempo. Creérselo o no ya es otro asunto, al parecer menos urgente.
Así que me gustó la pregunta y aunque no consiguió desvelarme, sí me tuvo unas cuantas horas cavilando. Me ayudó a revisar, a reiniciar, a actualizar el compromiso que adquiero cada vez que pulso el botón publicar para que las palabras viajen libremente.
Esta fue mi conclusión y esta es ahora mi respuesta:
Sí, todo lo que escribo me lo creo. Es bonito dejar en el papel plasmadas las ideas, pero inmensamente más bello es realizarlas…
Las palabras salen a veces a bocajarro, otras contenidas en gotero y siempre desde lo más profundo de mi alma.
Porque todo lo escrito ha sido antes escuchado, presenciado, sentido o vivido en mi propia piel y por eso me hago responsable de todo lo publicado y firmado con mi nombre.
Me lo creo tanto que intento vivir en coherencia, aunque de vez en cuando signifique soledades, silencios o abandonos y en muchos más momentos alegrías, sincronías y agradables encuentros.
Por supuesto que algún día he dudado de mi proyecto. Y cuando llegó aún más allá de lo que imaginaba me tapé la cara, sorprendida por mi propia incredulidad.
Me lo creo cuando constato que la práctica se acerca cada vez más a la teoría y viceversa… y que esa ligereza es actualmente mi mayor riqueza.
Sí, me lo creo porque mis contradicciones me amparan y no aspiro a perfecciones ideales ni a salvarme de nada.
Me lo creo porque el riesgo es mi mejor amigo, la curiosidad mi brújula y el amor mi faro.