Vivimos tiempos de gran intensidad política en todo el mundo. La incertidumbre es la regla y el absurdo, comparado con otros tiempos más previsibles, hacen que alrededor de cualquier mesa el tema esté candente.
Las comidas domingueras en familia, las cenas con amigos y los recesos en el trabajo se acompañan cada vez más de lluvias y tormentas de ideas. A veces las disertaciones toman formas más bien torrenciales y no hay quien consiga poner orden en un ambiente marcado por el desconcierto.
Y tal como la foto de familia o la fiesta de la noche anterior, ese desconcierto se refleja de otras formas en las redes sociales que permiten expresar, a veces escupir e incluso vomitar, la bilis resultante de tanto hartazgo en el mundo político.
Siempre viene bien intercambiar posiciones cuando la comunicación está amparada por la libertad de opinión, el respeto por la diferencia, la escucha y La Voluntad de Entenderse. Pero lamentablemente, estas actitudes no están siendo muy frecuentes y, en cambio, el clima se envenena con cada palabra punzante que corta hasta el aire que pocos respiran, en el afán de exponer sus certezas con la ambición de convencer a sus interlocutores.
Aparentemente, estas discusiones se limitan a una inocente y apasionada expresión de ideas y razones. Sin embargo la política –así como el fútbol, en otras ocasiones– suele ser un buen pretexto para comunicar muchos otros sentimientos que, por algún motivo, no se discuten abierta y conscientemente cuando existen vínculos emocionales. Esto sucede cuando la opinión de uno hace saltar alguna tecla emocional en el otro, llámese rabia, impotencia, decepción, irritación, etc.
Así es como la familia, la pareja o los amigos se enfrascan en discusiones que no llegan a ninguna parte, pero donde salen a relucir los “trapos sucios” de historias llenas de emociones latentes, heridas no curadas, recriminaciones encubiertas, odios nunca confesados, secretos, alianzas, juegos de poder, chantajes, manipulaciones y otros conflictos no resueltos
En vez de hablar claramente sobre lo que está pendiente en las relaciones, resulta más cómodo acusarse de reaccionarios, fascistas, populistas, comunistas, retrógrados, amigos de la corrupción, cómplices de actos violentos, ilusos o ignorantes. Saltan chispas en los ojos que reflejan, más que argumentos convincentes, desesperados sentimientos de soledad frente a la más profunda incomunicación.
Entonces una posición política que bien podría ser expresada de una manera tan contundente como amable, acaba trayendo a la memoria corporal esos recuerdos inscritos en los músculos, que se irritan y se tensan hasta hacer estallar emociones tan antiguas como reprimidas.
Y así, entre paellas, pucheros, cervezas, ajiacos o refajos —según donde esté uno— se va tejiendo una red de incomunicaciones, que lo único que consiguen generar es más y más desacuerdo, más resentimiento, más desencuentro, mientras se deja escapar la oportunidad de hablar, por fin, de lo importante
Cada cual con su carácter, cada familia con su neurosis, cada pareja con sus afectos reprimidos, necesitará solucionar su situación particular mientras el mundo gira en un caos mundial hacia destinos insospechados.
La situación exige posiciones claras y equilibradas, encuentros y disertaciones en climas de respeto y ambientes constructivos, más allá de nuestras más profundas e individuales experiencias porque, por más importantes que seamos, cada uno/a de nosotros/as es, simplemente, una pequeña partícula en un mundo que se destruye mientas miramos para otro lado.