Cumplimos años, celebramos nacimientos, bodas, enterramos a nuestros seres queridos, conmemoramos fechas que nos han hecho reír o sufrir. No hay mayor misterio en esto aunque, si cavamos un poco, algunos de estos eventos también traen historias dignas de ser elaboradas con cuidado.
Y cavando un poquito más, resulta que hay aniversarios de los que no somos conscientes, ya sea porque no recordamos la experiencia o porque ni siquiera estuvimos presentes, y sin embargo resuenan en algún lugar de nuestro interior.
Porque el cuerpo sí recuerda
En el contacto con las sensaciones podemos encontrar nuestra memoria más fiel, porque el cuerpo sí recuerda. El inconsciente guarda las memorias que nosotros reprimimos y las saca del cajón para mostrárnoslas cuando vivimos algo parecido, algo que le resuena.
Pero no nos muestra las memorias como si fueran un video o un álbum de fotos. Sería genial pero no funciona así. Lo hace por otros medios como los sueños, que son uno de sus lenguajes preferidos. O también usando el cuerpo como vehículo de comunicación, como una llamada de atención para que le hagamos caso.
Entonces nos da señales de las que sí somos conscientes, aunque en ocasiones pretendamos ignorarlas también. Esas señales son nuestros síntomas, como la ansiedad, algunos estados depresivos o enfermedades psicosomáticas, por ejemplo.
Duelo y aniversario, en la (i)lógica inconsciente
Vivimos algunos duelos conscientemente, con sus rituales y su tiempo de luto. A veces no se completan los procesos y se queda algo pendiente, que nunca es tarde para resolver. De eso hemos hablado en otros escritos de este blog, te invito a leerlos:
La vida sigue y cada quien coge su camino. Excepto en los duelos que se complican, con el tiempo aprende uno a vivir sin esa persona, sin esa situación o sin cosa que se ha perdido.
Pero puede pasar que, sin darnos cuenta, algún duelo no haya acabado de elaborarse, así como otras emociones y sentimientos asociados (como miedo, culpa, rabia, sentimiento de abandono, etc.) y que estos se desvinculen de los estados físicos o emocionales presentes, a los que no se les encuentra explicación. Pongamos un ejemplo:
Una persona llega a mi consulta de psicoterapia contando que se siente abatida, irritable y confundida. No lo entiende pues todo le va bien en su vida, digamos que no tiene de qué quejarse y sus amigos le sugieren consultar con un psicoterapeuta.
A medida que, por medio del trabajo psicocorporal utilizado en la Psicoterapia Caracteroanalítica, se va permitiendo tomar contacto con sus sensaciones y reconocer sus rasgos de carácter, esa persona va atando cabos y se da cuenta de que hace unos años, justo por esta época, uno de sus familiares enfermó y pocos meses más tarde murió. Al recordar su pérdida, reconoce sus sensaciones presentes en las mismas que vivió en su momento… «justo por esta época».
El inconsciente no tiene lógica, o mejor dicho sí la tiene, pero la suya, y no como nosotros racionalmente la concebimos. Le da igual si algo sucedió hace 40 años o hace 6 meses. Entonces cuando saca del cajón alguna memoria, las sensaciones que nos llegan pueden ser las mismas, como si no hubiera pasado el tiempo.
Durante el proceso psicoterapéutico, esa persona pudo permitir a su inconsciente abrir el cajón de sus memorias y en vez de mirar hacia otro lado, aprovechó la apertura para hacer consciente lo inconsciente, con su miedo, su rabia, su dolor y todo lo que trajera.
Y a partir de ahí, con las fichas encima de la mesa, se pudo organizar el puzzle. No hizo falta, por mi parte, dar largos sermones ni hacer de pitonisa. Tampoco hizo falta dar respuesta a las cuestiones que ella tenía que responderse a sí misma. Sí hizo falta algo de tiempo, bastante paciencia, gran empatía y una sistemática de trabajo coherente.
El duelo… pero no solo el duelo
Entonces el inconsciente tiene su propia manera de calcular las fechas. Los procesos de duelo nos lo muestran muy claramente y los aniversarios son excelentes momentos para desplegar sus alcances.
Pongo el ejemplo del aniversario de un duelo, porque además de ser una de mis especialidades, es relativamente fácil de comprender para muchos de nosotros. Pero ni la muerte de una persona cercana ni el duelo, son las únicas experiencias relacionadas con los aniversarios.
Nos referimos también a las experiencias traumáticas, a experiencias dolorosas o vergonzosas, que alguna vez creímos inconfesables y por eso escondimos, obviamente sin darnos cuenta, en el famoso cajón del inconsciente.
El hecho de que llevemos a cuestas vivencias que se alejan de nuestra consciencia, no quiere decir que estén fuera de nosotros. Al contrario, es como llevar dentro un secreto bien guardado, pero que intenta salir por donde sea, como cuando alguien te cuenta un chisme y te hace prometer no decirlo a nadie, pero es tan bueno que, cumpliendo con tu promesa, acabas contándolo indirectamente, aunque sea para aliviarte un rato.
El aniversario es como un timbre, un evento que nos recuerda que algo está llamando para ser visto y escuchado, para que no se no se nos olvide de verdad.
Síndrome del aniversario, más allá de lo individual
Varios autores de la corriente sistémica con base psicoanalítica, han investigado sobre lo que Josephine Hilgard llamó el Síndrome del Aniversario, que en resumen define la conexión que se activa en el inconsciente para revivir e intentar expresar traumas pendientes de resolver.
Se refiere a traumas y duelos, como ya hemos visto, pero también a otras vivencias de la biografía que acaban haciendo parte del inconsciente colectivo, ese concepto creado por Carl Jung, para hablar de lo que se encuentra fuera de nuestra consciencia, pero que además es común con el inconsciente de otras personas de nuestro grupo social como es, por ejemplo, la familia.
En cuanto nacemos, entre pañales y sonajeros recibimos un legado transgeneracional, que es invisible. Nuestro apellido viene impregnado de una larga, larguísima historia, tan real como la vida misma, con sus más y sus menos, con sus alegrías y sus pesares.
Porque todas las familias tienen su novela, su identidad, sus secretos, sus medallas, sus vergüenzas, sus duelos y sus historias no resueltas, así como sus códigos, sus mandatos y sus lealtades. Y también tienen sus memorias, algunas tan antiguas que ya es difícil seguirles el rastro, pero a la vez muy presentes en las vivencias de las generaciones que les siguen.
Es parte de la vida, de la biografía de un sistema. Y no es un problema, a no ser que se siga pretendiendo mantener ocultos los eventos, mientras se transmite lo no resuelto de generación en generación, viviendo como si «aquí no pasó nada» o como que «así nos gusta estar», o como que «somos geniales, los que tienen que cambiar son los demás»… o sea justificando, negando, pasando de largo, hasta que, si hay «suerte» (por no llamarlo consciencia), alguien se anima a romper los hilos ya oxidados y parar el cuento.
Parar el cuento… ¿Pero cómo?
¿De qué te sirve saber que tu bisabuela tuvo un aborto a la misma edad que lo tuviste tú, si con esa información no vas a resolver nada de tu historia o de tu presente, y en cambio sí te vas a hacer la cabeza un lío?
¿De qué te sirve saberlo si no vas a poder diferenciar lo que es tuyo y de los otros, lo que es pasado o presente, lo que es real o proyectado, lo que es persona o carácter?
¿Para qué abrir heridas que no se pueden cerrar ahora, porque no es un momento oportuno? Y lo más importante: ¿Cuándo es un buen momento?
Todas estas preguntas deberían tener sus respuestas antes de emprender un viaje a ciegas hasta los rincones del interior. Y estas respuestas no son las mismas para todo el mundo.
Tal vez hay que empezar por el principio. Por el contacto con nuestras propias sensaciones, las del aquí y ahora, e ir desanudando poquito a poco, sin prisa, sin forzar, respetando el ritmo, las posibilidades y los límites, dando tiempo como cuando las puertas se abren, simplemente con el soplo de un aire fresco. Eso es lo que llamamos «proceso psicoterapéutico», que significa: «con tiempo, con cuidado y sin violentar».
Entonces sí, se puede parar el cuento… y también se puede reescribir la historia.