Son tiempos de cambio. Al empezar el año se hicieron proyectos y propósitos. Todo para bien, para mejorar, para ser feliz, con la determinación de esforzarse al máximo para conseguir progresos.
Entrar al gimnasio para bajar esos kilos de más, dejar de comer tantos chocolates y de picar entre comidas, estar más pendientes del peinado, aprovechar las rebajas para renovar el armario y comprar esa crema anti edad que anuncian en la televisión e iniciar un programa personal de renovación… ¡parecía una buena idea!
Pasó Enero con su cuesta y Febrero se va como una estrella fugaz. Algunas de las promesas de fin de año se quedaron en buenas intenciones y otras, afortunadamente, se mantienen a flote. Y, sin embargo, algunas veces queda en el fondo la misma insatisfacción, la de siempre, se compre lo que se compre y sea cual sea el olor de la crema nueva o el color del vestido de rebajas. El espejo devuelve una invisible pero perceptible expresión de incomodidad, de cansancio o de tristeza, que los bien intencionados propósitos no han podido combatir.
¿Será que hay que esperar un tiempo más para que tengan efecto los nuevos propósitos?
Es posible, porque todo lleva su tiempo y su proceso. Pero también es posible que se hayan omitido algunos aspectos importantes en el plan de cambio.
Porque la apariencia externa está muy bien, pero lleva su trampa cuando se ignora la estética de base, la que da brillo, suavidad o elegancia reales y duraderas. Se pueden pasar dos horas diarias en el gimnasio y un día en el centro comercial probando infinidad de modelos bonitos y eligiendo los mejores y más novedosos productos. Pero… ¿Cuánto tiempo se invierte en revisar el cuerpo por dentro y tomar consciencia del mundo interno?
Para esto no hay maquillaje que valga. Cuando se ignora el peso de los duelos no resueltos, de la insatisfacción crónica, de la soledad que se siente incluso en medio de la multitud, el vestido más nuevo se ve ajado y el mejor cuerpo se ve desequilibrado
El propósito de mejorar la imagen personal es legítimo y muy sano. Y está muy bien acceder a las facilidades que la vida moderna nos ofrece para lograrlo. Pero ignorar lo que sustenta esta imagen es como pretender construir una casa obviando los cimientos y los pilares, por el afán de pintar las paredes para poner los cuadros.
Una buena imagen se basa en una sana auto imagen. Que nos quieran y nos acepten no depende tanto de las oportunidades que encontremos en las tiendas, como de la forma en que nos relacionamos con nosotras/os mismas/os. Desintoxicarse de viejas pautas o de hábitos del carácter que ya no se necesitan, también puede ser una buena manera de emprender un proceso de cambio, con consecuencias positivas para la estética externa… e interna.