No hay ilusión más ingenua que la de creer que se puede vivir sin ilusiones,
ni fe más ingenua que la de creer que se puede pensar sin fe
– Estanislao Zuleta –
Idealizamos. Está en el origen de nuestras relaciones y aunque no lo podamos evitar, sí podemos comprender sus mecanismos en el amor, en el pensamiento y en nuestras acciones.
Para escribir esta entrada he reflexionado unos cuantos días, recordando las palabras de Estanislao Zuleta (1935-1990), aquel filósofo colombiano que tanto nos aportó en su momento y que lo sigue haciendo hoy con su legado. En uno de sus ensayos llamado Idealización en la vida Persona y Colectiva, habla sobre el proceso de idealización en ámbitos como el amor, la política, las formaciones colectivas o los grupos religiosos.
Aunque muchos otros pensadores han abordado el tema con gran lucidez, he basado este escrito en algunas de las ideas de Zuleta, esperando que mi interpretación haya sido acertada y deseando que lo que añado —influida por el pensamiento reichiano— sirva como motivación para la reflexión y el aporte de puntos de vista nuevos o diferentes.
¿Cómo idealizamos?
Imagina un álbum de recuerdos en el que puedes elegir las escenas agradables o las dolorosas según los sentimientos que te evoque alguna persona, cosa o experiencia de tu vida. A partir de esta selección construyes un imaginario, aunque pienses que no hay nada más transparente que tu percepción de la realidad que viviste. Este es un proceso inconsciente.
Me recuerda este mecanismo a una bella canción de Concha Buika llamada «Volverás», en la cual transmite un intenso dolor debido al abandono de su amante, a quien reta pronosticando su «seguro» regreso. Con tono de transitoria rendición dice: No eran tan falsas aquellas mentiras, ni tan verdaderas tus verdades favoritas, no fueron tan callados aquellos silencios, no fueron tan malos algunos momentos…
La idealización es un proceso que funciona por medio de imágenes tomadas de nuestras experiencias pasadas, pero aisladas de un todo y de una continuidad. Tomamos trozos de la realidad vivida y les damos un sentido absoluto, como si allí estuviera la esencia, la totalidad de un momento o la experiencia absoluta de una relación.
¿Por qué idealizamos?
Nos gusta pensar que aquello a lo que entregamos nuestra confianza y nuestra vulnerabilidad no nos va a decepcionar nunca. Y para poder arriesgarlo todo, investimos a la otra parte de unas cualidades en las que apoyamos nuestra esperanza de que las cosas irán bien.
Proyectamos nuestros deseos y nuestros planes idealizando un final feliz… o infeliz. Porque según nuestro estado de ánimo o nuestro carácter, el fin que imaginamos puede ser placentero o por el contrario más cercano al fatalismo, a la premonición del fracaso, de que el otro nos va a engañar, de que no va a durar, de que no lo lograremos.
De cualquier manera, al idealizar un fin ya sea satisfactorio o no, lo que ideamos es el resultado pero no los medios que nos llevan a éste, es decir que no contamos con el proceso. Cuando imaginamos un logro, una satisfacción o un reconocimiento, nos vemos en el momento del disfrute pero no en el tiempo que le precede con su lucha, su espera o su desesperación.
Idealización en la vida personal
La vida personal es un ámbito donde los afectos emanan con tanta claridad, que la idealización se hace presente desde los comienzos de las relaciones.
Por ejemplo, al iniciar una relación amorosa hay un proceso de enamoramiento que constituye una base para la conformación de futuros proyectos en común y que alimentan a la pareja en su camino.
En ocasiones, después de un tiempo en una relación amorosa en que todo se veía tan bonito al principio, algo se tuerce y las diferencias acaban por quebrar tanta perfección.
Ante la frustración que supone, puede suceder que la percepción nos juegue una mala pasada y nos acordemos sólo de lo «malo». Con esta selectiva colección de recuerdos, quien al principio era un dechado de virtudes de pronto se convierte en la peor persona conocida hasta el momento.
En el caso contrario, puede suceder también que, ante la dificultad para elaborar el duelo por la ausencia de alguien que nos ha dejado, nos acordemos sólo de lo «bueno» reprimiendo los recuerdos que consideramos negativos y que nos supondría un conflicto reconocer.
Pongo el ejemplo de la relación amorosa pues es muy claro y reconocible para la mayoría. Pero la idealización en la vida personal no se limita a la pareja. Puede suceder en cualquier relación interhumana en el ámbito de la amistad, de relaciones laborales, de vecindad, etc., y también con animales, objetos, lugares o momentos a los que imprimimos nuestras vinculaciones afectivas.
Idealización en la vida colectiva
Con los imaginarios se fundan las relaciones íntimas, así como las adhesiones a grupos y a colectivos con fines políticos, profesionales, filosóficos o religiosos. Así funciona la mente y más vale comprenderla que juzgarla, porque a veces la idealización nos pone en aprietos cuando se queda anclada en el inconsciente, mientras domina ciertas circunstancias de nuestra vida.
Dominados estamos cuando idealizamos a los demás sobrevalorando sus virtudes sin pasarlas por ningún asomo de relatividad. Nos gustaría ser igualmente valorados y nos dedicamos a mostrarles imágenes para que puedan captarnos tal como queremos que nos vean.
Cuando no podemos hacer conscientes estas tendencias, nos volvemos hipersensibles a todo lo que pueda dañar la imagen que tratamos de producir y la dificultad está en que acabamos dependiendo absolutamente de la idea que se hacen las otras personas sobre nosotros y de su aprobación.
Cuando la ciega aprobación se convierte en una necesidad vital, los amigos serán exclusivamente aquellos que cumplen con esta expectativa y los que no, representan una amenaza por su actitud de diferenciación, cuestionamiento o crítica. Aquí cobra inmenso valor el famoso si no estás conmigo, estás contra mi.
Necesidad de idealizar y necesidad de ser idealizado
En la interacción humana, la idealización puede tomar dos sentidos. Uno, cuando se busca ser idealizado, por ejemplo a partir de una necesidad narcisista o para compensar la carencia de la propia valoración, o tal vez por la necesidad de exteriorizar una convicción y necesitar que los demás la compartan con el mismo fervor.
Otro, cuando se necesita idealizar a una persona, grupo, ideología o a cualquier sustituto imaginario que represente seguridad, acogimiento o protección y que garantice una identidad que no se puede uno crear por sí mismo. Se busca entonces aquello que responda a todas las preguntas y que ahorre el esfuerzo de respondérselas naturalmente, en el camino de la vida.
Dice Zuleta:
El que tema de antemano toda sospecha y todo recelo que pueda obligarlo a pensar en sí mismo y anhele por el contrario sumarse a toda palabra que quiera enseñarle lo que hay que hacer, pensar y desear, ese ya va en busca del líder o del profeta y no dejará de encontrarlos. –E. Zuleta
Porque siempre habrá alguien dispuesto a saborear el subidón que supone la sumisión de otros, evitando a toda costa la crítica y resistiéndose a nuevas formas de ver las cosas. Zuleta lo expresa así cuando se refiere a la idealización en colectivos intelectuales:
Porque ninguna teoría está protegida contra el delirio y ningún pensador contra la demanda de idealización. Porque oír no es solamente seguir un encadenamiento de razones lógicas sino también participar en una experiencia, ponerse en el lugar del otro, y en esto intervienen necesariamente la identificación y el amor. No hay ilusión más ingenua que la de creer que se puede vivir sin ilusiones, ni fe más ingenua que la de creer que se puede pensar sin fe. Lo que realmente importa sin embargo, es saber en qué medida el proceso vital e intelectual es capaz de volver críticamente sobre sí mismo, de ser revisionista, o si por el contrario se conserva patológicamente ortodoxo. Pero es allí exactamente donde está el gran peligro, porque desde la idealización y el amor se corre el riesgo de aceptar cualquier cosa, y por ejemplo de no aprender ya nada, sino solamente recibir una revelación. –E. Zuleta
A partir de estos miedos disfrazados de demandas de lealtad incondicional y compulsiva, se llega a neutralizar el peligro excluyendo o incluso negando a quienes no siguen las pautas marcadas. Así se acalla con relativa facilidad la evidencia de que lo que se cree con tanta pasión no es válido para todo el mundo.
Idealizamos y, como mecanismo de defensa, funciona para contener las esperanzas de que las cosas nos vayan bien esta vez. Y no sirve de mucho pretender no idealizar. Difícilmente podremos llevar a cabo un proyecto vital o iniciar una relación amorosa pensando fríamente en los dolores de cabeza que nos va a suponer. Pero…
Tomar consciencia nos da la oportunidad de comprender, o al menos de relativizar nuestras percepciones para mantener una parcela de libertad dentro de nuestros límites como seres humanos, complejos y multidimensionales.