Con un click ya creemos conocer la causa de todas las dolencias, lo que hay que hacer para no estar tristes o cuáles son las mejores actividades para no aburrirnos si los planes nos fallaron.
Primero la duda, de inmediato el click y luego las cien mil respuestas que aparecen en segundos. Parece suficiente, pero en cambio vienen más preguntas y si uno se descuida puede acabar en un bucle tan absurdo como pasarse la noche preguntando en internet… ¿Por qué no puedo dormir? sin dase cuenta de que la respuesta viene ya incluida en la pregunta.
Pero no vamos a demonizar ahora a internet. Y mucho menos yo, que agradezco la gran oportunidad que me brinda al conseguir llegar a tu pantalla con estas palabras.
Tenemos más recursos para un constante acceso a la información. Consumimos libros, películas, cursos, revistas y más cursos, más libros y más películas y más revistas… Nada es malo, todo aporta… pero por algún motivo seguimos sintiendo una especie de vacío y ansiedad en la misma proporción que la voracidad con la que consumimos contenidos.
Parece entonces que entre más sabemos, menos entendemos… o algo así…
Tal vez el embotamiento a causa del exceso de información esté acabando con nuestra cordura. Porque llega un momento en que hasta la propia sensación desaparece. Y la intuición ni se diga.
Nos hemos alejado tanto de nuestra naturaleza… porque como seres humanos que pretendemos ser, tenemos una necesidad orgánica, natural, de saber y conocer el mundo que nos afecta y al que afectamos. Pero el saber también implica un proceso, una curiosidad, una investigación, un tiempo, un descubrimiento y antes de todo eso una aceptación: La de No Saber.
Sin embargo, nos está gustando mucho eso de saltarnos los pasos y querer la respuesta aún sin saber exactamente cuál es la pregunta.
Últimamente la vida nos viene dando uno que otro aviso, para recordarnos que por más que lo intentemos, no podemos saberlo todo. Cuando algo que no veíamos venir o que no creíamos que pudiera suceder ha sucedido, nos acordamos de que estamos muy lejos de nuestra ilusión de control. Y nos resistimos con indignación o nos aliamos con la capacidad de vivir en la incertidumbre y aceptar que no sabemos.
No sabemos. Y también alivia admitirlo. Ya no hace falta competir para mostrarle al mundo lo acertados/as que somos ni actuar un rol basado en falsas imágenes. Podemos pasar del ideal de perfección, contar con nosotros/as mismos/as y con las personas que nos inspiran real confianza, aunque no tengan demasiado que ofrecer… esto ya parece suficiente para mantener un equilibrio.
Pero no saber también trae consigo una actitud. No significa resignarse y quedarse en el sofá mirando lo que echan en la televisión porque «como no sé, no soy responsable de nada». Es muy diferente atreverse a vivir el vacío y empezar —de nuevo— a llenar la mochila con las piedritas que se van encontrando en el camino, que quedarse viviendo a la intemperie cognitiva y emocional por no animarse a dar un solo paso.
Observar, sentir, investigar, aprender, no se limitan a las aburridas tareas para el colegio o la universidad ni son propiedad privada de laboratorios para descubrir la solución más grande del momento.
Investigar también es el intento de comprender el mundo, nuestras sensaciones, valores, creencias y también nuestra manera de estar en la incertidumbre. Es una oportunidad para descubrir la inmensa biblioteca emocional y cognitiva que nuestro cuerpo contiene. Ese cuerpo que tanto maltratamos y en el que tan poco confiamos.
No saber, no nos convierte en esclavos ni en eternos ignorantes. Es simplemente el punto de partida hacia un lugar que se descubre paso a paso. Y ese lugar está afuera, pero también adentro. Porque más allá de la incertidumbre habrá algo, posiblemente hermoso, que nunca podrán enseñarnos las certezas.