Mareada de dar vueltas buscando aparcamiento por Valencia, morían lentamente los minutos. Para no claudicar en el intento me distraía pensando en la próxima entrada para el blog. Tenía una buena idea que ahora no recuerdo, pues voló por los aires cuando por fin visualicé un lugar para estacionar. Puse rápidamente el intermitente con actitud triunfante. Sólo faltaba esperar unos 20 segundos a que el semáforo cambiara a verde y el coche que iba adelante avanzara un poco, para permitirme hacer la maniobra. Pero para mi sorpresa, no sólo no avanzó sino que su ocupante también puso el intermitente y aparcó en mis narices, como Pedro por su casa.
No, no me alegré por su suerte, al contrario, sentí ganas de ser por ese momento esa persona o, al menos, deseos de que se hubiera costipado esa mañana y no hubiera podido salir de su casa. Es decir, sentí envidia. Fue en ese momento cuando llegó la presente idea para el blog así que, después de todo, sólo me queda dar las gracias.
Se supone que nacimos para disfrutar de la vida. Para descubrir, conocer, aprender y para compartir con otros seres humanos el camino. Esto siempre suena bien, hasta cuando aparecen las limitaciones particulares que nos alejan y nos dejan atrapados en el laberinto de la soledad
La envidia, una palabra tan popular, el “deporte nacional” que casi pasa desapercibido hasta que alguien que lo siente y otro lo sufre. Significa “deseo de algo que no se posee, lo que provoca tristeza o desdicha al observar el bien ajeno” (RAE).
Según desde donde se mire, la envidia puede ser pecado, maldad o enfermedad. Sabemos que en este blog los juicios de valor se reducen a cero, en lo posible, así que no nos dedicaremos a crucificar a nadie. Lo que sí haremos será analizar sus implicaciones. La situación puede ser tan variada que sería imposible describirla completamente.
Anécdotas de la vida cotidiana nos muestran infinitos ejemplos, desde la vecina que no soporta las flores que la otra puso en el balcón, hasta el colega que se siente destrozado porque a su compañero le han ascendido, pasando por quien que se siente indignado/a por el hecho de que otro/a tenga dinero, belleza, simpatía, sexo, cultura o éxito. Y también hay una gama de intensidades que van desde mi inocente y momentánea frustración al intentar aparcar, hasta la necesidad imperiosa y permanente de dañar a los demás.
La respuesta de una persona envidiosa a estas cualidades o coyunturas ajenas suele ser la de un gran malestar, acompañado de la necesidad de aplacar tanta cosa buena con directas o indirectas denigrantes como: “con la mano que tiene, las flores que puso en el balcón se marchitarán pronto” ó… “con lo malo que es en su trabajo, tuvo que hacerle la pelota al jefe para conseguir ese puesto” ó… “se acuesta con el primero que la mira”, ó… “quien sabe a cuántos ha estafado para tener tanto dinero”, ó… “no es tan guapa cuando se quita el maquillaje” ó… “se pasa la vida leyendo mientras otros/as trabajamos”.
Pero, a no ser que la persona que envidia confiese directa y verbalmente su situación, no se puede asegurar a ciencia cierta que alguien la padece.
La comunicación está compuesta por unos entresijos caracteriales muy complejos y además la envidia no tiene tan buena fama como para ir por ahí presentándose con ella a cuestas
De todas formas la “víctima” lo nota, cuando no se trata de una distorsión perceptiva más cercana a la paranoia, de quien vive pensando que es la envidia de todo Facebook por cambiar la foto del perfil día sí, día no.
Cuando este no es el caso y la mente anda más clara, la envidia aparece transparente en las palabras pero también en los silencios, en los gestos o en las actitudes de rechazo, agresión, dominio, represión o venganza y hasta en el falso humor. Incluso en ocasiones, una actitud o palabra desdice a la otra, como por ejemplo cuando, con el rostro sonrojado de rabia, alguien le dice al compañero cuánto se alegra de que por fin haya podido conseguir esas anheladas vacaciones.
¿Qué hay detrás de la envidia?
Seguramente emociones variadas atropellándose en el interior. Habría que ver cuáles son esas emociones en cada caso. No es suficiente la fácil generalización tipo “lo que pasa es que tiene la autoestima baja”. Huyendo de estas simplificaciones, también se evitan aquí consejos como: “empieza a valorarte”, “ama a todo el mundo”, “piensa en positivo” ó “20 tips para no tener envidia nunca más”. No es tan simple. Cada uno/a tiene sus motivos y su historial.
Pero sí hay algo que parece ser común y es la incapacidad de disfrutar de las fortunas ajenas y lo más curioso es que lo que se envidia suele convertirse en algo deseable, justamente porque otro/a lo tiene
Sentir alegría, tristeza o rabia no es algo que se pueda decidir. Sucede o no sucede. Así que sentir envidia no convierte a alguien, necesariamente, en una mala persona. Posiblemente, sin darse cuenta ha mordido la carnada y se ha dejado llevar por esa doble moral social que impone el éxito propio mientras condena el ajeno, transmitiendo un mensaje como: “si a el/ella le va bien es porque tú has hecho algo mal”. Con este panorama, sentir alegría por el otro sería casi un suicidio.
Hay quienes tienen la costumbre de suavizar las cosas con la famosa “envidia sana”. O es envidia o no lo es. Y si es envidia no es sana. Por otra parte, puede que el malestar por el éxito de otra persona recuerde algunos asuntos que uno tiene pendientes o le haga caer en cuenta de que no ha hecho los esfuerzos suficientes para lograr algo y decida moverse, para ponerse al día, en vez de dedicarse a dejar mal parado al amigo triunfador. Imitar las cualidades positivas de alguien cuando esto es posible, no convierte a nadie en envidioso y en cambio sí le puede aportar una forma diferente de actuar en el mundo.
Entonces la característica de la envidia no está solamente en la frustración que produce el bienestar de los demás, sino en la necesidad de destruirle de alguna manera por no poder soportar ese bienestar
Sobre la envidia también habló Wilhelm Reich, cuando se refería a la Plaga Emocional. La plaga emocional se refiere a una serie de emociones y actitudes irracionales, presentes en todos nosotros, pero no por ello saludables. Es decir, son “normales” pero no “naturales”. Allí se alojan la difamación, los prejuicios, la envidia, la represión y muchos otros.
Con respecto a la envidia, Reich decía que esta existe en todos los casos de plaga emocional, junto con “un odio mortal a todo lo sano”. Pone un ejemplo muy real, el de la persona frustrada sexualmente que no tolera la felicidad de los demás, haciendo lo que sea posible por impedir su placer. Para Reich, la persona afectada por la plaga emocional se caracteriza por la “contradicción entre el intenso anhelo de vida y la incapacidad de encontrar una correspondiente satisfacción en la vida”. Para quienes deseen profundizar en el tema de la plaga emocional, sugiero su lectura completa a la que podrán acceder en su obra “El Análisis del Carácter”.
Por su parte, Luis Chiozza habla de la posible función defensiva de la envidia, frente a situaciones extremas que se encuentran más allá de esta. La relaciona con la secreción hepática de la bilis, que es amarga. Dice, hablando de los afectos inconscientes que se ocultan en las enfermedades, que “las afecciones de las vías biliares sustituyen sentimientos que no llegan a desarrollarse plenamente como envidia porque la conciencia impide ese desarrollo”.
Es decir que la envidia sirve como mediador de una transformación excesiva del proceso digestivo y que, si no cumpliera su función, el resultado sería un rechazo inmunitario. En este sentido, la envidia está más relacionada con la esperanza que con el pecado, esperanza que aspira a la incorporación.
Traducido al mundo de las emociones, la envidia protege de algo imposible de “digerir” por las vías naturales. Entonces, en lugar de demonizar esta desagradable sensación, sería más interesante analizar qué impide que no se puedan incorporar positivamente los éxitos ajenos de una manera natural.
Esto me recuerda el hermoso pensamiento de Nelson Mandela:
[…] Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros. —N. Mandela
Al parecer, el enemigo no está fuera sino dentro. Y esto convierte automáticamente el problema en una oportunidad para transformar la envidia en aceptación, la competencia en colaboración, el aislamiento en comunicación, el límite en liberación, el resentimiento en placer por la vida.