Como si nos inyectaran la dosis diaria, el mensaje es contundente: «hay que estar bien». No hay que enfadarse ni darle importancia a lo que nos entristece. En cambio, hay que meterse en la cabeza que todo es genial, vayan como vayan las cosas. Esta es la farsa del eterno bienestar.
No se dice así, de manera tan burda como lo acabo de escribir. Al contrario, la idea es hacer como que uno no se da cuenta, como en las propagandas de televisión, todos contentos, comiendo pizzas y disfrutando del queso que se estira hasta llegar a la boca junto con la masa hojaldrada, crocante y aparentemente capaz de hacer olvidar las prisas, los miedos o los sinsabores de la jornada.
Santo remedio. Magia que hace que dos o tres generaciones se encuentren en el mismo espacio sin conflicto, que una pareja armonice alrededor de una mesa, sin ningún esfuerzo y con todo el tiempo por delante un miércoles por la tarde, o que un/a adolescente olvide sus inseguridades en cuanto vuelve del instituto.
¿Dónde está la farsa del eterno bienestar?
La pizza estará buenísima pero la realidad –al menos la de mi jornada laboral– es que muchas personas se preguntan qué estarán haciendo mal para no sentirse tan bien como suponen que «deberían». Por esto no me sorprende que el escrito de este blog publicado hace unos 3 años largos y que titulé: ¿Por qué me siento tan mal si todo me va tan bien? se lea cada vez más en diferentes países, especialmente en Europa y América, de Sur a Norte.
Es muy común que, cuando las personas acuden a la consulta psicológica sin previo conocimiento de lo que supone una psicoterapia, imaginen una meta imposible de alcanzar, pero además indeseable desde el punto de vista de la salud mental: la de no volver a tener problemas, sentirse tristes, enfadarse, desenamorarse, preocuparse, equivocarse, etc. Es decir, la viva imagen idealizada de la felicidad permanente, que tanto daño y tanto sufrimiento ha causado.
Lamentablemente nuestras sociedades carecen de suficiente cultura terapéutica, de la capacidad para avalar la compleja gama de emociones humanas y ayudarnos a gestionarlas en la vida cotidiana.
Por el contrario, una taza de moralismo, un frasco de represión, tres cucharadas de culpabilidad, un litro de hipocresía y una tonelada de narcisismo, son excelentes ingredientes para la receta más exitosa y rápida del momento: la de la «pizza frustración», a la que no se le estira el queso pero sí se multiplica día a día, como la masa madre.
«Estar bien» significa mucho más
En psicoterapia, frecuentemente hay que hacer varias sesiones para comprender que «estar bien» significa mucho más que el bienestar que nos venden por la tele. Que no basta con escuchar audiolibros prometiendo cambiar vidas mientras vamos en el coche. Por supuesto que tampoco es suficiente con leer los escritos de este blog, cuya única pretensión es la de ofrecer guías informativas para quienes buscan algún puerto seguro donde aparcar los miedos o las dudas, o simplemente acompañarnos en el gusto por los temas de la vida emocional.
Cuando se sufre, los atajos se limitan a alivios temporales, como mucho. Posiblemente la sensación más placentera que conozco –en propia piel y presenciada en otras vidas–, es la de estar al día en la consciencia de las emociones permitiéndonos sentir lo que sentimos, sea lo que sea, sin juicios de valor, sin miedo, sin reparo y buscar vías de expresión lo más naturales posibles, o sea saludables aunque no siempre demasiado populares.
Es el mejor antídoto contra la resignación, la mejor pócima para los males de amor, la mejor receta para la vitalidad…
No hay más misterio. Pero sé que no se puede cuando los bloqueos impiden la expresión, cuando estos acorralan lágrimas y voces, cuando el mundo interior se ve borroso. Aun así, siempre habrá una rendija por donde respirar. Habrá que seguir intentándolo. Si de verdad queremos abrir la puerta, hemos de confiar en que es posible… y sobre todo necesario para nuestra salud física y mental.