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La soledad del selfie

Es la soledad del selfie, que por más intentos que se hagan con las múltiples herramientas de la cámara, no acaba de reflejar lo que se desearía encontrar afuera mientras se evita encontrarse por dentro

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7 mins
Soledad Del Selfie
Imagen: ijmaki

Fue hace varios años cuando estuve en una impactante exposición de arte en Bogotá. Era un mural gigante con cientos de fotos de carnet, una colección en permanente movimiento ya que su carácter interactivo invitaba a “adoptar” una de las fotos dejando otra en su lugar, llevarla en la cartera y convivir con ella por unos días.

¿Quién sería la persona en esa foto? ¿Cómo era su vida? ¿Qué transmitía su rostro, su mirada, su imagen?… ¿A quién se llevaría en la cartera como si fuera el hijo, la madre, el amante?

Quienes aceptaban la aventura, reflejaban sus sensaciones al cabo de los días. La exposición se cerraba con diferentes expresiones, ya fueran narrativas o artísticas acerca de la experiencia.

Me detuve un rato largo observando cada rostro integrado en el mosaico de desconocidos, dejándome sentir sus rasgos de foto nueva o antigua, lisa o arrugada en un tiempo aún ajeno al editor de fotos digitales.

Todavía recuerdo algunas caras o al menos sensaciones de ese día. Si tuviera el don de dibujar, pintaría risas saliendo de estas fotos, secretos, heridas de otros tiempos, silencios, anhelos o recuerdos.

Cientos de rostros en pequeños cuadrados de papel, esperando a ser rescatados o tal vez dejados en paz pero siempre, y digo siempre, expresando algo, aunque fuera el deseo pocas veces concedido en una vida, de no salir tan poco favorecido en una foto de carnet.

¿Qué sucedería en el momento de la foto? Seguro que alrededor habría algo y sobre todo alguien. Imagino un ambiente con sofás, telas, tal vez marcos, otras fotos reveladas y por revelar, gente esperando turno, niñas y niños alterados por los disparos de la cámara, madres y padres aplicando la clásica estrategia de la persuasión, un fotógrafo con prisas, una amiga acompañando. Gestos, sonidos, palabras, indicaciones acerca de posturas: “aja… así… muy bien… ya está”.

Cuántas historias podríamos inventar a partir de estas imágenes. Cuántas generaciones y experiencias impresas en tan poco espacio. Cuántas oportunidades de conectar con los demás.

Hoy lo tenemos muy fácil para tomar una foto de aparente calidad, con solo un click en nuestro móvil. No se nos escapa ni una mariposa que por hermosa que sea, si la rayita de la punta del ala no nos gusta, pues nada más cómodo que pasarla inmediatamente por un filtro y hacerla desaparecer.

Pero esta facilidad que tantas veces se agradece, también puede convertirse en una trampa y de hecho está creando algunos inconvenientes. Y ya no hablamos de mariposas…

Es lo que revela la insatisfacción crónica acerca de la imagen personal.

Es la soledad del selfie, que por más intentos que se hagan con las múltiples herramientas de la cámara, no acaba de reflejar lo que se desearía encontrar afuera mientras se evita encontrarse por dentro.

La Salvación de lo Bello

Byung-Chul Han, en su libro “La salvación de lo bello”, habla de la tendencia actual en que se valora lo bello asociado a cuerpos sin fisuras ni rasgos particulares, resaltando lo terso y pulido que corre en busca del me gusta en las redes sociales. La estetización demuestra ser una “anestetización”, dice este filósofo.

El selfie es un excelente ejemplo y viene cargado de complejas implicaciones, muy diferentes a lo que en sí mismo muestra, que es prácticamente nada. Byung-Chul Han, no lo puede decir más claro:

[…] El rostro da la impresión de haber quedado atrapado en sí mismo, volviéndose autorreferencial. Ya no es un rostro que contenga mundo, es decir, ya no es expresivo. El selfie es, exactamente, este rostro vacío e inexpresivo. La adicción al selfie remite al vacío interior del yo. Hoy, el yo es muy pobre en cuanto a formas de expresión estables con las que pudiera identificarse y que le otorgaran una identidad firme. Hoy nada tiene consistencia. Esta inconsistencia repercute también en el yo, desestabilizándolo y volviéndolo inseguro. Precisamente esta inseguridad, este miedo por sí mismo, conduce a la adicción al selfie, a una marcha en vacío del yo, que nunca encuentra sosiego. En vista del vacío interior, el sujeto del selfie trata en vano de producirse a sí mismo. El selfie es el sí mismo en formas vacías.

Byung-Chul Han. ”La Salvación de lo Bello

Entre el selfie y las fotos de carnet del museo bogotano, si los vemos con ojos de estos tiempos cualquiera diría que el primero es decididamente más hermoso. Ni una arruga, ni una imperfección… ni una forma de expresión interior que invite a la sorpresa, más allá de lo que pueda impresionar la imagen de alguien que se expone al mundo como si fuera una mala copia de sí mismo/a.

No siempre es un juego intrascendente

Aparte de la degeneración del arte en objeto de consumo, el selfie, los filtros y demás pueden reducirse a un juego intrascendente sin más complicaciones. Nadie ha dicho que hacer un poco el payaso lo vuelva a uno menos sano psicológicamente.

Pero en otras ocasiones cada vez más frecuentes, mientras estas prácticas se normalizan convirtiéndose en modelos más que en juegos, van apareciendo también síntomas psicológicos asociados a una relación muy distorsionada con el mundo interno y también con el entorno.

Las consultas de Psicoterapia están llenas de personas (cada vez más jóvenes aunque no en exclusiva) con estados depresivos, de ansiedad, fobias o relaciones sexoafectivas muy confusas, que a su vez se sienten insatisfechas con su imagen corporal y en exceso preocupadas por sus perfiles en las redes sociales.

Pasan horas probando selfies con sus cámaras y siempre falta algo que les lleva a intentarlo una vez más. Horas probando poses, formas y filtros, comparándose con otras y con otros, sufriendo por no encontrar la fórmula capaz de agradar a ojos invisibles.

Qué diferente el panorama al de la libertad que tanto ansiamos. Qué forzada resulta la belleza atrapada en la urgencia del me gusta. Cuánto anhelo de comunicación afectiva y real entre nosotros, como cuando no se acababan los minutos y los silencios abrigaban el lapso entre palabras, emociones y miradas verdaderas…

Cuánta urgencia, ahora sí, en volver a encontrar ese momento en que nos vinculábamos.

Lo bello que aún queda…

Pero no hay que olvidar que en este preciso momento la vida continúa. Así que me acojo a las palabras de Ana Frank cuando decía: «No veo la miseria que hay sino lo bello que aún queda«. En esa sintonía, a mi me encantaría encontrarme de nuevo con la belleza de un momento como el que evoca este poema, de Robert Creeley:

Semejante espacio una vez más,
Una estancia de posibilidad tan vasta,
una hondura tan grande, un camino tan libre.

La vida y su persona, pensando encontrar
una compañía para seguir el ritmo
Un pasaje de paz, una constante rima,

tropiezan, pierden el camino, desde luego,
En que han ido demasiado lejos
para seguir como estrellas en el cielo, niños en su juego.

R. Creeley. “La Estrella”

Nota: Una parte de este escrito ha sido inspirado en la lectura de: “La salvación de lo bello” de Byung-Chul Han. Ver esta y otras referencias bibliográficas en la biblioteca psicológica.

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