Imagina esta pesadilla… Por causa de un extraño virus, todo tu perfil de Facebook se transforma y, en vez de presentarte como la mujer fabulosa que inspira tu foto o como ese hombre que irradia éxito, filtra tu información y desvela las mentiras que has dicho en los últimos 2 años, desde las más gordas a las más inocentes.
¿Que no pasaría nada? ¿Que tú eres la persona más honesta del mundo y en 2 años no has dicho ni una sola mentira? ¡No tan rápido! Espera un poquito y verás que alguna aparece.
Esta fantasía en forma de pesadilla me surgió al ver el Documental «(Dis)Honesty: The truth about Lies» (2015), en el que Dan Ariely, un profesor de la Universidad de Duke (EE.UU), presenta diversos estudios que le han llevado a concluir cómo la mentira y el engaño hacen parte del sistema defensivo de las personas, sin distinciones de cultura o género.
Parece que estar inmerso en un mundo en el que la mentira y el engaño es aceptable, nos permite justificar y legitimar esta forma de salir de las encrucijadas vitales. ¿Si los demás lo hacen, por qué no lo voy a hacer yo?
Aunque no nos dedicamos a robar cantidades impensables de dinero y nos gusta imaginarnos honestos/as, a la vez aceptamos beneficiarnos de la deshonestidad.
Deshonestidad suena a algo grave. A delito, a mala persona, precisamente porque hay una cierta mano larga, que es precisamente lo que se legitima en cada sociedad. Y así es como nos vamos haciendo cómplices, pues nos interesa permanecer callados y cubrirnos las espaldas.
Si, por ejemplo, vamos por una carretera con límite máximo de velocidad de 50 Km/h, es fácil sentirse contagiado, e incluso presionado por el coche de adelante… y sobre todo el de atrás, para ir a 60 Km/h o más, siempre y cuando no haya a la vista un policía de tránsito dispuesto a consumar nuestro acto con una inolvidable multa. Cuando vemos al policía, automáticamente reducimos la velocidad, nos avisamos y hasta nos enviamos alertas por las aplicaciones de radares de nuestro móvil.
Uno de los estudios que me pareció más divertido en el documental, fue el de la máquina expendedora de caramelos, pasabocas y chocolates, que al cobrar el dinero y dar a cambio el producto elegido, devolvía inmediatamente las monedas. Como todas las máquinas de este tipo, tenía un aviso que informaba al consumidor el número de teléfono para llamar en caso de avería. ¿Quién llamó? ¡Nadie! En vez de eso, después de coger entre 3 y 4 productos más, se hicieron llamadas a otros amigos para aprovechar el chollo del día. A primera vista parece que la solidaridad fuera más importante que la honestidad, pero el motivo de estas llamadas parecía ser más bien la tranquilidad de que el acto fuera más aceptable socialmente. Otra vez… Si lo hacen los demás, ¿por que no hacerlo yo?
Pero «los demás» no se refiere a cualquier persona. Se refiere a los iguales. Si alguien similar actúa de esta manera, es más probable que legitime la acción deshonesta, mientras que si lo hace alguien ajeno al círculo social, ya no se lleva tan bien
Esta conclusión me parece interesantísima pensando en la prevención de ciertos problemas psicosociales que nos preocupan actualmente, como son la violencia de género, el bullyng, el mobbing y otros abusos. En vez de dedicarnos a juzgar, a castigar y a condenar con la vara de la doble moral, podemos utilizar la comprensión del comportamiento humano y crear proyectos algo más consecuentes.
Las redes sociales están siendo una buena coartada para soltar las riendas de la mentira. El engaño y el autoengaño no parecen correr ningún peligro ahí. Como decía una mujer que contaba su experiencia extraconyugal por medio de una página de contactos exclusiva para personas casadas, «es muy fácil esconder la verdad de lo que estás haciendo detrás de una pantalla de ordenador». Lástima que le haya traicionado el inconsciente y se haya dejado el ordenador encendido con la página de contactos abierta… Lástima… o tal vez gracias a esto, la mujer pudo expresar abiertamente su insatisfacción por la continua ausencia de su compañero y por su excesiva presión como madre.
Pero existe el peligro de enterrarse cada vez más en la mentira…
Estudios descritos en el documental concluyen que, una vez que mientes hay probabilidades de que vuelvas a hacerlo. Y además que la segunda mentira será aun mayor. Una de las científicas que trabaja con el tema comenta que la primera vez hay una respuesta cerebral en las regiones relacionadas con la emoción, que son la amígdala y la ínsula. La enésima vez que mientes, aunque sea una mentira parecida, produce una menor respuesta porque el cerebro se adapta, como cuando se sube el volumen a la música y poco más tarde se vuelve a subir por generar una tolerancia.
Si es verdad que somos así y la deshonestidad hace parte de nuestro capital defensivo, tal vez habría que tener un poco de cuidado para que no nos pase lo que dice Ryan Holiday: «Llega un punto en el que el monstruo que creas es ajeno a ti. No puedes controlarlo y sólo puedes rezar para que no acabe destruyéndote». Este director de comunicación, apoyó el libro de un bloguero que se presentaba así: «Mi nombre es Tucker Max y soy un capullo». Con esta descripción ya podemos imaginar el tono del blog. El caso es que Ryan Holiday apoyó una campaña de difusión de un libro de Max, con estrategias de marketing en las que creaban falsos detractores, consiguiendo con ello una popularidad que por otras vías hubiera sido imposible. Y sí, se le salió de las manos.
¿Y entonces… qué hacemos?
Los estudios descritos en este documental se aplicaron en Israel, Turquía, China, Colombia, Sudáfrica, Portugal, Alemania y Estados Unidos y no encontraron diferencias significativas entre unos y otros países. La conclusión vuelve a ser que no somos malos, sino que somos humanos y es por eso que tenemos que preguntarnos cómo nos defendemos de nuestro propio comportamiento y del de los demás.
Se ha comprobado que recordar a la gente su naturaleza moral ayuda a cambiar el comportamiento. Se hizo un estudio en el que se pedía a los participantes hacer una lista de los 10 mandamientos. Nadie se acordaba de estos pero ninguno mintió al preguntarle por sus resultados, como sí sucedió en todos los estudios anteriores.
Podría pensarse entonces en la solución de redimirnos y pasarnos por la iglesia unas tres veces a la semana para convertirnos. Que lo haga quien quiera, pero no parece ser la mejor idea, porque no se trata de culpas, castigos ni perdones. Para descartar la variable religiosa, se hizo otro estudio relacionado con el código de honor en una Universidad, que arrojó resultados similares. Al parecer, lo que ha reducido el comportamiento deshonesto en estos estudios ha sido el contacto con los valores de origen.
Esto me hace pensar en cómo un ambiente de corrupción como el que vivimos, más o menos aceptado socialmente, no está siendo de mucha ayuda en el desarrollo de personas más honestas, cuando los modelos con los que contamos no son precisamente un dechado de virtudes y cuando la mentira es una de las más preciadas armas de defensa
¿Debemos entonces resignarnos y conformarnos con nuestras defensas y nuestras trampas? ¿Nos hemos conformado acaso con que nuestro cuerpo no pueda correr muchos kilómetros en poco tiempo o con no poder volar? ¡No! Para eso hemos construido coches, aviones, motos, bicicletas, puentes, carreteras y somos imparables en magnificas ideas para sobrepasar nuestras limitaciones físicas.
Dan Ariely plantea esta pregunta: ¿Por qué no hacemos lo mismo con nuestra mente? Algunos ya lo están haciendo. Muestra el ejemplo de las Tiendas de confianza en la India, en las que niños y niñas tienen acceso a una despensa de materiales escolares que pueden tomar a cambio de unas cuantas rupias. Nadie les vigila ni les controla. Cuentan que al principio no solían dejar el dinero, pero se ha logrado con un proceso pedagógico coherente que enseña lo que es la honestidad. Un niño lo resume claramente diciendo: «Si vivimos honradamente, nuestra vida será mejor».
Por supuesto que sí, tenemos la capacidad de crear un mundo más honesto y mejor.
1 comentario en «La Verdad sobre las Mentiras»
Pienso que , en efecto, hay una verdad inherente a cada objeto, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento,y, practicar estar en contacto con esa verdad es el mejor regalo que podemos hacernos como seres humanos.
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