Cuando veo alguna maravilla, sea una construcción milenaria, una escultura antigua, alguna muestra de arte ancestral, mapas de viaje hechos a mano o las obras escritas de clásicos maestros, siempre me viene a la mente la misma pregunta: ¿a qué hora hacía la gente todo eso?
Es sorprendente contando con que antes, hacia los 30 o 40 años a uno ya se le consideraba prácticamente un anciano (ver), o sea que lo que venía a aportar al mundo se ubicaba en un estrecho lapso de tiempo, midiéndolo desde nuestra percepción actual en que llegar a los 100 será aún difícil, pero ya no imposible, y que a los 80 una buena parte de la población se encuentra con sus capacidades físicas e intelectuales en buena forma.
A veces, a mi me gusta jugar a que tengo tiempo. Es como una expresión de rebeldía, en este ritmo atropellado de tantas cosas urgentes e inmediatas. La transgresión consiste en dedicarme, por ejemplo, a restaurar un mueble sabiendo que, por mucho menos, se puede comprar otro y montarlo en media hora. O a crear alguna «joya» con materiales de bisutería que encuentro aquí y allá, para decidir después qué hacer con ella. O a hacer una tarta para repartirla entre los vecinos de mi calle, solo por la alegría de verles sonreír. Digamos que me gusta «perder tiempo» disfrutando de un proceso y poniendo a prueba la paciencia. Buen ejercicio, fácil de escribir ya en este punto, aunque no siempre con tan buenos resultados como suena. 😉
He comprobado que, en mi caso y en este momento de mi vida, darle a la agenda esos respiros no solo resulta gratificante, sino también muy eficaz para la productividad. Pero también soy consciente de que no todos funcionamos igual, ni tenemos por qué hacerlo, y que no siempre tiene uno la posibilidad de elegir cómo desea disfrutar de un rato de descanso. Pero aun así, o con más motivo incluso, vendría muy bien darnos cuenta de cómo se nos van las horas obedeciendo a la tiranía de los «ladrones de tiempo».
Ladrones de tiempo, aparentemente inofensivos
Hoy me refiero a los ladrones de tiempo como algo abstracto, como esos hábitos que consumen nuestra vida. Metafóricamente, es como abrir el grifo y dejar el agua corriendo sin percatarnos, o como dejar las luces encendidas y salir de casa por todo el fin de semana.
Son aparentemente inofensivos y ni siquiera podemos plantarles cara con facilidad, porque muchas veces no nos damos cuenta, porque no son siquiera seres vivos y sin embargo se nos presentan como grandes aliados. Sé que esto suena delirante… ¿pero acaso no lo es vivir prácticamente todo el día pegados a un teléfono para cuanta cosa se nos ocurre? A eso me refiero, por poner solo un ejemplo.
Lo más usual es culpar a otras personas por «quitarnos» tiempo. Pero esto, aunque evidente algunas veces, también es cuestionable cuando ignoramos las señales que nos avisan de la necesidad de parar, de retirarnos, de tomarnos un respiro, de situarnos y situar al mundo, informando claramente donde estamos (o sea cómo nos sentimos) y cómo deseamos estar. Solo que a veces ni siquiera nosotros lo sabemos.
Así que hoy propongo, con solo tres ejemplos, mover la cortina y pasar de aquellos a quienes atribuimos nuestros agravios, porque nos quitan, no nos quieren, nos maltratan, nos frustran o nos exigen. Vamos a ocuparnos ahora de nosotros/as, para comprender cómo tantas veces somos nuestros propios opresores, regalando nuestra vida a los ladrones de tiempo, con nuestro beneplácito.
Malgastando recursos
Como he expresado en muchas ocasiones, pienso que los actuales recursos a nuestro alcance pueden ser utilizados para crear, acercar corazones, informarnos, o para lo contrario: aislarnos, esterilizar nuestra imaginación, incomunicarnos, hasta convertirse ellos en ladrones de nuestro tiempo y nosotros en sus esclavos.
Pongámonos en una situación muy habitual: imagina que tienes por delante una tarea difícil, por ejemplo un examen o un trabajo pendiente, una decisión que te causa ansiedad o un momento de vacío en el que esperas respuesta a un asunto importante.
¿Qué haces mientras tanto?
💧 a) Respirar y tomar contacto con tus sensaciones.
💧 b) Echarle creatividad e inventar una manera de vivir el momento, que te resulte placentera.
💧c) Mirar el móvil para matar el tiempo.
Estoy segura, segurísima, de que si lo preguntamos en serio la gran mayoría, a día de hoy, optará por la respuesta c). Basta con levantar la mirada y observar en cualquier estación de metro o en el trayecto de un autobús, en cualquiera de nuestras ciudades, para sacar una conclusión parecida.
Las listas de las listas
Como tenemos tanto por hacer en tan poco tiempo, es también común echar mano de las listas. Por cierto, existen cientos de aplicaciones de móvil creadas para eso. Son excelentes recursos para la productividad, a no ser que entremos en el bucle de hacer listas para ver cuál aplicación nos bajaremos y después hacer listas para ver qué listas tenemos que hacer y luego hacer listas para ver qué no hemos hecho mientras hacíamos la lista, para, al final, acabar reventados de tanto trabajo que supuso la idea de hacer una lista y además sin tiempo para hacer lo que no pudimos, por estar haciendo la lista. Parece una broma pero así vivimos, dando vueltas alrededor de nosotros mismos, con la memoria hecha añicos, la energía por los suelos y la sensación crónica de no llegar a nada, por falta de tiempo.
El rasgo compulsivo… de película
Lo anterior me lleva al rasgo compulsivo, ya tan inmerso en nuestro día a día que parece de lo más normal. Así como hacemos listas y listas, podemos pasar más tiempo del que dura una película buscando algo para ver en cualquiera de los servicios de streaming a los que estamos suscritos.
Entre cientos de opciones nos perdemos y no es raro acabar con todo, menos con ganas de centrarnos en una buena historia, que en principio era el motivo para sentarse un rato en el sofá a disfrutar del cine. Te paso un truco: antes de encender la tele, plantéate por un momento cómo estás, qué te apetece, y busca algo que se ajuste a tus necesidades del momento. Y si estás acompañado/a aún mejor: propón una decisión común a partir de los deseos de todos los implicados. Esta vez la búsqueda puede resultar incluso estimulante y motivar además la comunicación, el encuentro y la sensación de pertenencia.
¿Mejor el pasado? No lo creo…
Como decía al principio, no tengo ni idea de cómo haría la gente en los siglos pasados para tener tiempo y crear esas maravillas, de las que hoy disfrutamos en todo el mundo. Tampoco sé cómo se las arreglarían para evadir sus conflictos, porque seguro que lo hacían, sin móvil, ni ordenadores, ni streaming. Alguna idea nos podemos hacer leyendo, por ejemplo, los clásicos de la literatura o del psicoanálisis, o concretamente el Análisis del Carácter, de Wilhelm Reich, por cierto tan actual, aunque lo escribió hace poco más de 80 años.
No es cuestión de neoludismo. No será nunca mi intención mientras consiga llegar a tu pantalla con mis escritos y estos te aporten algo positivo. Pero además de la responsabilidad sobre nuestros hábitos de consumo, también es importante mirar cómo permitimos, con o sin tecnología, que los recursos con los que contamos nos roben el tiempo, en vez de facilitarnos la vida. No se trata entonces de usarlos o no usarlos. Se trata de «cómo» los usamos y el carácter de «imprescindibles» que les otorgamos.
Desde mi punto de vista, no nos va a salvar de nada volver a los tiempos pasados. Pero sí necesitamos recuperar el contacto con nuestro cuerpo y nuestras sensaciones, recuperar nuestro tiempo para diseñar ese mapa que nos lleve a nuestro encuentro. A partir de ahí los teléfonos, las aplicaciones de listas, la tele… la freidora inteligente, el videojuego y lo que venga, pueden ser buenos aliados siempre que faciliten el encuentro real y sostenible, la distensión y el disfrute de nuestro (poco) tiempo libre.