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Más allá de la Soledad

La soledad, parece ser una de las enfermedad de nuestro tiempo. Da escalofrío la imagen de un ser vivo en un paisaje desierto y estéril, sin estímulos que le motiven

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La soledad, parece ser una de las enfermedad de nuestro tiempo. Da escalofrío la imagen de un ser vivo en un paisaje desierto y estéril, sin estímulos que le motiven. 

Si este no es nuestro caso nos creemos salvados/as. Vivimos en comunidad, queramos o no tenemos contacto con la gente, el trabajo nos exige comunicación. 

Sin embargo, el sentimiento de soledad se cuela por cada poro del cuerpo, que parece esperar algo que nunca llega. 

Un poco de anestesia permite aliviar los peores momentos. Hay quienes se acogen al mundo virtual como un doliente se aferra a la morfina. Y también hay quienes prefieren simplemente pasar de todo, creerse y hacer creer que no necesitan de nadie.  Y tampoco faltan quienes encuentran en el consumo su manera de sobrellevar el aburrimiento de no tener nada más que ver, que lo que aparece frente al espejo. 

Contemplando el panorama… ¿No te parece que en algo nos estamos equivocando? En nuestras casas ya no caben más objetos. Las oportunidades de  distracción nos sobran. Las redes sociales nos dan el espejismo de creernos bien acompañados, aunque sea por momentos.  

Pero la soledad sigue pisándonos los talones día tras día y cada oportunidad que dejamos escapar para mirarnos unos a otros a los ojos, nos acerca más a la frialdad en el contacto, o mejor en el no-contacto.

La soledad que tiene varias caras. Por ejemplo esa que permite encontrarse con uno mismo. Esa soledad deseada, buscada, maestra. Y la soledad desértica que nos hace sentir como islas en un planeta de mudos, ciegos y sordos.

Pero más allá de esa soledad desértica se encuentran seres humanos que aunque hayan perdido el mapa, desean encontrarse aunque no lo sepan… o no lo admitan. 

Más allá está el anhelo de compartir experiencias, dudas, temores. Está el verdadero ser y no su ideal. Está la amistad y no la absurda caricatura del amor con cara de osito de peluche que nos venden cada día. Está la belleza de un momento compartido en el silencio, en el juego, en las risas por nada más que la alegría del encuentro. 

Tal vez al confundir la ruta, pensamos que podríamos tomar el camino corto y huir de la soledad llenándonos de comida y de cosas baratas pagadas a plazos, intentando con ello tapar los profundos huecos que ocasiona la crónica falta de contacto.

¿No será más inteligente y económico —en todo sentido— apostar por la calidad en vez de la cantidad?

Pasar media hora en una actitud de escucha abierta y expresión auténtica, seguro que deja mejores sensaciones que pasar 10 horas con gente mientras se mira el móvil a ver si hay alguien comunicando en la red. 

Inventar formas de comunicación mas allá de las palabras genera vínculos estrechos que incluso permanecen cuando la presencia física no es posible. 

Comunicar sensaciones, vivencias y sentimientos estrecha los lazos, tanto que cuando existe un clima afectivo sano, hablar también de temas cotidianos como facturas, tiempos y organización resulta simple y ligero. 

Estar en el momento oportuno cuando el amigo necesita y no sólo cuando tiene algo qué ofrecer, sorprendentemente proporciona placeres nunca imaginados cuando las cosas fueron mejor. 

Estar, acompañar, comunicar, escuchar, acordar, pedir ayuda no se pagan a plazos en ninguna tienda con interesantes programas de financiación. Pero lo que se rentabiliza en capital humano alcanza cifras incontables en salud y en bienestar.

Soledad, es una palabra bonita cuando se puede elegir. Cuando no, el frío que hiela hasta las vísceras lo transforma todo en sombra, incluso la oscura percepción de un mundo que podría ser más vivible en cálida y  auténtica compañía.

Tal vez sí, nos estamos equivocando. Pero cada día se presenta una nueva oportunidad para mirar a alguien a los ojos, preguntar cómo está y escuchar sinceramente su respuesta. Para acercarse al amigo que se encuentra a dos metros o a 500 kilómetros de distancia y tomar juntos una taza de té contemplando el horizonte. 

Para ser más personas y menos máquinas, más expansivos y menos egoístas, más libres y menos solos. 

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