Me despierto una mañana cualquiera. Llegan a mí multitud de ideas, planes para el día, deseos. Una gran parte de mis pensamientos consiste en cómo hacer mejor mi trabajo, en la investigación que me tiene apasionada, en los libros que quiero leer.
Mientras preparo un desayuno para dos, él hace la colada y juntos pensamos en la compra para la semana. Hablamos de los viajes que nos gustaría hacer, del próximo día libre que compartiremos, del encuentro que tengo con mi amiga para disfrutar de una tarde de sol en una terraza y conversar.
Seguramente, si yo hubiera nacido hace más de 100 años, a mi edad actual mis pensamientos serían muy diferentes. Y no porque no hubiera tenido intereses o sueños, seguro que los tendría, sino porque, al igual que una gran cantidad de mujeres, no tendría las facilidades de las que gozo hoy para crecer personal y profesionalmente.
Son muchas las mujeres que han luchado sin descanso por los derechos de todas, de las amas de casa, de las intelectuales, de las niñas, de las madres, de las abuelas. Han reivindicado la identidad femenina, la importancia de una sexualidad placentera más allá de su función reproductiva, la autonomía económica. Es decir, han trabajado para posicionar a la mujer nada más y nada menos que en el lugar que le corresponde.
Sí, mucho se ha avanzado. Incluso hay mujeres que ni se imaginan, hoy día, en una situación de desigualdad en su vida personal. También hay cada vez más hombres dispuestos a evolucionar, apoyando y creando en sus espacios privados relaciones recíprocas e igualitarias. Pero también nos seguimos sorprendiendo cuando vemos las noticias y aparece un cadáver más, víctima de la violencia machista. Sólo en España, 59 mujeres asesinadas en el 2014 y eso sin contabilizar la violencia psicológica, de la que aún se habla muy poco.
Condenamos la Violencia de Género pero… ¿Qué estamos haciendo para prevenirla? Sí, se ha avanzado pero no todo está resuelto. Y somos precisamente nosotras, las mujeres, quienes tenemos la primera voz en este asunto. Somos nosotras también quienes podemos ir transformando las condiciones y todo empieza por la actitud. Porque muchas veces, sin darnos cuenta, actualizamos ese pensamiento que tanto daño nos ha causado en el transcurso de los tiempos.
¿Cómo actualizamos los pensamientos machistas?
Estos son algunos ejemplos:
- Cuando transmitimos a niños y a niñas valores condicionados por el género. Se trata de mensajes como que las niñas son tiernas, hogareñas o creativas, mientras que los niños son guerreros, deportistas y aventureros.
- Cuando decimos a la niña que se levante a lavar el plato después de cenar, mientras recogemos el del niño para que le rindan los deberes.
- Cuando ponemos en duda el honor de la mujer que se queda embarazada sin planearlo, mientras celebramos la virilidad del que va a perpetuar el apellido.
- Cuando aseguramos que la violencia machista no existe porque también hay mujeres que maltratan a los hombres. Sí, por supuesto que las hay, y se trata de actos violentos igualmente lamentables y de ninguna manera justificables. Pero ni el fundamento es el mismo, ni la cantidad de casos se parecen en lo más mínimo.
- Cuando callamos ante el hecho de que, en el mundo empresarial, la retribución económica suele ser menor para las mujeres que para los hombres.
- Cuando aconsejamos a la amiga despechada que se vaya a la peluquería, haga dieta y se compre una prenda de lencería para recuperar al hombre que nunca la trató bien.
- Cuando, en una entrevista de trabajo, actuamos como si una minifalda y unas buenas piernas valieran más que años de estudio y de experiencia profesional.
- Cuando reforzamos en otras mujeres actitudes de dependencia, infantilismo, fragilidad o sumisión, con tal de huir de la vivencia de la soledad o de las habladurías.
- Cuando nos llenamos la boca diciendo que si una mujer no es madre, no es una mujer completa ni puede comprender la maternidad o la crianza.
- Cuando, ante un conflicto de pareja o una separación inminente, sea cual sea el motivo, resulta siendo la mujer la responsable por haber hecho o dejado de hacer algo que ha producido la ruptura.
- Cuando animamos a la adolescente a que permanezca con un novio celoso y posesivo, por la falsa idea de que los celos están directamente relacionados con el amor.
- Cuando avalamos, con nuestra sonrisa permisiva, bromas denigrantes hacia la mujer basadas en prejuicios sobre su forma de conducir, sus características sexuales o su nivel de inteligencia, entre muchos otros tópicos.
- Cuando le hacemos la fiesta al hijo, al hermano o al compañero porque «nos colabora» en la casa, en vez de asumir una dinámica de tareas compartidas, con la participación de toda la familia.
¿Algún ejemplo más? Seguro que sí. Cada quien puede seguir completando esta lista inacabada. Pero sea un ejemplo o cien de ellos, necesitamos comprender que…
La violencia de género no es solo un problema de hombres machistas o de sociedades indiferentes, y su erradicación no es únicamente responsabilidad de grupos feministas o de asociaciones que defienden los derechos humanos. La prevención de la violencia de género, como todas las otras formas de abuso moral, nos concierne a todos y a todas en todos los ámbitos: familiar, educativo, social, laboral, afectivo, etc.
Permitámonos participar activamente de nuestro propio destino. Atrevámonos a disfrutar de relaciones recíprocas y equitativas con hombres conscientes y consecuentes. Sembremos en niñas y niños dinámicas de relación saludables. Todo cambio en este sentido constituirá un tesoro invaluable para el presente y el futuro de toda la humanidad.