Andando por las calles de una primavera en Denia, el viento trajo a mi los sonidos de un quejido. Alguien parecía lamentar su existencia en la encrucijada de un recuerdo oscuro, mientras explicaba a voz en grito ahogado lo mal que le iban las cosas y sus motivos. Este lamento me inspiró a escribir lo que más adelante encontrarás…
Pasaron muchas cosas… o dejaron de pasar. Tú eras solo un niño o una niña que necesitaba cuidados. La calidez de un abrazo cuando tenías miedo. El latido pegado a tu latido, la presencia de quien supiera decirte esas palabras mágicas: «aquí estoy», “todo irá mejor”, «¿qué necesitas?«, «te acompaño«… “te amo”.
La escucha abierta a tus preguntas, la actitud tranquila que aliviara tu confusión, el tono amable y sólido que te dijera «sí» o “no”. La mirada sostenida que aprobara tu emoción.
Eso que sucedía en las películas o en las casas de tus vecinos/as, eso que creías que nunca podría sucederte a ti porque tal vez te pensabas incapaz de merecer lo que otros sí tenían: atención, pura atención.
No estuvieron. O sí estaban pero como si no hubieran estado, los que podrían ofrecerte seguridad. Y así vas desde esos tiempos hasta ahora, cargado/a de retazos de historias que se atropellan en tu mente y en tus viseras, como una extraña memoria pixelada cuando alguna vivencia del presente toca las teclas del pasado.
Te ves andando por tu vida con alma de cenicienta, tropezando con la misma piedra cuando te animas a confiar y emprendes algo… o al menos te decides a intentarlo. Y aparecen los fantasmas como si estuvieras condenado/a a revivir la historia y los recuerdos una y otra vez… y otra vez… y otra vez.
Puede ser también que ya ni intentes nada, porque te ha atrapado desde hace mucho… muchísimo tiempo, la trampa de la coraza solapando miedos, dudas y dolores.
Es que pasaron tantas cosas… o dejaron de pasar. Intentas escapar de vez en cuando. Funciona la huida hasta que un sueño, una foto, un olor, una voz te despierta y recuerdas que algo adentro sigue herido. Y afloran volcanes de rabia. Y brotan manantiales de lágrimas… cuando pueden.
Y aparecen uno a uno los desaires, las frialdades, las ausencias, tu soledad, tus gritos indignados cuando nadie llegó a tiempo, el silencio resignado cuando ya no había nada qué esperar.
Y te preguntas por qué a ti. Y con tu voz ahogada reclamas justicia, levantas imaginarias pancartas de protesta. Pero no funciona. Entonces intentas comprender, les justificas, te culpas, te lastimas, repites y repites y a veces llegas a odiar hasta a los muertos. Y mientras tanto la vida también pasa. Y pasan el amor, los amigos, los proyectos…
Pasó. Fue duro pero lo que pasó, pasó… o dejó de pasar. Esa fue tu realidad. Y digo FUE, porque a pesar de todo hoy, cuando estás leyendo esta versión de los hechos en mi blog, con tus años, tus caídas, tus temores, en este justo momento y en este preciso lugar, puedes empezar a transformar el cuento, a encontrarte con la historia que ha velado tu sonrisa, mirarla de frente, elegir otro sendero… el que tú decidas.
Porque nada fue tu culpa y porque hoy… tú ya eres responsable de tu vida