Pero no se lo digas a nadie… Recuerdos que se actualizan, que se instalan cómodamente en otras historias, en otros rostros, en nuevas situaciones.
«Pero no se lo digas a nadie», dijo algún día un adulto a una niña o a un niño desprotegido que no entendía el por qué de tal secreto. Y no se trataba de un juego inocente ni de los aguinaldos para Navidad, ni del misterio del Haloween.
¿De qué se trataba entonces?
→ Toco tu cuerpo abusando de tu vulnerabilidad… pero no se lo digas a nadie
→ Me emborracho día sí, día no… pero no se lo digas a nadie
→ Esta casa es una batalla campal… pero no se lo digas a nadie
→ Estamos en la ruina… pero no se lo digas a nadie
→ Tu madre/padre nos abandonó… pero no se lo digas a nadie
→ Lloro de pena y sabes por qué… pero no se lo digas a nadie
→ No me puedo levantar de la cama por mi depresión… pero no se lo digas a nadie
→ Fuiste testigo de un maltrato… pero no se lo digas a nadie
→ Fuiste víctima de un maltrato… pero no se lo digas a nadie
Se trataba del secreto mejor guardado. De la vergüenza heredada al presenciar escenas de violencia en casa. Del silencio cuando la imagen familiar que se quería dar hacia afuera no coincidía con la realidad que se vivía adentro. De la confusión al tener que forzar afectos y emociones, de la debilidad frente a un adulto capaz de cambiar la percepción con un chasquido de dedos.
Se trataba del origen de la culpa por… ¡TODO!
Para algunas personas, no se lo digas a nadie parece haberse convertido en su lema, en su arma de seguridad más potente pero que hace aguas detrás de una dura coraza. Se pasan la vida obedeciendo la orden aún sabiendo que ya no está vigente pero es como si alguien les obligara, desde dentro de sí mismos, a mantenerse fieles a este imperativo que no ha hecho más que dañar sus vidas.
Así las cosas, parece no haber salida. Pero recordemos que tenemos una gran capacidad para la recuperación, siempre que nos permitamos dar rienda suelta al despertar de nuestras funciones naturales, porque la tendencia es a la vida. Por esto es que hay que romper el hielo del secreto y cuando haga falta atreverse a transgredir la orden y contarlo a alguien.
Este suele ser el primer paso para salir del ostracismo de una historia que resulta tenebrosa, no sólo por el hecho de haber sido como fue sino por haber sido ocultada durante tanto tiempo, protegiendo tal vez a unos cuantos fantasmas del pasado pero traicionando la propia necesidad de aliviar la tensión resultante
Suerte tienen quienes recuerdan algo para poder contarlo. Porque a algunas personas les sucede lo contrario. Sienten pero no recuerdan. No consiguen ligar sus sentimientos y emociones con una biografía coherente, entonces su interior se convierte en una batalla entre lo que quiere salir, pero no puede y situaciones actuales sólo sirven como chispas para encender fuegos antiguos.
Pero aún así, a partir de un atisbo de consciencia se pueden abrir todas las posibilidades para rehacer una historia marcada por el secreto. Seguramente habrá que pedir ayuda porque en ocasiones nuestras propias murallas nos impiden ver lo que es evidente desde fuera.
Anímate a cambiar las normas que te han hecho tanto daño, sin miedo y sin vergüenza. Atrévete a crear tu propia manera de existir, pues nunca es tarde y este puede ser tu momento.