«Ir al Psicólogo» suena como algo fijo y estático. Pero quienes alguna vez han acudido a una consulta psicológica y más aún quienes han optado por un proceso de Psicoterapia profunda, saben que de fijo y estático no tiene nada.
Como he comentado en otras ocasiones (Ver: ¿Cómo es una sesión de Psicoterapia?) hay varias formas de ejercer la Psicoterapia según la corriente elegida. Y eso no es todo. Cada terapeuta aporta su estilo personal, de acuerdo con su carácter, sus límites y sus capacidades, su cultura o su forma de concebir la labor.
Con todas estas diferencias, hay algunos aspectos que no son opcionales —o no deberían serlo— y considero que las personas que acuden a terapia han de tomarlos en cuenta también, ya que la condición de «paciente» no significa una posición pasiva sino que, por el contrario, supone un compromiso con el proceso en el que la relación terapéutica es el faro.
Por esto me pareció importante en la creación de este blog, hace algo más de 4 años, dedicar una ventana al tema: ¿Con quien hacer Psicoterapia?, guiada por una cierta obsesión por la transparencia en mi trabajo. Estos puntos no han sido mi invento, de ninguna manera. Aunque sí lo expreso con mis propias palabras, son los más básicos aspectos de un código deontológico del que todo Psicoterapeuta tiene conocimiento, lo aplique o no.
Ahora me parece importante profundizar en lo que describía en ese momento, con la intención de aportar claridad a cientos de personas que cada día entregan su intimidad, con la esperanza de recibir ayuda para disminuir su sufrimiento emocional.
Como escribía en ese momento, un/a buen/a Psicoterapeuta es capaz de usar su conocimiento en beneficio del proceso y no de sus propias necesidades (económicas, narcisistas, masoquistas, de poder, políticas, religiosas…). En este punto he dicho casi todo lo que quería decir.
El proceso es lo importante y cualquier acción que no esté encaminada a su beneficio, no se puede considerar terapéutica
Aún siendo un trabajo como otro, que supone la retribución económica correspondiente, la terapia dura lo que tiene que durar de acuerdo al contrato terapéutico y a su evolución. Ni más ni menos.
El sentimiento de importancia desmedida es algo a replantearse permanentemente, pues no hay nada más peligroso que un terapeuta con el narcisismo desbocado. Y de la misma manera, se entenderá que un/a terapeuta abnegado/a, pasivo/a y codependiente que funciona como marioneta de los avatares caracteriales de sus pacientes, tampoco resulta de ayuda para una persona que precisamente por eso acude a terapia.
Nadie niega que al/la Psicoterapeuta se le otorga un poder que puede ser muy bien utilizado en beneficio del proceso terapéutico. Pero cuando este poder se sale de su lógica y se convierte en abuso, no hace falta explicar los daños que puede causar.
Por otra parte, ser Psicoterapeuta no exime a nadie de tener una posición política y ejercerla de la manera que libremente elija. Pero en el espacio terapéutico es bastante improbable que la ideología, los intereses o las elecciones políticas tengan algo que ver con la salud emocional de la persona que consulta, que además tiene todo el derecho de sentir y de pensar de manera igual o diferente.
Así mismo, cada quien elige sus tendencias espirituales y religiosas. Pero meter a un Dios o a cualquier ser que se le parezca para juzgar los actos de un/a paciente, se sale ya del simple sentido común.
Una relación de respeto
Experiencias como el aborto, el divorcio, la infidelidad, las adicciones, las filias, las fobias y lo que sea que aparezca en la consulta psicoterapéutica, son abordadas desde el respeto y van hacia la búsqueda de una resolución, no para encaminar a nadie hacia la redención de ningún pecado, sino para que esa persona encuentre la puerta de salida hacia la liberación de un sufrimiento muchas veces innecesario.
Pero por supuesto, aún siendo los mejores terapeutas, o creyendo serlo, la condición de humanos por fortuna no nos abandona (Ver: Vivir con un/a Psicoterapeuta y no morir en el Intento). Y dado que la relación terapéutica exige una presencia excepcional, haber pasado —y continuar cuando sea necesario— por la experiencia de la propia Psicoterapia, reduce los riesgos para la salud emocional del/la terapeuta, además de suponer una especie de control de calidad, ya que tendrá más y mejores habilidades para diferenciar sus dinámicas personales de las de sus pacientes, así como para desarrollar la capacidad de empatía, algo fundamental en la práctica psicoterapéutica.
Un entorno psicoterapéutico seguro
Estas habilidades permiten que las personas que acuden a Psicoterapia encuentren en el espacio terapéutico un entorno seguro para su proceso. Pero sabemos que fuera de ese espacio existen condiciones que no siempre son controlables ni analizables dentro del marco clínico.
Así que un/a Psicoterapeuta, por muy jucioso/a que sea en su técnica y en su desarrollo personal, resulta de poca ayuda cuando ignora las coyunturas psicosociales que condicionan su vida y la de quienes le consultan. Diferencias socioeconómicas y culturales, situaciones de desigualdad por motivos de género o raza, dificultades en la conciliación de la vida personal y laboral, experiencias de guerra y violencia en el mundo, son variables a tomar en cuenta aún cuando no hagan parte de ascépticos manuales de Psicología Clínica. Quien pretenda desconocerlos no sólo está colaborando en la negación de aspectos trascendentales en la vida de sus pacientes, sino que también está limitando las posibilidades de prevención y curación del sufrimiento emocional.
Siempre eres responsable de tu vida
Sin embargo, sean cuales sean las condiciones sociales y psicológicas de la persona que acude a terapia, antes, durante y después esa persona es dueña de su vida y por lo tanto responsable de ella.
Como he dicho en otras ocasiones, ir al psicólogo no supone cerrar los ojos y esperar que un mago eche unos polvitos mágicos para que todo cambie. Ir al psicólogo consiste básicamente en aceptar una relación de acompañamiento en un intenso proceso de autoconocimiento. Entonces, la función del/la Psicoterapeuta es la de ACOMPAÑAR y no la de DIRIGIR la vida de nadie.
Y por último, a pesar de las diferentes corrientes psicoterapéuticas existentes, hasta el momento no ha aparecido la «única, infalible y perfecta». Tener la disposición para aprender constantemente, trascendiendo la pretensión de un modelo perfecto y acabado, es uno de los más preciados valores de quien elige la Psicoterapia como oficio.
Por esto, desconfía de un/a terapeuta que declara su modelo como lo único válido, mientras las demás pecan de algo imperdonable. Repito, como en muchas otras ocasiones, que los/las terapeutas elegimos libremente nuestra orientación según nuestras inclinaciones personales y nuestras preferencias profesionales. Se nos va la vida especializándonos en una o dos de ellas y hacemos lo mejor que sabemos con lo que hemos aprendido. Optamos por nuestra forma de trabajo porque hemos experimentado su eficacia, pero también porque es la forma que mejor conocemos de ejercer nuestra labor.
Así pues, el criterio para la elección del/la Psicoterapeuta no se reduce a que él o ella parezca buena gente, cobre barato o sea amigo/a de una amiga. Es recomendable que la persona que acude a terapia asuma una parte de responsabilidad en su elección y conozca los criterios por los que se puede llamar competente a un/a Psicoterapeuta.