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Psicoterapia – Que el Remedio no sea peor que la Enfermedad

Tanto en Psicología como en Psicoterapia, la buena voluntad no es suficiente sin un terreno sólido en el cual apoyarse para acompañar procesos coherentes

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Imagen: Sandra Keil

Esperamos que la terapia psicológica nos ayude a mejorar en nuestra vida. Queremos confiar en que esa persona elegida será capaz de comprender nuestro sufrimiento y tendrá la preparación adecuada para ayudarnos a recuperar nuestra salud.

Era un día gris, como casi todos en la Bogotá de finales de los ochenta. Entre la timidez que me caracterizaba y la seguridad de lo que emprendía, abrí una puerta de la facultad de Psicología de la Universidad Javeriana para enfrentarme a la primera entrevista de admisión. 

Llevaba en mis manos la Introducción al Psicoanálisis, de S. Freud, que con valentía había leído como preparación a lo que (según me habían dicho) era una experiencia importante, ya que definía mi futuro profesional y la universidad en cuestión no se andaba con medias tintas.

No recuerdo qué conté sobre el libro. Supongo que no mucho porque tengo serias dudas de que me haya enterado de algo, más allá de esa sensación placentera que uno tiene cuando está a punto de abrir una caja de sorpresas. 

De todas formas nadie me obligaba a comprender a Freud. Se suponía que para eso estaba solicitando mi cupo como estudiante. Lo que sí recuerdo con nitidez, fueron las palabras de quien más adelante sería un importante maestro, Hernando Gómez Serrano, cuando me preguntó: ¿Para qué quieres estudiar Psicología? 

Parece mentira, pero después de empollar el libro de Freud, alguno de psicología general y otro sobre sueños e inconsciente, esa pregunta no me la esperaba. Y seguramente respondí lo que el 99% de los aspirantes a Psicología responden en una situación como esta: «para ayudar a la gente»

Mis palabras no tuvieron el efecto esperado. Mi futuro maestro no miró hacia arriba como dando gracias a San Francisco Javier por encontrar a una alumna tan prodigiosa ni mucho menos se ablandó con mi improvisada respuesta. Por el contrario, me dio una primera lección al explicarme que esto de la psicología era un asunto complejo y me sugirió que lo pensara muy bien antes de emprender una carrera que posiblemente iba a afectar mi vida de punta a punta

Supongo que otros méritos tuve a lo largo del proceso de admisión, pues fui aceptada en esta universidad y años más tarde tuve el privilegio de conocer, de la mano de este gran maestro, los rincones más desfavorecidos de mi ciudad donde entre risas y llantos mis compañeras y yo comprendimos que «querer ayudar a la gente» no era suficiente sin un constante aprendizaje, trabajo personal y trayectoria profesional

Durante todos estos años, al principio como Psicóloga Social y más adelante también como Psicoterapeuta Caracteroanalítica, me he preguntado lo mismo. ¿Y cuál ha sido mi respuesta? … sinceramente la misma: ayudar a la gente… aunque este propósito ha ido adquiriendo algún que otro matiz a lo largo del tiempo.

Psico… ¿queee?

En general poco se sabe de la función de un psicólogo y menos aún de un psicoterapeuta. A veces se piensa que ir a la consulta psicológica consiste en contarle a alguien los problemas y esperar que el/la psicólogo/a, después de una hora de charla nos diga exactamente qué nos pasa y cómo tenemos que arreglar las cosas.

Visto así, no sorprende que muchas personas piensen que lo mejor es quedarse en casa y solucionarlo todo con un chat entre amigos o, mejor aún, en la más absoluta soledad, metiéndose en la cabeza ideas de fuerza de voluntad, propósitos para el mes siguiente, oraciones a los santos o «dejar la tontería de una vez por todas». 

Estas ideas son producto del desconocimiento acerca de la psicología y de la psicoterapia. Por su parte, la literatura psicológica no se caracteriza precisamente por facilitar la información de manera que se entienda en cualquier contexto y por eso muchas veces se queda atrapada en las bibliotecas de expertos o intelectuales cercanos al tema. 

Pero “el tema” eres tú, nosotros, nuestras parejas, familias, hijos e hijas, nuestros sentimientos, historias, sufrimientos y anhelos

Algunos libros de autoayuda han puesto de su parte para bajar de la nube un poco de información psicológica. Pero su mayoría es bastante pobre en fundamentos y además suelen irse hacia otro extremo, muchas veces causando confusión e incluso acrecentando la frustración, por ejemplo cuando lectores y lectoras constatan que los conflictos no se resuelven con pasos, técnicas, consejos o moralejas. 

Tanto en Psicología como en Psicoterapia, la buena voluntad de quien se ofrece a ayudar no es suficiente sin un terreno sólido en el cual apoyarse para acompañar procesos coherentes, capaces de resolver los conflictos y de conseguir, precisamente, que algún día esa persona ya no necesite ni la terapia ni a nosotros, los/las psicoterapeutas.   

Entonces no basta con “querer ayudar”. El deseo es muy bonito, pero no es suficiente cuando hablamos de salud mental

Hay algo que se llama «mala praxis» y otra cosa que se llama «iatrogenia». La mala praxis está lejos de querer ayudar pues tiene más que ver con el daño que se le hace a un paciente por irresponsabilidad o negligencia. Poco más interesante qué decir aquí.

La iatrogenia en cambio, es el daño provocado por intervenciones terapéuticas no necesariamente malintencionadas pero sí relacionadas con el tratamiento, como por ejemplo cuando se eternizan procesos estancados o se cortan antes de tiempo sin evaluar sus posibles efectos negativos. 

O cuando por falta de preparación mezclada con muy buenas intenciones, se abordan procesos que superan los propios límites humanos y profesionales. 

O cuando, por ejemplo en una terapia de pareja, se empatiza con uno de sus miembros por identificaciones más relacionadas con la propia historia personal (no resuelta), en vez de situarse en la situación terapéutica con la pareja que espera una atención profesional.

O también cuando, por desconocimiento o para evitar malos ratos, se le pasan al paciente todo tipo de resistencias, rasgos caracteriales y lenguajes inconscientes que deberían hacerse conscientes para evolucionar en los procesos psicoterapéuticos.

Son solo ejemplos. Y más allá de juzgar me interesa resaltar la importancia de la responsabilidad, tanto en el quehacer psicoterapéutico como en la elección del/la psicoterapeuta, para que la experiencia de la psicoterapia sea estimulante, movilizante y saludable y no para que resulte peor el remedio que la enfermedad. 

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