Me llama la atención cómo nuestro carácter influye en lo que hacemos cotidianamente y cómo nuestro cuerpo manifiesta con tanta nitidez las zonas en las que predominan las tensiones, la carga, el equilibrio o el desequilibrio energético
Con la tendencia de estar más pendientes del exterior y menos en contacto con el ritmo y las necesidades propias, nuestro cuerpo tiene que hacer unas cuantas trampas para responder a nuestras exigencias y así es como creemos equivocadamente dominarlo, hasta que el día menos pensado nos da un aviso en forma de dolor, ansiedad o cualquier otro de los muchos síntomas posibles.
Con el cuerpo apretado
Así es como vamos apretados/as en diferentes partes del cuerpo y eso nos “ayuda” a mantener el tipo, a trabajar y a responder a las demandas de cada día. Sabemos hacerlo. Lo aprendimos hace mucho tiempo, en los primeros años de nuestra vida.
En algún momento nos funcionó el truco, por ejemplo, de contener el aire y apretar la barriga para no sentir miedo ante un previsible peligro. Años más tarde hacemos lo mismo y ni siquiera tenemos que darnos cuenta. Es más, nos hemos vuelto tan expertos en estrangular las sensaciones que lo seguimos haciendo aún cuando no hay peligro a la vista!
Tal vez nos dimos cuenta, también en ese entonces, que abrir la boca para expresarnos resultaba más problemático que cerrarla bien cerradita para evitar problemas. Y parece que funcionó, pues a partir de ahí ya nadie nos dijo nada que nos hiriera demasiado, o tal vez sí pero al no tener que responder creímos neutralizar el daño. Pero así se quedó la boca, cerrada como pegada con cemento ante cualquier atisbo de conflicto, la mandíbula inerme y un particular gesto de apretar los dientes sin ninguna autocompasión.
Son sólo ejemplos, sacados de la más cruda realidad. Y así vamos también tensos de ojos, de cuello, de tórax, de abdomen, de pelvis, según nuestras tendencias caracteriales.
Tenemos opciones. O a cada síntoma respondemos con el medicamento de turno sin pasar por un mínimo análisis antes de considerar oportuna la receta, o escuchamos de una vez por todas lo que esas señales nos están informando, dándoles la importancia que merecen no sólo en nuestro estado de salud físico sino también emocional.
Y también, antes de que duela podemos prevenir. Somos maestros a la hora de mantener bien puesta la coraza con nuestra sofisticada manera de vivir. Podemos pasar horas frente a un ordenador o un libro sin mover ni un sólo músculo del cuerpo que no sea para pasar la página o teclear. Nuestro cuello agradecería un poco de atención.
Respiramos lo mínimo, pasamos tiempo conduciendo en posturas infames, caminamos con zapatos bonitos pero inadecuados y forzamos la máquina en beneficio de las infinitas tareas cotidianas.
¿Qué haríamos si escucháramos al cuerpo?
Seguramente lo mismo pero con tiempos, formas y ritmos diferentes. Puede que no acabemos el libro en un día, pero sí en dos o tres. Puede que no lleguemos en 5 minutos pero sí en 10. Puede que nos falten tres o cuatro tareas por hacer y si somos sinceros, sólo algunas de ellas son absolutamente indispensables.
Creemos equivocadamente que si cortamos el aliento vamos a acabar antes. Hagamos la prueba un sólo día respirando, andando al compás de nuestro cuerpo, contando con nuestras posibilidades y nuestros límites. Puede que nos sorprenda comprobar que lo que había que hacer se hizo sin tanto agobio ni sufrimiento.
Pero también puede ser que aparezcan sensaciones raras, incómodas e incluso inaceptables. No son nuevas. Estaban latentes, obstruyendo el fluir energético necesario para la vida.
Descubrir las sensaciones es una gran oportunidad para empezar a excavar dentro de nosotros y liberarnos por fin de las cadenas que nos atan.