Hoy pienso en esos momentos de transición, cuando se acaba un camino pero aún no empieza otro. Es como una suspensión en el tiempo, un aparente nirvana donde lo pasado ya no está pero el futuro aún no llega y el presente es poco más que un suelo de arena movediza.
Es como esos tiempos en que todavía no se asienta la primavera y uno no sabe si salir de casa con los zapatos de invierno o sacar ya las sandalias que esperan ser de nuevo rescatadas, para darse un buen paseo el próximo verano.
O como esa deliciosa sensación que disfrutamos los amantes de los viajes, de permanecer 8 o 10 horas en un avión sin poder hacer ya nada por lo que se olvidó incluir en la maleta y sin saber exactamente qué sucederá al aterrizar, mientras abajo todo transcurre con rutinaria normalidad.
Pero en el avión poco se apuesta, en principio, ya que toda responsabilidad recae sobre otros. A uno solo le toca dormir, leer, ver una película y como mucho rogar por que la comida sea al menos digerible, mientras mágicamente cambia el tiempo según el huso horario del fugaz lugar donde uno está no más que unos cuantos segundos.
Otros momentos vitales
Estos tránsitos, como el del avión y el de las estaciones, me recuerdan otros momentos vitales. Tiempos de cambio que vienen algunas veces con dolores y pérdidas y otros que, aún deseados y felices, incomodan o al menos desconciertan.
Relaciones de pareja que terminan y otras que comienzan, migraciones, pérdidas o cambios de trabajo, jubilaciones, procesos que se transforman con la edad.
Durante toda una vida tenemos diversas experiencias que nos hacen pasar de un estado a otro y en medio de estos cambios habita ese momento en que nada es igual a lo que era, ni será nunca igual a lo que viene.
“Vacío” es la más clara sensación que acompaña ese momento. Tan fácil de decir y de escribir, tan difícil de asumir en tiempos de clicks y de comidas rápidas. Queremos saltarnos este paso en los procesos y es un gran error, porque es precisamente cuando parece que no sucediera nada extraordinario, cuando tenemos la oportunidad de elaborar lo pasado y a la vez, de prepararnos para lo que venga. Obviando esta fase, se acumulan las vivencias y ya uno no sabe qué corresponde a cuándo.
Volvamos a los zapatos para poner un ejemplo cotidiano: imagina que no te dio tiempo de guardar los zapatos del invierno y se amontonaron con los del verano en el mismo espacio. Difícilmente podrás seleccionar los que te interesan y acabarás poniéndote los primeros que encuentres en tu armario, acogiéndote al sentido común más que a una decisión o una apetencia.
Repitiendo historias
Pero tampoco se nos va la vida equivocándonos en la elección de unos zapatos inadecuados o que no combinen perfectamente con la ropa, posiblemente también amontonada. Es solo un ejemplo para reflejar lo que sucede en nuestro mundo interior cuando no damos lugar al “entretiempo”.
Mejor ejemplo resulta el de la respiración, cuando no acabamos de soltar el aire y ya lo estamos tomando a bocanadas, generando así un sistema saturado de energía atropellada.
Esto se refleja también en nuestra vida emocional. Y con las emociones sí se nos va la vida entre ansiedades, duelos no resueltos, desplazamientos de afectos, proyecciones o afecciones psicosomáticas.
Y así es como repetimos las historias, precisamente las que no nos gustan, tropezando con la misma piedra una y otra vez. Así es como el día se convierte en una lucha sin descanso, llegando al extremo de pensar con impotencia que nos cayó la mala suerte.
No tendremos tiempo o tal vez la pereza nos impedirá organizar nuestro ropero. Sin embargo, lo que es respirar profundamente y tomar contacto con el cuerpo y con nuestras vivencias resulta más complejo. Por más que lo intentemos con ejercicios y técnicas (en ocasiones contradictorias con el funcionamiento natural del organismo), a veces no podemos.
Respirar nuestras vivencias
A veces no podemos porque algo dentro está bloqueado, ya que desde muy pronto aprendimos a callar las sensaciones. Porque el miedo y la angustia parecían insufribles y encontramos la estrategia para no sentirnos, no respirando, o sea no viviendo.
Desbloquear para dar paso al entretiempo, recuperar la capacidad de “respirar” nuestras vivencias, poder entregarnos ya sea a los comienzos, a los finales, al amor, al placer, al dolor, a la alegría o al vacío, con la confianza en que el mismo camino nos ira dando las respuestas.
Es una bonita manera de vivir y es uno de los fundamentos para llevar a buen término un proceso profundo de Psicoterapia Caracteroanalítica.