Es lunes. Cuando aún faltan algunas horas para acabar de calentar motores, llega el jefe con una pesada caja de carpetas para revisar «ahora!», aumentando así la colección de «pendientes urgentes» encima de su mesa. El empleado le dice cabizbajo: «Hoy no puedo, es imposible». El jefe se limita a decir: «A-HO-RA!», repitiendo como un robot lo mismo que ha dicho al principio.
Es martes. Aparece la apenas conocida que se acuerda de él solo en estos días, cuando hay que pedir un préstamo para pagar sus deudas. Promete, otra vez, que no se olvidará de abonar la cantidad lo antes posible, lo cual nunca sucede. Esta vez, con el rostro sonrojado y la voz temblorosa él le dice: «No, esta vez no», a lo que ella responde: «Ahh, yo sí creo que puedo contar contigo, seguro que me ayudarás».
Es miércoles. Llama la amiga y le dice: «esta noche hay marcha, nos vemos en el bar». Ella le responde titubeando que no, pues mañana tiene una clase importante y quiere estar despierta y concentrada. Entonces la amiga le dice: «Nos encontramos a las ocho, no faltes».
Es jueves. Ella camina hacia su casa después de una larga jornada, dispuesta a pasar la tarde relajada. Una cena sencilla y un baño con aromas es todo lo que desea. Pero sus planes parecen derrumbarse cuando lo ve a él en el portal de su edificio, esperándola con un ramo de flores tan grande que le tapa la cara. Ella, desconcertada, no entiende su actitud ya que hace menos de 24 horas le dijo, cree que muy claramente, que quería tomarse un tiempo en soledad y que le llamaría si deseaba verlo.
Es viernes. Cuando ella le pregunta si va a verla esta noche él dice, después de mil explicaciones, que le apetece estar con sus amigos a quienes no ve desde hace meses. No llevan ni la primera copa cuando ella le llama para recordarle que le está esperando, pues le quiere tanto -eso dice- que le necesita a su lado.
Es sábado. Ella le dice que, después de 20 años de gritos y malos tratos, se quiere separar y encontrar otra forma de vivir. Da vueltas sin sentido por la casa, hasta que silenciosamente coge su abrigo y abre la puerta mientras él le grita: «¿A qué hora piensas volver?»
Es domingo. El y ella se preguntan por qué las cosas no funcionan. Se sienten víctimas de la incomprensión y se deprimen pensando que no hay ninguna solución. Mañana, de nuevo girará la rueda, la eterna repetición de acontecimientos que no reflejan más que la incomunicación y el desencuentro.
Muchas personas se preguntan por qué, a pesar de haber dicho «NO», pareciera que no sonaran sus voces
Es bastante frecuente que se ubique la causa afuera, culpando al egoísmo, a la falta de escucha, al abuso de poder del que está del otro lado. Y no les falta razón. Estas actitudes corroen la comunicación rápida y violentamente. Pero si nos limitamos a mirar únicamente esta cara de la moneda, la del «malo» de la película, lo primero que aparece es la impotencia porque… ¿quién ha sido capaz, hasta ahora, de convertir a un egoísta en generoso o a un ávido de poder en amante de las relaciones igualitarias? Esto es como correr hacia un muro de piedra para acabar dándose un golpe tras otro sin descanso.
La buena noticia es que en la comunicación humana participan como mínimo dos personas. Y que una de ellas es la que no se siente escuchada.
Esto quiere decir que, dejando atrás el rol de víctima, se pueden revisar los motivos por los cuales un «NO» parece sonar como un «tal vez» e incluso como un «SI»
Quienes se han acercado a la obra de Wilhelm Reich sabrán que el lenguaje verbal no es el único elemento válido en la comunicación. Es más, que lo importante no es tanto lo que se dice sino cómo se dice.
Así, un «te quiero» puede significar el más grave insulto cuando viene cargado de espinas y, así también, un «No» empaquetado en un sinfín de dudas, miedos y sentimientos de culpa, puede llegar a convertirse fácilmente en un: «haz de mi lo que quieras»
Porque los mensajes llegan con todas sus implicaciones, conscientes e inconscientes, al lado de quien los recibe, dejando abiertas las fisuras por donde penetra fácilmente la incapacidad de aceptar una negativa, por parte de quienes solamente están dispuestos a ser admitidos a costa de lo que sea.
Por esto es que tampoco sirve de mucho gritar, explicar mil veces los motivos o cerrarle al otro las puertas en las narices para ver si entiende que un «No» es un «No«. Esto cansa, especialmente cuando no aparece ningún resultado favorable. Realmente no tiene mucho que ver el volumen, aunque el tono es importante. Pero un «No» dicho con mucho grito mientras se mira para otro lado como queriendo salir corriendo o, evidentemente, saliendo a correr temblando de miedo en cuanto se tiene la primera oportunidad, tiene bastante menos impacto que uno dicho con suavidad pero con la firmeza de un cuerpo que acompaña, que avala coherentemente la palabra.
Por esto, el contacto con el cuerpo es uno de los objetivos fundamentales a la hora de implicarse en una psicoterapia corporal como es la Psicoterapia Caracteroanalítica
Porque la participación del cuerpo no se reduce a las cuerdas vocales cuando se dice algo y porque la consciencia de lo que supone una afirmación o una negación es un verdadero salvoconducto a la hora de establecer relaciones transparentes.
Así pues, siempre que no se esté en una situación de amenaza real, con un revolver en la sien o atados de pies y manos, se tiene la opción de elegir si se quiere o no se quiere hacer algo y decirlo con la boca y con el resto del cuerpo.
En casos en que los miedos, la historia personal, las familias, las religiones, la propia educación o el no saber cómo actuar lo hayan impedido, hay que recordar que lo que se ha atado alguna vez se puede desatar ahora y que el cuerpo está esperando esa liberación para descubrirse, de una vez por todas, más ligero y natural.
1 comentario en «Cuando un «No» parece un «Sí»»
Felicidades, es un excelente artículo.
Los comentarios están cerrados.