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El Síndrome del Impostor – ¿Incapacidad o Pobre Imagen de sí mismo/a?

El Síndrome del impostor causa sufrimiento y sabotea hasta los proyectos más prometedores

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Impostora es aquella persona que finge o engaña, que se hace pasar por quien no es. Podemos verla retratada en diversas obras literarias, en el cine, en el teatro y, claro está, en la vida real. Impostora es también aquella imagen que aparece a pesar de los esfuerzos, de los éxitos, de los logros, de los merecimientos y que hace que algunas personas se sientan así: impostoras.

La sensación es la de estar engañando y el estado es de miedo irracional a ser descubierta la supuesta farsa. Los elogios parecen ofensas más que regalos y la reacción es la de rechazarlos neutralizando cualquier asomo de «peligro de éxito», adjudicando la bienaventuranza a la suerte, a los logros de otros y, de todas formas, a factores ajenos al merecimiento propio.

Le llaman síndrome del impostor. Causa sufrimiento y sabotea hasta los proyectos más prometedores. No depende de lo que hagas. Puedes ser actor o actriz, economista, psicólogo/a, político/a, matemático/a, escritor/a. Es como vivir entre dos mundos, el de los lógicos resultados de un trabajo bien hecho y el del irracional temor a ser descubierto por el supuesto engaño. Posiblemente por esto, la posición más cómoda es la de permanecer detrás del telón o, de todas formas, en la zona menos vistosa del escenario.

Resulta curiosa la «coincidencia» de que, en la biografía de varias personas con este síndrome, coincida la presión por cumplir expectativas, por mirar siempre hacia lo lejos, a lo inalcanzable, hacia el listón que alguien puso algún día y que, cuando lo consiguen algo sucede, que ese listón se aleja un poco más

Así difícilmente se puede tener la experiencia del trabajo cumplido, del respeto por el propio ritmo y, por lo tanto, de la satisfacción. En cambio, el perfeccionismo está presente y también la permanente sensación de que los esfuerzos que se hacen no serían necesarios si uno fuera más inteligente o talentoso. Con esto, el éxito deja de parecer un motivo de alegría para convertirse en un enemigo acérrimo.

Es obvio que la inseguridad y la baja autoestima son factores de riesgo. Pero como tantas veces, esto se ve reforzado por un contexto social que, caracterizado por su permanente doble mensaje, exige el éxito mientras pone zancadillas para conseguirlo.

¿Cómo se exige el éxito mientras se ponen zancadillas para conseguirlo?

Pidiendo, por ejemplo en una empresa, profesionales muy jóvenes y con demasiados años de experiencia. Hay que ser Superman o Superwoman para conseguir esto y como es poco probable que suceda, entonces hay que sacar del arsenal caracterial todos los recursos defensivos posibles, porque no están los tiempos para rechazar oportunidades laborales, así como tampoco parecen estar para convivir y crear relaciones de colaboración, pero sí de competencia. (Ver: La envidia… ¿Dónde está el Enemigo?)

La Consecuencia…

Insatisfacción, ansiedad, vacío, angustia, narcisismo y/o… Síndrome del Impostor.

Sentirse permanentemente en prueba, vivir internamente vigilado por un ideal, juzgarse y presionarse constantemente no parece ser reflejo de una vida sosegada, abierta a la creatividad y al buen hacer. Porque una cosa es aceptar que falta mucho por aprender cuando se tienen 20, 40 o 60 años y otra es sentirse eternamente incapaz de hacer lo que a uno se le ha encomendado.

Este es el momento en que este escrito tendría que derivar en «¿cómo solucionarlo?» ó «tips para combatir el síndrome del impostor». Y podría dedicar páginas y páginas a dar consejos para quitarse de encima esta desagradable experiencia: «Haz una lista de tus cosas buenas», «mejora tu autoestima», «sal solamente con gente positiva», etc. Los lectores y lectoras que me conocen sabrán, ya a estas alturas, que por ahí no vamos a seguir. Quienes no me conocen pueden, o continuar en el terreno de la incertidumbre o dejar de leer sin ningún reparo.

Porque no hay recetas. Porque las respuestas están dentro de cada cual y el trabajo consiste, no en convencerse de pensar y actuar de forma diferente, sino en encontrar las llaves que abrirán las puertas internas para llegar a esas respuestas. Esa es precisamente la función de una Psicoterapia efectiva. Porque pensar positivo está muy bien, cuando hay un terreno que lo permite. Porque subir la autoestima es genial, cuando trabajar por ello viene acompañado del respeto por uno mismo y no por seguir un modelo adjudicado desde fuera.

Porque el proceso de rehacerse supone un tiempo, que nunca es demasiado cuando el resultado es el contacto con la propia historia, con las propias posibilidades y con los propios límites, es decir, con la realidad de cada uno/a. Es desde ese punto, desde donde se puede recuperar el sentido de la vida, el contacto con la naturaleza humana, la conexión cuerpo-mente, la capacidad de crear, de convivir, de amar y de amarse.

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