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Lo que No encontrarás en una Terapia de Pareja

Acudir a una Terapia de Pareja puede ser el último acto de amor o una llave que abre la puerta para continuar juntos el camino. Sea como sea, siempre vale la pena

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“Vamos a una terapia de pareja”, dice uno de los dos con la esperanza de solucionar una situación difícil. A partir de ahí se abren miles de posibilidades, o se cierran cuando la otra persona no se siente dispuesta a cuestionar su relación.

Cuando hay mutua apertura, la terapia de pareja ayuda a expresar y comprender qué es lo que tanto inquieta, bloquea, confunde o duele, para trabajar conjuntamente en ello.

Como Psicoterapeuta, la Terapia de Pareja es una de mis grandes pasiones. Me resulta agradable y la mayoría de las veces gratificante, cuando consigo transmitir su verdadero sentido y funcionalidad.

¿Funciona la Terapia de Pareja? Habría que preguntarse primero qué significa «funcionar»… ¿Acaso que todos los problemas se acaban y a partir de ese momento estaremos de acuerdo en todo y empezaremos a sintonizar al 100% las 24 horas del día?

No. No es así. Ni esto ni algunas otras ideas que pueden surgir en la mente esperanzada de quien decide quemar el último cartucho, sin tomar en cuenta lo que supone una terapia de pareja.

Esto es lo que NO encontrarás en una Terapia de Pareja:

La Unilateralidad

No es posible emprender un  proceso terapéutico con una pareja en la cual sólo uno de sus miembros está dispuesto a revisar la relación. Es suficiente con que alguno de los dos no lo esté para que ni siquiera se inicie la terapia. En medio de los desacuerdos que puedan existir, al menos la aceptación mutua –y no coercitiva– para acudir a la terapia es absolutamente necesaria.

Las Preferencias

Cuando se va a una Terapia de Pareja de buena calidad, no existen preferencias por ninguno de los dos miembros. Los/las terapeutas estamos entrenados/as profesional y personalmente para trabajar con las personas sin invadir los procesos con nuestras inclinaciones basadas en el género, las afinidades del carácter o nuestras propias vivencias.

La Patologización

No hay uno que esté sano y otro que esté enfermo. La pareja, por mal que vaya, es un sistema y como unidad se detectan las dinámicas conscientes e inconscientes, aún cuando sólo uno de sus miembros presente síntomas tangibles. Es como sucede con el cuerpo, si duele la cabeza no culpamos a la cabeza por doler, sino que investigamos qué sucede con nuestro organismo para que la cabeza duela.

La Salvación

A una terapia de pareja no se va a salvar la relación y tampoco a destruirla. Se va a RESOLVER lo que trae desencuentro y sufrimiento. La consecuencia puede ser una nueva apertura para buscar otros caminos juntos o la oportunidad de despedirse de una manera saludable.

El Juicio

No se va a la Terapia de Pareja para que el/la terapeuta decida quién es el bueno y quién es el  malo.  Es frecuente que los uno o los dos miembros de la pareja acudan con reservas –explícitas o no– por miedo al juicio. Rápidamente se darán cuenta de que esta desconfianza estaba muy poco relacionada con la realidad del espacio terapéutico y así lo expresan abiertamente cuando se atreven a vivir la experiencia.

La clase

La terapia está muy lejos de ser un aula  de clases para aprender a tener una buena relación con la pareja, siguiendo los sabios consejos del/la terapeuta. Por el contrario, el arte de la terapia consiste en que el/la profesional que acepta a una pareja en su consulta sea capaz de estar presente para ayudar a movilizar aquello que bloquea, pero también de retirarse cuando la misma terapia facilita la identidad de dos, sin interferencias. Aclaro que se puede estar presente y retirarse sin moverse del sillón.

La Eternización

Precisamente para defender su identidad, no es conveniente que la Terapia de Pareja dure demasiado tiempo. Una cantidad de sesiones que se acuerdan directamente con la pareja serán suficientes para movilizar lo que sea necesario, esto después de un primer encuentro diagnóstico. En algunos casos, una o las dos personas desean seguir trabajando en los  aspectos caracteriales individuales que interfieren en el proceso de la pareja. Para esto existe la opción de la terapia individual, a veces combinada con sesiones de pareja menos frecuentes y con la participación de un/a segundo/a o tercer/a terapeuta que apoye el proceso para evitar contradicciones terapéuticas.

La Generalización

No hay una estrategia generalizada. Cada pareja es un mundo y no es lo mismo un conflicto por dificultades en la comunicación, que uno por problemas en la sexualidad, por ejemplo. Tampoco es lo mismo una pareja con dos años de convivencia que una con veinte, o una pareja con hijos que una sin hijos. Ese es uno de los aspectos apasionantes de la Psicoterapia y es la necesidad de crear proyectos terapéuticos acordes para las singularidades y los momentos particulares de quienes acuden a buscar ayuda.

No hay nada mejor que poner los conflictos encima de la mesa. Ocultarlos, aguantar, permanecer en la insatisfacción nunca es una buena idea. En cada proceso de Terapia de Pareja que he tenido la oportunidad de acompañar, he podido comprobar que siempre se gana. Después de las sesiones acordadas, la pareja sale conociéndose mejor (algunas veces conociéndose por primera vez) y con una mejor disposición a continuar resolviendo lo que en la terapia se ha abierto.

La posición del/la Psicoterapeuta en una Terapia de Pareja es privilegiado y por eso mismo el cuidado y el respeto por cada persona y por su situación es imprescindible. El/la terapeuta está en el lugar adecuado para ver lo que la pareja no puede, no porque no sepa sino porque sus puntos ciegos se lo impiden. Darse la oportunidad de recibir la información que se mantiene oculta por las dinámicas inconscientes de la pareja, es una excelente experiencia que trasciende a su vez al desarrollo personal  y al sistema familiar.

Acudir a una Terapia de Pareja puede ser el último acto de amor o una llave que abre la puerta para continuar juntos el camino. Sea como sea, siempre vale la pena.

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