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Cuando sea mayor quiero ser como YO

El trabajo es una función biológica, tan vital como la sexualidad y necesita ser satisfecho de forma natural

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Recuerdo ese día como si fuera ayer. Estaba en la biblioteca de la universidad donde estudié Psicología. Era un lugar hermoso y grande, repleto de misterios que en ese momento yo estaba convencida de poder desvelar.

Era emocionante pensar que tenía un largo camino por andar. Faltaba poco tiempo para acabar mi carrera y ya me estaba preguntando a qué me iba a dedicar. Ese día me vi en un verdadero problema: Con 23 años y ya casi a las puertas para acceder al «mundo real», no tenía ni idea de cómo iba a desarrollar mi trabajo.

No había sido una mala estudiante. Había asistido a la mayoría de las clases, mis notas eran aceptables y en las prácticas había vislumbrado alguno que otro talento. Pero ese día, echando una ojeada a la interminable información sobre diferentes posibilidades de ejercer mi labor, me entró una sensación de pánico que siempre recordaré como el momento en que di un pequeño pero definitivo paso hacia lo que es, actualmente, mi vida.

Fue el momento en que me di cuenta de que debía ELEGIR, porque la respuesta a la pregunta «¿A qué me voy a dedicar en la vida?» no estaba en los libros ni en las sabias palabras de mis experimentados maestros, ni en el libro de familia, ni en los edictos del gobierno y que, por lo tanto, nadie me iba a salvar de asumir la responsabilidad de esta trascendental decisión.

Lo que pasó después no importa demasiado, salvo porque gracias a esa elección estamos hoy aquí, yo escribiendo y tú leyendo. Cuento este instante de mi vida porque me llega a la memoria cuando veo, en ocasiones, una profunda desolación en la mirada de jóvenes que, además de la dificultad social que no les acompaña, se sienten perdidos en un futuro sin norte y sin salida. Triste espectáculo cuando estos jóvenes van creciendo con la sensación de que «hay que hacer lo que sea, porque es lo que hay«, para llegar a los 30, 40, 50 y más años con la impotencia de haber caído en una trampa de la que no han podido escapar y heredando su historia a los hijos y a los hijos de los hijos.

Es muy preocupante la situación de un país que no tiene entre sus prioridades la calidad de la educación, dejando a la deriva a esa parte de la población que cuenta con las mejores condiciones físicas y psicológicas para superar cualquier crisis social y económica. Y en consecuencia, es definitivamente más triste asistir al concierto de un coro de voces silenciadas por el miedo y por la resignación, que se expresan en la apatía y en la falta de un sentido por la vida.

El trabajo no debería ser un «lujo», punto de vista de quienes no pueden acceder a él, ni tampoco una «maldición», pensamiento de quienes no disfrutan del suyo. El trabajo es una función biológica, tan vital como la sexualidad y necesita ser satisfecho de forma natural.

Recordemos a Reich en su libro «La Función del Orgasmo»:

El poder social ejercido por el pueblo y para el pueblo, basado en un sentimiento natural por la vida y el respeto por la realización mediante el trabajo, sería invencible. Pero este poder no se manifestará ni será efectivo hasta que las masas trabajadoras y productivas no se vuelvan psicológicamente independientes, capaces de asumir la responsabilidad plena de su existencia social y determinar sus vidas racionalmente.[…] —W. Reich

Desde luego, no se respira actualmente un ambiente de respeto por la vida, desde esta óptica reichiana. Pero también es verdad que las crisis sirven para recordar los cambios pendientes y, en caso de que a alguien le quede al menos un último recurso, se puede emprender el camino hacia esa independencia psicológica de la que habla Reich.

Afortunadamente no todo es resignación, impotencia y apatía. Hay quienes no ceden ante la presión que aplasta y que empuja hacia la ceguera y la pérdida de objetivos vitales. Hay grupos, personas e instituciones que no están dispuestos a tirar la toalla y que encuentran su lugar para expresarse y para aportar su saber y su poder, ya sea en masivas manifestaciones urbanas, en la calma de su mesa de trabajo o en la intimidad de una consulta psicológica.

No importa la forma. Lo que importa es que no se apague esta llama que enciende la capacidad de luchar por la dignidad humana, condición obligatoria para un estado de salud mental y física, que incluye la cobertura de las necesidades más vitales, dentro de las cuales se encuentra la posibilidad de gozar de un trabajo satisfactorio.

Para esto, es urgente arriesgarnos, cada día más, a bajar de la nube de la conformidad y de la espera infinita de que alguien o algo llegue milagrosamente a salvarnos de la «incomodidad» de elegir lo que queremos ser o hacer en cada día.

Se hace imperioso, a estas alturas, continuar el camino hacia lo que nos satisface, por la simple y única condición que nos ha sido otorgada para ser, en esencia, humanos.

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