
La vida cotidiana está colmada de escenas que parecen de película. Y parece también que cada vez más la transitamos a ciegas, proclamando certezas por aquí y por allá, dando por ciertas informaciones sin voluntad de constatar con la realidad. Esto es lo que se muestra claramente en la película «La Caza» (Jagten), en la que el efecto contagio se hace más que evidente.
Es el clima de nuestro tiempo… es el tiempo de la posverdad, en la que emociones, deseos y creencias tienen más peso que los hechos, y a partir de diversas distorsiones se acaban tomando decisiones muchas veces peligrosas. Lo vemos cada día en cualquier ámbito que genere polémica. No es algo nuevo, pero se ha convertido en un arma de poder para ganar, desde un juego cualquiera hasta las mismas elecciones en política.
Ví la película «La Caza» (Jagten) en su estreno, allá por el 2013 y, aunque han pasado varios años, de manera recurrente pienso en ella. Me sucede cuando soy consciente de lo rápido que juzgamos los actos ajenos. ¡Qué pronto atribuimos a la realidad nuestras propias percepciones, ideologías o intereses! Presenciamos o nos cuentan una historia y en cuestión de segundos ya le hemos puesto nuestro sello de «bueno» o «malo».
Pienso en el final de «La Caza», —que no te contaré por si no la has visto—, que me hace estremecer como la primera vez. Pienso en cómo, a partir de nuestros vídeos internos, a veces tenemos la suerte de acertar, pero muchas, muchísimas veces nos equivocamos.
He visto esta película en diversos momentos de mi vida. El último, motivado por este escrito. Quise volver a ella para reflexionar contigo sobre los efectos de esa reiterada convicción de «esto es así porque YO lo veo así», sin posibilidad de diálogo, como sucede en estos tiempos de polarización de todo.
Te voy a contar la película basándome en los momentos que más me han impactado (que son casi todos). Los que hacen que me revuelque de rabia en el sofá ante la injusticia, que me desborde la tristeza por el sufrimiento de prácticamente todos los personajes o que me emocione gracias a la sensatez de una revelación, la presencia de un amigo o el poderoso efecto del amor.
Espero que disfrutes leyendo este escrito, tanto como yo he disfrutado escribiéndolo. Para facilitarte la lectura te comparto a continuación una tabla de contenido:
Tabla de Contenido
¿De qué va «La Caza»?
Empezamos disfrutando de la relajante sensación a la orilla de un lago danés, en el otoño de un pueblo extremadamente tranquilo, donde sus habitantes comparten los regalos de la naturaleza.
Lucas es un hombre de mediana edad que intenta reconstruir su vida después de su divorcio con Kirsten, con quien aún le falta limar algunas asperezas. Tiene una buena relación con su hijo adolescente, Marcus, aunque solo se ven fines de semana alternos. Goza de un trabajo estimulante como profesor en una escuela infantil y se anima a arriesgarse de nuevo en el amor. Es un hombre amable, los niños y las niñas se sienten cómodos con él y recibe el aprecio de colegas y vecinos.
Klara es una niña de unos cinco años que se encuentra algo desorientada, pues no consigue toda la atención que necesita para comprender sus emociones. A los adultos de su entorno les cuesta ver un poco mas allá de lo evidente. La quieren, la protegen como saben hacerlo, pero están demasiado ocupados con sus conflictos y apenas les da la vida para hacerse cargo de sí mismos.
Klara tiene además un hermano adolescente, Torsten, que experimenta una intensidad sexual propia de su edad y curiosea con pornografía en la tablet, junto con sus amigos, lo cual la niña presencia cuando le muestran una imagen, entre divertidos y asombrados por la visión de un pene erecto en primer plano. Esta corta escena parece casual, pero resulta clave para el desenlace de la historia.
Mientras los padres de Klara discuten, la niña se retrae, se aísla, calla. Y en una de esas ocasiones aparece Lucas, quien la acoge y la lleva a la escuela, no sin antes avisar a Theo, el padre, que además es su amigo.
Ya en la escuela, el ambiente es de lo más normal, de alegría y de juego, de revuelcos, risas y cosquillas entre Lucas y los niños
Klara aprovecha la ocasión para robarle un beso a Lucas, a quien antes le ha dejado en el bolsillo de su chaqueta un corazón hecho con cuentas de plástico, de esas que se pegan con calor para formar figuras. Vamos, la muy habitual situación de una niña de cinco años en pleno enamoramiento de su profesor. Pero Lucas, que conoce el mundo infantil, le explica que esos corazones y esos besos hay que dárselos a otros niños de su edad, o en todo caso a papá y a mamá.
La niña se siente frustrada, claro está. Niega haber dado el corazón a Lucas, mueve su nariz y su boca tal como suele reaccionar en momentos de tensión. Un gesto con el que manifiesta todo lo que sucede en su interior. ¿Pero quién está ahí para escucharla, orientarla, ayudarla a entender sus sentimientos y a gestionar su frustración? Aparte de Lucas, nadie. Así que construye su historia sola, entre el imaginario y una realidad que no comprende. Porque la soledad de la niña es una constante en esta película, en la que su entorno se caracteriza por una sistemática sordera ante sus necesidades y sus confusiones.
Acaba diciéndole a Grethe, la directora de la escuela, que odia a Lucas, que él es «feo, tonto y tiene pito, que apunta derecho al cielo como un cipote». Y encima mentiroso, pues ella niega que haya dejado un regalo en su chaqueta y afirma que fue él quien le dio un corazón.
«Pito», «corazón», «cipote», hacen saltar las alarmas a la directora y ahí es donde empieza el enredo, al principio de forma silenciosa, porque la mujer prefiere manejar el tema con prudencia, según dice, aunque parece que esto le va a resultar imposible, dada precisamente su falta de cuidado.
Fin de semana de cacería y de risas con amigos, de novia nueva, de alegre normalidad para Lucas… hasta que llega el día en que Grethe le comenta lo sucedido —sin mencionar a Klara por el momento— anticipándole que no hay de qué preocuparse, pues lo solucionarán «discreta y tranquilamente». Le propone que se tome un par de días libres mientras ven cómo abordar el tema.
Una prueba bajo presión
«Discreta y tranquilamente» Grethe se pone en marcha, acudiendo a Ole, una especie de asesor que hace exactamente lo que no hay que hacer: obligar a Klara a relatar la misma historia, y cuando ella le dice que no pasó lo que dijo, él, en vez de escucharla y de ayudarle en su desconcierto, la increpa preguntándole si ha mentido. Obviamente la niña no quiere pasar por mentirosa y mucho menos cuando Grethe le dice que tiene que «portarse bien» y contarle a ese hombre lo mismo que le contó a ella. Pero la niña calla, ella solo quiere ir a jugar.
El hombre insiste, le da «pistas» hasta que Klara acaba diciendo que sí, cuando le pregunta si Lucas «le mostró la colita». Y no contento con eso, él sigue y ella, moviendo su nariz inquieta de invasión, le dice que sí cuando le pregunta si le da vergüenza, y que sí cuando le pregunta si no le ha gustado lo que le hizo Lucas y que sí cuando le pregunta si a Lucas le salió algo blanco de la colita, y sí, sí, sí… hasta que consigue Ole su prueba y Klara que la deje en paz. Se va a jugar, liberada por fin… o por ahora.
Conclusión simplista, sesgada y, sobre todo, falsa: «es un asunto de la policía»… «hay que avisar a los padres». Aunque Grethe, pusilánime, deja entrever que la niña tiene mucha imaginación, Ole dictamina que es «obvio» que Lucas abusó de ella, que la niña está «sustraída y avergonzada». En ningún momento se plantea que él le obligó a denunciar un hecho que ella ahora no reconoce, que construyó una narración a base de refuerzos como: «te estás portando bien y respondes a mis preguntas», y que la forzó a completar el esquema que ya habitaba en sus propias expectativas ante un interrogatorio, ese sí abusivo, al que nunca se debería someter a un niño o a una niña.
«La Caza» (Jagten)- Efecto Contagio
Y ese es el principio de un virus que se propaga por todo el pueblo. Se anuncia el supuesto hecho a otros profesores, a padres y madres. Surgen nuevas sospechas: el niño que tuvo pesadillas esa misma semana, la niña que tuvo dolor de cabeza (por cierto, a ellos nadie les ha explicado nada) y todos los síntomas cotidianos que desde ese momento se convierten en corroboraciones de la supuesta conducta despreciable de Lucas. Y así se ha contagiado el miedo, siendo Lucas el último que se entera, por boca de su hijo, de que se trata de Klara.
Thomas Vinterberg, director de esta película y de otras como «Celebración», nos introduce desde el primer momento en la realidad de todos los personajes. No nos pone a dudar de la inocencia de Lucas, y uno se siente como en un circo donde la angustia hace querer avisarle al payaso bueno que el payaso malo le está jugando una mala pasada. La indignación y la impotencia crecen a medida que avanza la trama. Juega con nosotros hasta hacernos creer que, desde el principio, somos tan lúcidos que sí vemos las cosas como son.
¿Y si no lo hubiera hecho así? ¿Y si nos hubiera mantenido en el suspenso, dudando escena sí, escena no, de la inocencia de Lucas? Yo, posiblemente hubiera caído, dado mi perfil cognitivo, psicológico y social y dada la realidad denunciada por el último informe de UNICEF, que muestra que una de cada ocho mujeres y niñas y uno de cada once hombres y niños han sufrido violaciones o abusos sexuales durante su infancia. ¿Por qué Lucas iba a ser diferente, si no nos lo hubieran dejado bien claro desde el principio?
Porque la película no va de si Lucas es culpable o inocente. Ni siquiera va de abusos sexuales, concretamente. Va de cómo una grave sospecha se convierte en una serie de conjeturas y difamaciones que pueden destruir a una persona y a una sociedad entera. No hay quien no sufra en esa película, por causa de ajenos y propios demonios desatados
El sufrimiento de todos
¿Te imaginas esta situación con tu mejor amigo? ¿Te imaginas los sentimientos de tu amigo ante esta sospecha que cada vez se parece más a una certeza? Lucas va a su casa, Theo le hace pasar, le ofrece algo de beber. Lucas le muestra su preocupación y le propone averiguar juntos qué ha pasado. Pero Theo, muy afectado, analiza que su hija nunca miente y por lo tanto no hay motivo para que lo haga ahora, así que le reitera su desconfianza. A esto se suma Agnes, la madre de Klara que, sin intención de entender o escuchar nada, saca a Lucas de su casa insultándolo tras la insistencia de él por aclarar el tema.
Nosotros, espectadores, tanto como Lucas, sabemos que la niña miente, diga lo que diga su padre. Pero tomemos en cuenta que no lo hace por ser una «mala chica». La mentira de Klara tiene un significado y ella es la primera afectada por el impacto de una pulsión sexual que no encuentra salida en una posibilidad de descarga saludable.
Klara miente y no miente. Ella sí vio un pene como un cipote en la imagen pornográfica que veían el hermano y sus amigos, y en su mundo interno coloca esa imagen en un hombre real, en Lucas. Tachar la mentira, incluso la pulsión, de inmoral, son construcciones de adultos, no de niños.
¿Sí pasó lo que no pasó?
Ante este incidente Klara, que se ha limitado a saludar a Lucas tímidamente, pregunta a su madre si está enfadada con él y le confiesa que él no hizo nada, que ella «dijo una tontería». Ante esta oportunidad —posiblemente la única o al menos la más clara en toda la película—, la madre en su ofuscación, en su miedo y en su propia incapacidad de escuchar, le «explica» a su hija que la situación es difícil de entender pero que sí… que sí sucedió y que es su mente la que está engañándola. La niña se queda bloqueada, seria, pensativa… sola.
Ha habido varios momentos en que la niña es inducida a arraigarse en la tergiversación de su realidad. En cambio, no se indagó la asociación entre las imágenes pornográficas y el juego de Lucas con los niños, y tampoco se tomó en cuenta su actitud solitaria y retraída, seguramente ligada a las tensiones de su entorno familiar además de las propias de su desarrollo infantil, ya de por sí complejo.
Por el contrario, cada uno de los adultos, a su manera (y no siempre de forma deliberada o consciente), le pusieron en un atolladero cada vez más hondo: Ole, desde su rigidez, le manipuló hasta conseguir que dijera lo que él quería oír. Grethe, desde su desconcierto, decidió lavarse las manos y cortar por lo sano acudiendo a la frase mágica: «pórtate bien». Agnes, desde su miedo, desoyó los intentos de su hija por aclarar y acabó confundiéndola más.
En general, el virus caló tan hondo que el entorno ya no pudo aceptar un «no fue así», como si necesitara que lo fuera, confirmando esa realidad aun a costa de la propia niña, por no hablar del supuesto agresor
Cada vez más solo
Mientras crece la sospecha y se va pareciendo cada vez más a una realidad irrefutable, el entorno de Lucas va haciendo camino. Se suman más dolores de cabeza y pesadillas de otros niños, achacándolos a los supuestos abusos. Incluyen a la policía y a Nadja, la actual novia de Lucas, en sus motivos para culparle. Incluso ella, que antes reía por el absurdo, empieza a dudar quedándose él cada vez más solo.
Esto sucede cuando Klara aparece en casa de Lucas para pedirle pasear a su perrita Fanny, lo cual acostumbraba a hacer antes de este caos. Lucas, preocupado, le pregunta si su madre sabe que ha venido y ella le responde que no, con un gesto de los suyos (vaya por delante su magistral actuación) cuando no puede comunicar con palabras.
También le cuenta Klara, con tristeza, que dicen que él se ha portado mal con ella. Él le pregunta si ella piensa lo mismo y ella le responde con total sinceridad lo que a estas alturas una niña solo puede responder: «no lo sé, la verdad es que no me acuerdo» y se pone a llorar. ¿Qué le hizo? No lo sabe, no recuerda, tiene miedo… Lucas le pide que vuelva a casa.
Nadja, que ha presenciado este encuentro, se anima a hacerle la pregunta del millón: si tocó a esa niña. Lucas pierde los papeles al no sentirse creído por la mujer de la que se está enamorando. Le pide que coja sus cosas y se marche, sacándola a la fuerza.
Solo pero no tan solo
Llega diciembre. Lucas duerme, Fanny ladra. Hay un ruido y no es de los habituales. ¿Hay alguien fuera? Lucas baja con cuidado, pero antes de abrir la puerta ya alguien la está abriendo. Es Marcus, su hijo, que se asusta pues Lucas piensa que es un ladrón o alguien que le va a agredir y lo recibe en actitud de defensa. Después del susto se saludan con cariño. El hijo le miente diciéndole que la madre ve bien que vaya a verle. Lucas le cuenta que le han despedido del trabajo y que todo está en manos de la policía. Llora su hijo, se abrazan los dos. Lucas no está tan solo.
No está solo, porque está Marcus y también Bruun, amigo y además padrino de su hijo. Lucas le cuenta que la policía le hizo más preguntas y que dicen que también ha tocado a otros niños. Ahora lo dicen todos los niños, sus padres, sus colegas, el pueblo entero. El amigo le cree, le toca la mano, le acompaña.
Miradas ajenas
Pero no todo son amigos. Marcus va al supermercado y el encargado le hace saber que no es bienvenido. Le preocupa que el hijo de un violador espante a sus clientes. Porque Lucas, a los ojos de los demás, ya no es sospechoso. La sociedad se ha encargado de certificar su «indudable» culpabilidad.
Cuando Marcus vuelve, Lucas está saliendo con dos hombres que han venido a detenerlo. El chico va a casa de Klara para pedirles a los padres las llaves de su casa y de paso para buscar alguna comunicación con ellos. Le reciben de forma paternal, aparentemente preocupados por él. Pero cuando el chico les pregunta si van a ayudar, Agnes vuelve a las andadas, no escuchándolo y, en cambio, haciendo que le desvictimiza frente a un culpable que ella misma ha juzgado bajo el yugo de su propio miedo.
Pero Marcus sigue en pie. Y en vez de achicarse, increpa a Klara preguntándole por qué miente, le escupe, la zarandea. Acaba Marcus abofeteado, echado a patadas, humillado. Se acabó el paternalismo. Cabe destacar que el sufrimiento del hijo es inmenso, pues resulta siendo, él sí, una víctima indirecta de una sociedad anclada en sus certezas.
Se acabó el paternalismo aunque padrino sigue habiendo: Bruun, que ha estado trabajando en el caso con su familia, que sabe de estos temas y de otros, pues también se ha ocupado de asegurarse de que el chico esté atendido y de que Kirsten, su madre, lo tenga ubicado.
Ahora el destino de Lucas está en manos de la policía, y puede suceder que pase a prisión preventiva o que no vean ningún fundamento para seguir con el caso. ¿Qué pasará? No se sabe pero la cosa está difícil pues todos los niños describen el mismo hecho, de la misma forma y en el mismo lugar: el sótano de su casa.
¿Cuál sótano?
Pero mira cómo son las cosas: la casa de Lucas no tiene sótano. Es decir que los niños describieron un hecho que se construyó en un lugar que no existe.
Seguro que habrá quien diga que con esta película —y con otras del mismo estilo, véase, por ejemplo, una más actual con otro tema interesante: «La tutoría»— se intenta «blanquear» a los abusadores. Yo no hago esta lectura, y menos cuando Bruun hace su propia denuncia acerca de esta realidad, diciendo una de las frases más relevantes de la película:
«Es muy corriente en casos como este, que los niños describan detalles de lugares que no existen. No sé si es obra de su imaginación y cosas que se inventan en el recreo cuando hablan entre ellos, o son cosas que oyen a sus padres o que ven por televisión, pero la gente siempre da por sentado que los niños dicen la verdad… y por desgracia muy a menudo la tienen»
A veces no, pero por desgracia muy a menudo la tienen. Y es justamente con lo que habría que tener mucho cuidado cuando, como padres/madres, educadores y profesionales de la salud nos encontramos con la premura de conocer la realidad en función de la seguridad del niño o de la niña, contando con que, cuando sí ha habido abusos, los adultos transgresores siempre lo van a negar y el resto de la sociedad va a sacar sus propias conclusiones de acuerdo con historias particulares, ideologías o temores. He aquí la importancia de una labor interdisciplinar y de una calidad en la formación profesional, que incluye el trabajo personal.
Porque esto es lo que nos va a dar más posibilidades de acertar, aún sabiendo que la psicología nunca será una ciencia exacta. Muchas claves nos da el lenguaje no verbal en esta película, tanto como en la vida cotidiana. Hay un juego en que la niña lo dice todo. También están sus gestos. Si la hubieran dejado hablar o gesticular sin sobreinterpretar, posiblemente sus intentos por desanudar el nudo no hubieran sido infructuosos. A veces basta con escuchar el silencio, dejar a un lado el pensamiento adulto en su versión más cortical. Seguiremos equivocándonos, seguro, pero tal vez, escuchando, más veces acertaremos y, sobre todo, mejor protegeremos a nuestros niños.
El daño ya está hecho
Ahora hay tiempo para relajarse, bromear y hablar entre padre e hijo, de novias y de otros temas menos urgentes. En esas confidencias están cuando se oye el estruendo de un cristal roto. Sale Lucas y no ve a nadie, la ventana destruida… al parecer alguien sigue teniendo dudas… y Fanny, la perrita… ¿dónde está? ¿Y qué es esa bolsa con algo dentro, con lo que han roto la ventana? ¿Y cómo es posible que Fanny, inerte y fría de muerte, haya sido utilizada como arma de odio irracional?
Desconcierto de padre, desesperación de hijo, entierro de Fanny. Lucas quiere estar solo. Envía a Marcus a casa de su madre, pide a Bruun que se vaya. Está lloviendo.
Es navidad. Lucas va al supermercado a comprar comida. No hay chuletas. ¿Cómo que no hay, si Lucas las tiene frente a sus ojos? Es que él no puede comprar ahí. ¿Cómo? ¿Es que no tiene derecho? Respuesta: un puñetazo, un «usted no es bien recibido aquí», unas cuantas patadas hacia la calle y una última palabra: «pervertido».
Esta y otras escenas de «La Caza» nos muestran claramente el poder de una información distorsionada, como sucede con los bulos en nuestra sociedad actual, en otros ámbitos. Aun cuando ya se sepa que lo que se dijo no correspondía a la realidad, las fake news siguen teniendo su efecto. Lo saben muy bien quienes utilizan esta estrategia para arañar votos a punta de difamaciones acerca de sus opositores, para llamar la atención o para expresar su aversión a inmigrantes, pobres, homosexuales o cualquier otra persona con diversa identidad. Sea como sea y tenga la gravedad que tenga, el daño ya está hecho.
Lucas está cansado y herido, pero sigue luchando. Vuelve a entrar al supermercado, le vuelven a sacar, entra de nuevo. Acaba entrando sin más, le da un puñetazo al carnicero y sale con su compra, que no tienen más remedio que dársela.
Afuera, en la calle, están Klara y sus padres, quienes desde el coche presencian la escena de Lucas en el supermercado. La niña pregunta por Fanny, la madre le contesta que no sabe y el padre simplemente hace un gesto de dolor.
Noche de «paz y de amor»
Lucas está solo en su casa. Es nochebuena. Toma una copa, se pone su traje, se mira al espejo y se va a la iglesia, donde están sus vecinos, su novia recién exnovia, Klara y los otros niños. Todos le miran expectantes. Empieza el ritual con una oración que hace que Lucas se dé la vuelta y mire a Theo a los ojos. Una mirada indescriptible, un gesto que al otro le inquieta más que los padrenuestros que todos repiten como una grabadora.
Cantan los niños, Lucas llora. Está destrozado. Se toca el cuello por esa horrible sensación de saberse escrutado. Llora de rabia, sale de él un gemido adolorido. Los padres de Klara cuchichean y Lucas se levanta, ya al límite, y llega hasta Theo preguntándole si quiere decirle algo y cuando el otro le pide que se calme, ya que «le está viendo el pueblo entero», (como si no le hubieran visto ya), Lucas pierde los estribos y le abofetea, dejándose llevar sin resistencias por quienes le sacan del lugar.
Noche de «paz y de amor». Klara sueña con la perrita Fanny. Y también, en su sueño, saluda a Lucas con cariño. Su padre presencia a la niña, diciendo ella, dormida, que no quería que pasara nada de esto.
Y por fin, las dudas de Theo se disipan. Después de calmar a su hija, se va a la cocina y coge comida para llevar a Lucas. Agnes le cuestiona pero él la aparta y se va. Al más puro estilo nórdico, el encuentro entre los dos amigos es muy significativo. No hay grandes conversaciones. Hay silencio, compañía, mutuas heridas empezando a sanar, paz… ¿resolución?.
Un año después…
Completando el ciclo con el siguiente otoño, varios amigos se reúnen para celebrar otro ritual: «el día en que los niños se convierten en hombres y los hombres en niños». Marcus recibirá su licencia de caza y al día siguiente participará de su primera cacería. Lucas está pletórico, orgulloso de su hijo y recuperando la relación con Nadja.
El regalo para Marcus es, obviamente, una escopeta, valioso tesoro que ha pertenecido a la familia por generaciones. Hay discursos, aplausos, satisfacción. Y además hay cercanía entre Lucas y Klara, quien se encuentra en una situación difícil pues no puede caminar por el suelo ya que tiene muchas rayas. Lucas le ayuda y, con ella en brazos, segura y protegida, pasan juntos al otro lado.
Así que todo va bien, por fin, aunque inquietan oscuras miradas a la cámara. Las vemos nosotros, espectadores… y Lucas, que no deja de hacer un repaso de vez en cuando, por si acaso.
Llega el gran día para el estreno de Marcus como «hombre de cacería», dispuesto a «conquistar el bosque» con su padre y otros hombres más. Ya en el campo, Marcus en su emoción da un silbido cuando ve a los demás y asusta a los ciervos. «Volverán», le tranquiliza Lucas: «Espera en tu puesto, tendrás que esperar un buen rato, pero volverán… ¿Estás preparado?».
Ahora cada quien en su sitio, en un silencio sepulcral, atentos a la presa, al peligro… Acaba la película con Lucas solo en su acto de cacería, solo ante su historia, solo ante su miedo, solo ante el desenlace de un malentendido que nunca debió suceder.