
Una de mis más grandes pasiones, profesionalmente hablando, es la Terapia de Pareja. Me maravilla la capacidad que tienen los sistemas humanos para movilizar sus estructuras, para transformar dinámicas de relación que no funcionan, que dañan, que hieren. Me motiva enormemente la disposición de las personas para escudriñar en su interior y dar lo mejor de sí —en ocasiones enfrentándose a los demonios más profundos— para dar una oportunidad, para encontrar un nuevo “sí quiero” o para decir “adiós” y soltar, de forma saludable a pesar del dolor que conllevan las despedidas.
Como psicoterapeuta me emociona, y a veces me impresiona, la oportunidad de presenciar tan de cerca los hilos de un sistema tan privado, como es el de la pareja. Es una de las experiencias más dificiles y, a la vez, más gratificantes en nuestro trabajo. No sobra decir que la responsabilidad es inmensa, como en todos los procesos psicoterapéuticos.
La Pareja: Dos personas, UN sistema
Cuando atendemos a una pareja priorizamos el trabajo con UN sistema, por encima de las individualidades. Esto supone que no apostamos por uno ni por otra, no estamos del lado de nadie y no vaciamos nuestros miedos, frustraciones ni prejuicios en el “malo” o la “mala” de la película ni colmamos de flores al “bueno” o a la “buena”.
Lo que hacemos es investigar, analizar y dar recursos para que la pareja encuentre un camino más satisfactorio, que le permita evolucionar. A veces evolucionar y encontrar ese camino significa reencontrarse y otras veces despedirse, porque la pareja es, también, un sistema vivo, es decir, un sistema que se mueve y se transforma constantemente.
Diríamos que lo más importante no es que, después de unas cuantas sesiones de Terapia de Pareja, las dos personas se quieran mucho más que antes, que se pidan perdón por todos los daños causados, o que alguien tenga que convertirse en lo que no es para que el otro o la otra esté más contento/a.
Terapia de Pareja… ¿De qué se trata entonces?
Se trata de comprender los motivos que les han llevado al desencuentro y otras veces al desamor. De ver si hay algo para rescatar o si es imperioso un re-conocimiento mutuo cuando (sin darnos cuenta) el tiempo transcurrido haya transformado deseos, necesidades, percepciones, y cuando la inercia de la costumbre haya hecho que pasen desapercibidos hasta el momento de mirarse y descubrirse en el aquí y ahora.
Se trata de poner fin a sufrimientos casi siempre innecesarios. Porque se sufre mucho más evadiendo los conflictos que afrontándolos. Se sufre demasiado cuando se piensa que “esto es lo que hay” y que no hay vuelta atrás. Se sufre cuando no se resuelve, cuando no se vislumbra un futuro. Se sufre infinitamente cuando uno no se siente amado, cuando lo único que se percibe es un tiempo muerto y una falta de ilusión.
Porque en el intento de reconducir el proceso de la pareja —o incluso en el final de una relación—, siempre hay un mañana posible para cada quién, mientras que vivir en la añoranza de lo que fue y se perdió, o de lo que nunca fue ni al parecer será, es verdaderamente insufrible.
Transformar lo transformable y… ¡Despertar a la Vida!
Poner fin al sufrimiento –o al menos aliviarlo–, es uno de los principales objetivos de la Psicoterapia Caracteroanalítica, ya sea individual o de pareja. Despertar a la vida y animarse a transformar lo necesario —y lo transformable— es una manera de prevenir la insoportable experiencia de la resignación y, con esta, la de vivir en un desierto emocional.
La Terapia de Pareja no nos salva del conflicto. Puede que, al contrario, lo evidencie. No nos evita asumir decisiones trascendentales, sino que nos ayuda a liberar la capacidad para tomarlas. No nos convierte en débiles o dependientes, sino que nos ofrece la posibilidad de abrir puertas hacia una verdadera evolución.