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Luz de Gas – La silenciosa negación del otro

“Luz de gas” o "Gaslight", consiste en una persistente negación de la realidad de otra persona, dando por hecho que lo que pasó no pasó, que lo que vio no lo vio y lo que vivió no lo vivió

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luz de gas la negacion sistematica


Es como un sueño del que no podemos despertar. Las luces se difuminan y la percepción no es más que un amasijo de memorias borrosas. La mente se enajena y el cuerpo se enreda entre certezas convertidas en dudas.

No hay lógica. No hay sentido. Pero hay algo, y esto es muy importante, que no depende de la propia voluntad y que domina nuestra percepción.

Se llama “luz de gas”. Suena terrible, enloquecedor… de película. Y sí, efectivamente este término utilizado en psicología, fue tomado de una película de George Cukor llamada “Gaslight” (1944) —o sea ”Luz de Gas” pero en inglés—, basada en la obra de teatro con el mismo nombre, de Patrick Hamilton, presentada en 1938.

El argumento refleja exactamente lo que que sucede: el intento de alguien por destruir la percepción de la realidad de otra persona. ¿Por qué? ¿Para qué?… Esta ya es otra cuestión.

La obra original trata de un hombre interesado en encontrar unos valiosos rubíes que ya años antes pretendió robar sin éxito. Para esto, Gregory inventa una estrategia consistente en hacer creer a Paula, su mujer, de que padece lagunas de memoria mientras es él quien modifica la realidad para causar su confusión y que sea ella misma quien dude de su cordura. Cambia las cosas de sitio y le acusa de cleptómana, produce ruidos y le reprocha su falta de sensatez al referirse a éstos. Y en secreto, atenúa el gas de las lámparas de la época, por lo cual ella percibe los cambios de luz en las habitaciones. Pero como él lo atribuye a su imaginación, ella empieza a sentirse culpable y merecedora del maltrato.

Luz de gas… ¿Cosa de otros tiempos?

Podemos preguntarnos si esta forma de manipulación hace parte de otros tiempos o es una simple fantasía, como buen argumento para una obra de teatro o una película. Es verdad que las lámparas de gas han pasado a la historia, pero el maltrato y la manipulación de las mentes lamentablemente sigue siendo cosa nuestra, aunque no necesariamente de forma tan macabra.

“Luz de gas” es una de las formas de abuso psicológico más sutiles y además no es exclusiva de ladrones, psicópatas o malas personas… o sea que mejor reflexionemos antes de tirar la piedra. Con lo que sí tiene que ver es con la salud emocional de todos los implicados. Muchas veces hace parte de la vida cotidiana, de la más normalita, de dinámicas inconscientes de relación en sistemas familiares, de pareja, laborales, sociales, etc.

En pocas palabras, “luz de gas” consiste en una silenciosa y persistente negación, consciente o inconsciente, de la realidad de otra persona dando por hecho que lo que pasó no pasó, que lo que vio no lo vio y lo que vivió no lo vivió.

Lo que consigue esta negación de la realidad es desorientar y así minar la confianza en las propias percepciones, causando ansiedad, angustia, confusión, miedos e inseguridades. Las motivaciones para ejercer este tipo de abuso van desde el ansia de poder (como en la película), hasta la necesidad de salir de un aprieto solapando miedos, culpas o incapacidades. Y a veces ésta es la forma de escudarse cuando no se conoce una manera saludable de afrontar los conflictos. Es importante aclarar que, para que se considere un abuso en toda regla debe ser una conducta persistente, reproducida muchas veces en el tiempo.

El tipo de abuso llamado «luz de gas» o «gaslight» es sutil porque es imperceptible y difícilmente explicable. Si fuera evidente no sería tan fácil permitirlo y aquí es donde podemos poner una primera luz, nunca mejor dicho, hacia la salida de la confusión. Pero de eso hablaremos más adelante.

Es verdad que este tipo de abuso psicológico es una de las estrategias frecuentes para ejercer la violencia de género, pero no de manera exclusiva. Se puede dar en muchas otras situaciones y con diferentes niveles de intensidad. Mujeres, hombres, niños, niñas y adolescentes, pueden haberse sentido anulados y confusos por causa de una relación de abuso por parte de sus parejas, madres, padres, cuidadores/as, etc.

“Estás loco/a”… “Te montas películas”… “Eres un/a exagerado/a”… “Lo que dices no tiene ningún sentido”… “Eres demasiado sensible”… son las cosas que hay que oír cuando existe un ambiente borroso en las relaciones. Como decía antes, son intentos conscientes o inconscientes de debilitar la percepción del otro o de la otra, motivado por un beneficio personal. No se trata de la rabieta de un día, sino de un ejercicio recurrente que deja a la otra persona extenuada y con sentimientos profundos de inutilidad y baja autoestima.

Más allá de las palabras

Ese ambiente borroso en las relaciones no siempre está mediado por palabras. El lenguaje no verbal, aún más imperceptible, puede ser suficiente para ejercer el «gaslight» o «luz de gas». Muchas veces basta con gestos de reprobación o simples onomatopeyas (hummm… uff… bah…) que ya lo dicen todo y eso, mezcladito con la mirada al cielo como pidiendo paciencia o con la sonrisa irónica, ya es bastante información para que la otra persona se sienta como un trapo sucio.

Y por si fuera poco, no hace falta ser tan borde. Hay gases de colores que pueden simular bellos arcoíris y aún así ser muy confusos. Se me ocurren ejemplos propios de las comunicaciones paradójicas, como el caso de quien se derrama en halagos hacia su pareja mientras no para de flirtear con todo lo que aparece por su lado, o quien se ufana de escuchar al niño o a la niña mientras, a su vez, se dedica a colgar sus selfies en las redes. Aunque en estos casos el objetivo no sea debilitar al otro, sí puede conseguir los mismos resultados: Ambigüedad, incertidumbre, confusión… “Si me quiere tanto como dice… ¿por qué actúa de esta manera?… Seré yo, que no lo entiendo”.

El mecanismo es tan perfecto como invisible, hasta el punto de que el propio entorno ni se da por enterado y muchas veces incluso contribuye a echar leña al fuego, aunque hay afortunadas excepciones como en la película, cuando un “ex-poli bueno” que conocía la persistente ambición de Gregory, decide aclarar el tema acercándose a Paula y ayudándole a abrir los ojos. En la vida real están las amigas y amigos (si alguno queda porque el aislamiento social es uno de los síntomas más llamativos), o algún profesional capaz de dar tiempo, escuchar de verdad y comprender.

Así que no hace falta casarse con un ambicioso ladrón de traje y corbata sacado de principio de siglo para conocer el efecto de la manipulación llamada luz de gas. Y no es necesario vivir experiencias de película. Basta con estar en casa, en el trabajo o en el colegio, en medio de relaciones contaminadas por la mala calidad en la comunicación y por la inconsciencia frente a los mecanismos de defensa que nos hacen actuar de maneras tan absurdas. Eso también es violento y no darnos cuenta no nos exime de responsabilidad.

Luz de Gas y Psicoterapia

La probabilidad de que una persona llegue a la consulta de psicoterapia diciendo: “Es que me hacen luz de gas”, es muy cercana a cero. La probabilidad de que se acerque a la consulta quien ejerce este tipo de abuso diciendo: «Es que no quiero seguir haciendo luz de gas a los demás», es infinitamente menor.

Pero sí llegan cada vez más personas sufriendo agotamiento, ansiedad, tristeza, inseguridad, inutilidad, confusión y/o desequilibrios psicosomáticos, por nombrar solo unos cuantos. Es frecuente además que atribuyan estos estados a su falta de lucidez, su extrema sensibilidad o su supuesta tontería y que tiendan a disculparse continuamente, a no tener ni idea de lo que quieren o necesitan y a evitar cuestionamientos hacia cualquier persona de su entorno.

Estos síntomas nos hacen pensar en una posible situación de abuso pasada o presente, pero antes de sacar conclusiones definitivas hay que valorar otros aspectos. Para esto es importantísima una primera evaluación, un diagnóstico que nos oriente hacia un tratamiento adecuado.

No podemos ir por ahí diciéndole a la gente que está siendo abusada por tal o cual, sin conocer su historia y su manera de funcionar en el mundo. Sí podemos, desde el primer segundo, tomar contacto y empezar a conocerla, a sentirla y a abrir un espacio de confianza para que allí pueda expresarse libremente y sin peligro, tomando en cuenta que la ambigüedad es el aire que respira, con lo cual se entiende que su percepción de la realidad y su capacidad de comunicación estén muy poco afinadas. Si no fuera así, otra cosa estaría haciendo muy diferente de acudir a la consulta de un psicólogo.

Imaginemos que después de unas cuantas sesiones tenemos información suficiente para pensar que los síntomas que presenta están relacionados con formas de relación perversa en que la “luz de gas” está presente. Nada conseguiremos con decirle que no se deje maltratar o que suba su autoestima. Lo que sí podemos hacer es acompañarle, dándole todos los recursos a nuestro alcance para que recupere la identidad que seguramente ha perdido en el camino de la permanente incertidumbre.

Así es como en un espacio terapéutico de calidad, la persona se irá encontrando a sí misma y tomará consciencia de las trampas que le han llevado a ser presa fácil para las relaciones abusivas. Esto le otorgará un gran poder, mucho más efectivo que la lucha por soportar lo insoportable o la persistencia esperanzada en que el otro se dé cuenta y cambie, que es precisamente la trampa más enceguecedora.

Si hay algo que no cuadra en tus relaciones, si después de cada momento compartido la frustración es el resultado, si la confusión no te deja ver nada claro, si lo que percibes no se parece en nada a lo que el otro te devuelve… Sí… puede ser que se te haya disparado la tecla paranoica, que tu percepción esté distorsionada, que algo necesites recordar. Pero también puede ser que estés experimentando la forma de abuso emocional llamada “luz de gas”.

De cualquier manera, de ahí también se puede salir. Háztelo ver… porque vivir mejor es posible.

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