Cargar con la culpa duele y cansa. A veces está tan impregnada en la vida cotidiana que parece natural llevarla a cuestas. Y es el rasgo masoquista del carácter el encargado de vigilar que permanezca ahí, anclándonos en el malestar y en la imposibilidad de disfrutar de cada momento. (Ver: Actitudes masoquistas en la vida cotidiana).
Aceptar el sentimiento de culpa no suena muy apropiado en estos tiempos de culto a la «autoestima», tal como se la concibe en los libros de autoayuda. (Ver: Mas allá de la Autoestima). Sin embargo, por más mantras y fórmulas de pensamiento positivo, ahí está la culpa dando guerra y de alguna manera la tenemos que expresar.
El lenguaje es un excelente aliado de nuestras expresiones indirectas y muchas veces inconscientes. Y el lenguaje no verbal más aún, cuando nuestros actos delatan las culpas guardadas en el más oscuro rincón del interior.
→ Esas expresiones de afecto exagerado que de tanto usarlas resultan sospechosas. Esos te quiero mecánicos, repetidos y melosos a niños y a niñas, a parejas o amigos, a quienes se falla y se abandona, a quienes no se sabe amar con calidad, compromiso y permanencia.
→ Besos y caricias ansiosamente acumuladas durante toda la semana, que el domingo se vacían enteras y caóticas en otro ser ya cansado de anhelar.
→ Esos regalos que llegan justo después de los conflictos, ramos de rosas, bombones y serenatas que prometen cambios inmediatos y demasiadas veces imposibles.
→ Esas constantes idas y venidas en una relación algún día amorosa que ahora agoniza. Si te dejo no soportaré tu sufrimiento, entonces me quedo aunque no quiera.
→ Esas repetidas y erráticas condescendencias ante demandas de atención, favores, dinero o afecto de parte de alguien a quien se cree –acertadamente o no– haber hecho algún daño en el pasado.
→ Esa necesidad de cerrarse a cualquier experiencia placentera, cuando se ha aprendido que el goce de vivir tiene más que ver con el pecado que con una vida saludable.
→ Esa imposibilidad de romper las cadenas de los mandatos familiares y los pactos inconscientes, que pretenden instaurar un destino fijo e incuestionable, llegando a boicotear hasta la propia felicidad (Ver: Pactos inconscientes, fantasmas que van y vienen)
La culpa habla y si no puede hablar actúa. Y cuando poco a poco va creando una telaraña de insatisfacciones, la vida se puede convertir en un drama en el que la mala o la buena suerte parecen mover los hilos de una marioneta que ha entregado todo su poder a un destino previsiblemente derrotista.
Entre culpas y culpabilizaciones se puede andar por los laberintos de las relaciones personales y de la propia identidad, pero esta manera de conjugar las singularidades no aporta más que sufrimiento y pobreza emocional.
Y así como se puede permanecer en un estático pantano de culpabilidad, también se puede salir de este con más o menos fuerza pero con todo el horizonte por delante para vivir una vida más plena, más digna y más humana.
2 comentarios en «El lenguaje de la Culpa»
Maravilloso.
Gracias!
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