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Cuidado con el Cuidado

Cuidado con el cuidado, que no se nos convierta en otro comodín para distraer nuestros desencuentros, sino que por el contrario nos ayude a mejorar cada vez más nuestro estar en compañía

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cuidado con el cuidado

En los últimos tiempos, por uno u otro motivo y en diferentes contextos acabo encontrándome con el tema del cuidado, lo que ha motivado este momento de reflexión.

Parece que hay una sensación general de carencia, de anhelo de un poco más de suavidad en el trato. Una eclosión de heridas antiguas que se re-abren con las actuales maneras de relacionarnos, tan desvinculadas de la expresión afectiva.

A menudo se confunde la idea del cuidado con otras formas de excesos y carencias, llegando así a convertirse en una de tantas otras expresiones tergiversadas que al final no significan nada, encajándola como queriendo meterla en algún resquicio de nuestra cotidianidad impregnada de quehaceres y tensiones.

Siempre necesitamos cuidado, pero la manera de darlo y recibirlo depende del momento en que nos encontremos, tanto por nuestras circunstancias como por nuestro momento de desarrollo. Es decir que una niña o un niño recién nacido necesita de unos cuidados y uno/a de tres, cinco o diez años necesita de otros.

Como adultos que también pasamos por diferentes momentos, por supuesto que necesitamos atención. Y muchas veces nos liamos cuando no podemos diferenciar entre el cuidado, la reciprocidad y algunos ecos de carencias antiguas que llevan a exigir directa o indirectamente ser cubiertas, a rechazar cualquier propuesta de ayuda o a cuidar de todo el mundo sin reparos, desconociendo las motivaciones internas que nos mueven a hacerlo.

¿Quién no se siente aliviado con un cálido abrazo después de un día difícil? Ojalá nunca perdamos la sensibilidad para pedir y recibir atención y que podamos mantener esa parcela de vulnerabilidad que nos hace tan humanos

Pero también… ¿quién no se siente abrumado con una constante demanda de atención que nunca llega a satisfacerse? Ahí ya podemos pensar que además de la necesaria cuota de cuidado, estaría bien investigar si lo que falta responde a otros motivos más hondos, más históricos, más infantiles en el sentido de que algo se haya quedado sin completar en los primeros años de nuestra vida.

Cuando esto se pasa por alto es fácil confundirse, desarrollando relaciones adultas basadas en dependencias que limitan, estancan y que tanto sufrimiento causan.

Con este tipo de «dependencias que limitan» no me refiero a la necesidad que nos lleva a apostar por el apoyo mutuo en los vínculos estrechos, que nos permite evolucionar en la convivencia y recordar que solos tampoco es que avancemos demasiado.

cuando la dependencia y el amor van juntos
La dependencia emocional es positiva y saludable cuando supone una apuesta, una confianza y la disposición para correr riesgos en la entrega afectiva.
Ver: Cuando la Dependencia y el Amor van juntos

Por el contrario, me refiero a esa tóxica ansia por llenar vacíos en el constante reclamo de la presencia del otro y cuando el imperativo del cuidado se convierte en un arma de doble filo, cayendo fácilmente en dinámicas marcadas por la falta de equidad, como una balanza en la que dos o más personas acuerdan casi siempre de manera inconsciente el lugar cada una, no siempre acorde con el bienestar.

Porque del otro lado también nos encontramos con algunas tendencias a cuidar sin medida, dando al sacrificio un estatus de virtud, amparado por valores muchas veces contradictorios con la salud emocional.

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Ayudar a los demás nos gratifica y nos hace sentirnos útiles. Pero algunos matices nos hacen pensar en el cuidado compulsivo, que supone una exageración en el acto de cuidar, mezclado con un posible sufrimiento por lo que está pendiente de llorar en la vida personal
Ver: Cuidar de los Demás… compulsivamente

La capacidad de cuidar es una de las más bonitas expresiones del amor, así como la capacidad de recibir cuidado es vital para la supervivencia. Pero como todo, cuando ese cuidado se traduce en miedo, culpa, arma de chantaje, exceso o sustituto de cualquier carencia, duelo no resuelto, conflicto no afrontado, etc., habría que prestar atención, de nuevo, a las posibles motivaciones inconscientes.

¿Por qué prestar atención a las motivaciones inconscientes?

Lejos del interés por sacarle cinco patas al gato en plan psicóloga dramática, la realidad que traspasa lo cotidiano nos avisa de síntomas relacionados con el desgaste emocional. Y esto se ve claramente en algunas personas dedicadas al cuidado, por ejemplo en trabajos de asistencia, pero también en otros ámbitos laborales y en parejas, familias, colectivos, grupos de amistades, etc., con dinámicas distorsionadas en sus relaciones donde la balanza cuidar vs ser cuidado refleja una clara disarmonía.

Ya en otros artículos he hablado sobre los criterios que utilizamos en Psicoterapia Caracteroanalítica para responder a las consultas de nuestros pacientes, basándonos en las estructuras psíquicas y los rasgos caracteriales además de las características psicosociales, para tratar diferentes situaciones de la vida emocional.

Aquí quiero resaltar que el «cuidado» traducido en estar pendientes de los demás y propiciar los mejores momentos para compartir el placer de vivir, también supone considerar las necesidades ajenas y las propias, los diferentes ritmos, las biografías, las motivaciones, los límites y las posibilidades

Por eso «cuidar» no debería impedir la expresión de emociones no tan populares pero igualmente legítimas como el enfado o el desamor, situaciones como el conflicto o el cambio y derechos como la libre elección.

Así pues, cuidado con el cuidado, que no se nos convierta en otro comodín para distraer nuestros desencuentros, sino que por el contrario nos ayude a mejorar cada vez más nuestro estar en compañía.

Gracias por compartir este artículo

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