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Cuando el Duelo se Complica

Los duelos se elaboran a su ritmo y a su tiempo y no hacen parte de la patología. Pero a veces se complican y esto tiene que ver con muchos factores, desde la naturaleza de la pérdida hasta la estructura y los rasgos de carácter

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Duelo… Tarde o temprano nos toca vivirlo. Y no uno sino varios, a veces suficientes para recordar que no somos infinitos. A veces demasiados, que ya ni uno entiende qué más le toca aprender al experimentar las pérdidas.

Duelos evolutivos, de los que nadie se salva. Duelos que no se ven, pero se sienten al sufrir un abandono temprano. Duelos de los que ya uno ni se acuerda pero que el cuerpo no olvida. Duelos aparentemente inofensivos, que se supone que deberían progresar rápidamente. Duelos de muerte, cuyos efectos emocionales son indescriptibles.

Duelos diferentes, más o menos complejos pero siempre desestabilizantes. Cada quien sabrá qué tan importantes han sido. Hasta ahora no ha nacido un juez neutral que pueda dictaminar cuándo un duelo es importante y cuándo no lo es.

Pero sí sabemos que los duelos hacen parte del camino vital y que, queramos o no, necesitan una elaboración. Elaborar los duelos es parte de la experiencia de perder y cuando no se elaboran se quedan atascados e interrumpen la llegada de otras vivencias.

Algunas veces los duelos se elaboran a su ritmo y a su tiempo, pues tenemos los recursos emocionales para resolverlos y no hacen parte de la patología. Un duelo no debería considerarse una enfermedad. Pero otras veces los duelos se complican y esto tiene que ver con muchos factores, desde la  naturaleza de la pérdida hasta la estructura y los rasgos de carácter del doliente.

¿Cómo es un duelo complicado? 

Pensemos en la pérdida de un ser querido. Esa persona ha muerto, posiblemente sin esperarlo. A partir de este momento, empieza a haber una revolución en nuestro sistema cognitivo. Intentamos comprender y no podemos. Intentamos aceptar y tampoco podemos.

Esto es totalmente normal. ¿Cómo vamos a aceptar en cinco minutos que quien nos acompañó durante tanto tiempo ahora ya no está? Hará falta entonces un tiempo en el que sentiremos rabia, tristeza, anhelo… hasta que llegue un momento en que no tengamos más remedio que aceptar la pérdida.

Para esto, hará falta estar presentes en todos esos sentimientos. Por un tiempo, no habrá nada más importante que el proceso del duelo y se aplazarán otras vivencias no urgentes.

Pero la mente también puede jugarnos una trampa, por ejemplo impidiéndonos pensar en la pérdida. Salen las defensas a distraer, a proteger a capa y espada ante cualquier asomo de tristeza o de rabia, salen a rechazar los recuerdos. Esto sucede, por ejemplo:

→ Cuando una persona dice que se siente genial al día siguiente o a la semana después de una pérdida, que se va de fiesta, que se pone a pintar las paredes de la  casa, que muestra indiferencia o poca afectación.

→ Cuando, a pesar de las evidencias, alguien insiste en que la persona desaparecida va a regresar y que pronto se reunirá con ella. También cuando persiste la convicción de que no se ha ido completamente ya que permanece a su lado todo el tiempo, estrechando el mutuo vínculo.

Alguien puede decir que no por esto un duelo se convierte en patológico y tiene razón. Incluso estas percepciones y sentimientos hacen parte de la elaboración natural del duelo.

Pero aunque los procesos tienen su tiempo y su ritmo, hemos de aceptar que la experiencia no es la misma al mes que a los diez años después de una pérdida y que no es lo mismo querer desconectar un poco entregándose a una actividad placentera, que dedicarse a evadir la sensación de vacío y tristeza permanentemente, sin dar cabida a la pena.

Tampoco es lo mismo sentir la presencia y proteger el vínculo mientras lloramos la pérdida y  elaboramos el duelo, que condicionar todas las actividades en función de esa presencia y ese vínculo, expulsando otras relaciones.

El problema de esta perseverancia es que inhibe las respuestas naturales para la elaboración saludable del duelo.

También hay algunos procesos de duelo que nos hacen pensar en dificultades y que no se presentan en experiencias dolorosas con evolución saludable.

Por ejemplo, cuando la rabia no se siente ni se expresa directamente, como sería comprensible que sucediera ante la pérdida. Pero en vez de eso, se orienta hacia otra persona o situación que no tiene nada que ver con el hecho de haber perdido a alguien tan querido. Por ejemplo:

 Cuando alguien pierde a un ser querido por haber contraído una enfermedad contagiosa y se pone como objetivo contagiar a quien pase por su lado.

→ Cuando alguien pierde a un hijo y le resulta insoportable el hecho de  que otra persona sí pueda tenerlo.

Permanecer en estado de profunda depresión, no sólo al principio sino también pasados  meses y años es otra situación que nos preocupa después de la pérdida. Y en otros casos, las respuestas emocionales se encuentran tan bloqueadas que no parecen tener ninguna conexión con la realidad:

→ Cuando la respuesta ante la pérdida parece de absoluta indiferencia. Ni llanto, ni risa, ni dolor, ni alegría. Nada, absolutamente nada.

→ Cuando parece que no hubiera pasado nada y la persona se dedica a sus asuntos como siempre, sin ninguna alteración y se niega a dejar salir el tema venga de donde venga.

A veces nos dejamos llevar por lo que vemos y hacemos juicios equivocados acerca de la evolución de un duelo. Si la persona llora está mal, si ríe está bien. Si se deprime hay que levantarla y si sale a hacer mil actividades al día es que lo está superando. Si llora, grita y desespera es que está expresando sus emociones, si calla y siente profundamente el duelo es que no lo está manifestando.

Cada expresión puede tener o no su punto de realidad. El mismo llanto puede ser una manifestación del dolor o una manera de no vivirlo. Entonces no es suficiente con la expresión si no se toma en cuenta su cualidad, más que su intensidad. Ahí reside la diferencia entre un llanto ansioso, agitado y desesperanzado, que la tristeza y el anhelo combinados con cariñosos recuerdos no dejan de producir placer.

Es posible que los intensos sentimientos alrededor de un duelo intenten ser atajados dada su intensidad. Esto se hace a veces consciente, a veces inconscientemente. El temor a sentirse desbordado y acabar sumido en la locura puede ser una de las causas para no dejarse llevar y, en cambio, intentar mantener un rígido control, hasta que un día la cuerda se rompe de tanto tensarla, cayendo en el momento menos esperado y rompiendo las frágiles piezas de una coraza resquebrajada.

Pero no todo lo causamos dentro de nuestro espacio psíquico. Somos bien complejos pero no tanto como para producir individualmente dinámicas de funcionamiento inadecuadas. Hay situaciones externas que pueden ayudar a que los duelos se compliquen, por ejemplo:

→ Cuando la pérdida de un ser querido es abrupta, súbita o violenta.

→ Cuando no es suficiente con el hecho de la pérdida, sino que a esta se suman conflictos con parientes y otras personas.

→ Cuando se viene de una historia infantil de abandonos y pérdidas no elaboradas.

→ Cuando se ha padecido una educación rígida, encaminada a refrenar los sentimientos y la expresión de las emociones.

La manera de gestionar el carácter, a su vez nos da indicios de la forma de gestionar los duelos que aparecen a lo largo de la vida. Por esto es importante conocer nuestras dinámicas psicológicas y desbloquear las funciones naturales que nos permiten responder a los eventos que sucedan, tanto los felices como los dolorosos.

Recordemos que estamos diseñados para responder a estos eventos de una manera saludable y que siempre podemos recuperar nuestras funciones, en el contacto con nosotros/as mismos/as y con el mundo que nos rodea.

Ultima actualización: 14 Marzo de 2022

Gracias por compartir este artículo

5 comentarios en «Cuando el Duelo se Complica»

  1. con perdón por la repetición – pero siempre quiero llamar la especial atención a un tipo de duelo complicado ( si bien ‘complicado’ puede ser muy subjetivo ) : el DUELO por el SUICIDIO de un ser querido.

  2. Sinceramente me ha ayudado muchisimo este articulo. Sabes que te sigo mucho…pero perdi mi padre y esto es el vivo reflejo de lo que estoy viviendo. Mil gracias !!!!

  3. Tal cual. Así lo he estado haciendo toda mi vida (60).
    Sin querer.
    Y sin saberlo.
    Y ahora que lo sé, lo que más quiero es encontrar luego los cables cortados entre mis tripas, mi corazón y mi cerebro.
    Y conectarlos.Cuál sería la receta?

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