
Todo empezó hace un par de años cuando daba un repaso por Facebook y me sentí profundamente desinformada. Publicidad indeseada, noticias que no buscaba, vidas ajenas que me distraían de lo que consideraba relevante. No es que fuera la primera vez que tomaba consciencia de la situación. Ya había visto algunos documentales acerca de las estrategias basadas en la manipulación en las redes sociales. A mí no me preocupaba demasiado a nivel personal, ya que me sentía con suficiente criterio como para elegir mis opciones, y entrar a Facebook para publicar mis entradas o para conectar con los amigos, me parecía un plan de lo más inofensivo.
Meses después llegó a mis manos un libro que me hizo saltar las alarmas y que he citado en varias ocasiones, pues me impactó de diferentes formas: Los desacuerdos de paz, en el cual Juan Gabriel Vazquez recopila diversos artículos acerca del proceso de las negociaciones de paz con las Farc en Colombia, reflexionando, entre muchos otros aspectos, sobre cómo la polarización —fortalecida por las redes sociales— fue determinante en los resultados de este proceso. Para explicarse, nombra algunas de sus fuentes y dice, por ejemplo:
En los últimos años, una serie de libros han comenzado a iluminar el funcionamiento, los mecanismos y los secretos del negocio millonario de las redes sociales, y a explicarnos a los legos —que, para ciertos efectos, somos casi todos— las razones por las que nuestro mundo político se está yendo a la mierda gracias a nuestra negligencia, o con nuestra complicidad y aun nuestro beneplácito. […] En cierto sentido, la realidad que cada usuario ve a través de sus redes, el conjunto de los hechos que en sus redes pasan por la verdad total, han sido diseñados según sus opiniones. El resultado natural de esta ruptura de la realidad común es el refuerzo del tribalismo, el sectarismo y la intolerancia. — Juan Gabriel Vásquez
Calladito no se queda Juan Gabriel Vásquez y esto es solo un ejemplo, porque desde ese momento empieza a argumentar. Me pasaría el día encomillando lo que él mismo ha dicho, pero esa no es la idea y tampoco es exactamente el tema de hoy en esta entrada. Yo solo quiero contarte cómo fue mi proceso para decidir, por fin, abandonar algunas de las redes sociales.
Para facilitarte la lectura, aquí tienes una lista de los temas, por si te quieres saltar alguno o profundizar en otro:
Tabla de Contenido
Tú haz lo que quieras
Con esta historia no pretendo convencerte de que hagas lo mismo que yo. Somos libres de estar o de no estar y cada quien encontrará su sentido. Pienso que lo más importante, además de la libertad para elegir, es la responsabilidad ante lo que se elige. Yo misma me sentí invadida en tiempos anteriores, cuando alguien se atrevía a cuestionar mi presencia en las redes e incluso al hecho de mantener un blog.
Por lo tanto, rechazo con vehemencia los fastidiosos intentos de conversión a todos los niveles, en modo: «si yo dejé el tabaco, el alcohol, las relaciones tóxicas, las redes… tú también puedes hacerlo». Para ejercer de manipulada o de manipuladora, más fácil hubiera sido quedarme como estaba y no molestarme con este cambio que, por cierto, no resulta nada cómodo.
Además, no me olvido de que sigo aquí, entregada a mi hobbie tecnológico, usando otras redes, navegando por internet y aprovechando sus recursos. Sigo conectada en WhatsApp (si, también de Meta), de vez en cuando me dejo caer por Amazon o por ZARA (por nombrar alguna) y reconozco que varias de mis redes sociales recientemente abandonadas han supuesto, durante años, un excelente vehículo para la difusión de mi trabajo, una oportunidad para el encuentro con mi gente en la distancia y, en muchas ocasiones, momentos refrescantes y divertidos.
Las Fuentes
Entonces, leyendo a Juan Gabriel Vásquez me dejé llevar del hilo y me fui a las fuentes, a esa serie de libros que sugiere el autor para comprender el submundo de las redes sociales y sus efectos en nuestras vidas reales, que es lo que me importa más que nada. Empecé por los tres libros que el mismo autor propone:
💧Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato, de Jaron Lanier.
💧Falso espejo: reflexiones sobre el autoengaño, de Jia Tolentino.
💧La era del capitalismo de la vigilancia, de Shoshana Zuboff.
Las Diez Razones
El primero estuvo, entre la montaña de libros por leer, esperando algunos meses. Me miraba acusador, amenazante. Le tenía pánico porque intuía que me iba a escupir en la cara, al menos diez verdades muy incómodas. Un día me decidí con el ímpetu de quien se dispone a quebrar sus resistencias… y empecé.
No fue tan desagradable como imaginaba. En realidad, mi sensación fue más de consideración con Jaron Lanier, que me daba la impresión de que había escrito este libro (y otros más) basado en un intento de reparación por los perjuicios causados, o algo así. Porque resulta que fue él quien inventó los primeros productos comerciales de la —que él mismo denominó— realidad virtual. O sea que él habla de cómo está la casa por dentro, como cuando alguien sale al mundo a contar los secretos más oscuros e inconfesables de su propia familia.
Jaron tampoco nos obliga, como un padre gruñón, a quitarnos las redes porque a él ahora le parece que así debe ser. Incluso entiende que algunas personas no se lo pueden permitir, por diversos motivos. Pero, en general, aporta ideas como estas:
Aunque nadie fuera de Facebook —y quizá ni siquiera dentro— sabe lo habituales y efectivos que han sido los anuncios oscuros y otros mensajes similares, la forma más generalizada de miopía en internet se debe a que la mayoría de las personas solo consigue sacar tiempo para ver lo que los hilos de contenido les ponen delante algorítimicamente. […] No solo se distorsiona la forma de ver el mundo, sino que somos menos conscientes de cómo lo ven los demás. No podemos acceder a las experiencias de los otros grupos que están siendo manipulados por separado. Sus experiencias nos resultan tan opacas como los algoritmos que generan las nuestras propias. […] Es un acontecimiento histórico. La versión de mundo que vemos es invisible para quienes nos malinterpretan y viceversa. —Jaron Lanier
Pues sí, fue fácil para Lanier animarme a dejar, por ejemplo, Facebook. Y sobre todo me ayudó a bajarle al drama. A comprender que más allá de las redes sociales también hay vida y que, si las dejaba, no iba a desterrarme del mundo para siempre. Y por supuesto, aunque ya lo sabía, fue bonito recordar que yo no era la única que me lo estaba planteando.
Fue fácil… o eso creí durante unos días. «Lo dejaré», me dije… «cuando pueda… cuando termine y presente mi libro… cuando tenga tiempo… cuando analice esto y lo otro… cuando me lea los dos libros que me faltan sobre el tema… además no hay prisa… yo no soy tan vulnerable… yo escribo sobre salud, incluso para que la gente no se enganche con estas cosas»…
Me decía que Lanier, al fin y al cabo, no dice nada nuevo y cansa un poco con su INCORDIO, un término que usa demasiadas veces. Eso sí, lo que cuenta sobre las imágenes de los gatitos que nos echan en Facebook constantemente, las estrategias detrás de estas imágenes y sus efectos en nuestros cerebros, me pareció alucinante. Súper resumido: tanto gato en Facebook haciendo tonterías, dispone al cerebro, sin darnos cuenta, a una mayor disposición a la compra. Pura psicología tipo perro de Pavlov, usada de la forma más barata, pero que nos sale cara.
Y aunque yo no era de comprar productos en Facebook (al menos conscientemente), cuando veía algún gato por ahí me decía: «Ay sí, tengo que salirme de Facebook, que no se me olvide», como cuando llevas tres años diciéndote que tienes que arreglar los cajones de tu oficina, pero hasta la fecha siguen intactos y solo te acuerdas cuando los abres y no encuentras lo que buscas.
Entonces dejaría las redes «cuando pudiera”» Y mientras no pude me llegaron miles de razones para NO borrar mis redes sociales de inmediato y me olvidé del tema, pasando de largo por la mesa-montaña de libros por leer, a no ser que se tratara de algo sobre el trabajo, de una novela de Piedad Bonnett o de un libro de poemas.
El Falso Espejo
Falso espejo: reflexiones sobre el autoengaño, el segundo libro elegido para esta ducha de consciencia, no sucumbió a mi impostada indiferencia y se hizo ver, como quien goza de la suficiente paciencia para ser capaz de esperar a que llegue el momento oportuno. Y me encontró una tarde de domingo, con tiempo y disposición para leer alguna cosa totalmente diferente a la habitual.
Jia Tolentino es una periodista millennial, que en su libro da un repaso a esta loca sociedad, de una forma sencilla y en ocasiones caótica, como ella misma se describe en algún momento. Uno de los capítulos más impactantes, titulado: La historia de una generación en siete estafas, aporta luz acerca del mundo virtual en el que estamos inmersos. Se refiere a personajes de su generación que crearon empresas de la nada, aprovechando la tendencia hacia el interés por el exhibicionismo bajo el manto del «yo lo quiero, yo lo valgo, yo lo tengo», basado en el más puro narcisismo. Ese narcisismo que hoy día se aprecia como una vía infalible hacia los más codiciados logros. El negocio de las redes sociales, por supuesto, no se queda afuera:
A un nivel básico, Facebook, al igual que la mayoría de las redes sociales, desarrolla un doble discurso: propone conexión pero crea aislamiento, promete felicidad pero infunde temor. En la actualidad, la terminología propia de Facebook domina nuestra cultura, lo que ha provocado los cambios estructurales más preocupantes de nuestra era, que salen a la luz acompañados de pequeñas muestras, aisladas y engañosas, de viralidad emocional. […] Más que cualquier otra entidad, Facebook ha solidificado la idea de que existimos bajo la forma de un avatar público de alto rendimiento. Pero Zuckerberg, al centrarse en el hecho de que seríamos capaces de vender nuestra identidad a cambio de llegar a ser visbles, levantó una ola que no ha dejado de crecer. […] Poco después de Facebook llegó YouTube en 2005, Twitter en 2006, Instagram en 2010, Snapchat en 2011. Ahora los niños se vuelven virales en TikTok, acumulan seguidores en Musical.ly, los gamers ganan millones emitiendo sus vidas en directo en Twitch. —Jia Tolentino
Falso espejo me enganchó y, sobre todo, me fascinó el proceso personal de su autora, el cual le llevó a escribir su experiencia y a expresar sus opiniones, cuando más le convenía quedarse quietica y seguir beneficiándose de las ventajas de pertenecer a un entorno social y profesional que le garantizaban éxito y fama, siempre que permaneciera inmersa en el mismo, sin ocurrírsele cuestionarlo como lo hizo en su libro. Tampoco parece que le haya faltado nada después de esto.
Sin embargo, el libro no consiguió que yo me quitara las redes al día siguiente. Incluso me hizo replantear la idea. Aun con su gran interés, está basado casi exclusivamente en los usos de la sociedad norteamericana. Habla del negocio de los abusivos préstamos universitarios a los que tienen que acceder millones de jóvenes para sacarse un título, del absurdo sistema de salud, de la vida en los tiempos (no hace mucho) en que los actuales dueños de empresas gigantes como Facebook, Uber o Amazon –entre otras— jugaban a controlar el mundo y las mentes con un clic, mientras hacían sus deberes y comían sus cereales, antes de salir para la «uni».
Pero también habla de la conocida y muy eficaz estrategia electoral de Trump, copiada y pegada por muchos otros, a punta de manipular por redes y contagiar a todo el mundo de bulos y otras formas de desinformación. Habla, entonces, en clave americana, de la naturalización del abuso en sus diferentes versiones, que llega a tocar las vidas de personas de todas las edades y en todos los países, porque no solo se cuecen habas en Estados Unidos.
La Era del Capitalismo… te lo debo
«Sí… algún día dejo Instagram, X y Facebook… pronto será», me decía, pero no acababa de hacerlo. «Seguro que cuando me lea el tercer libro, no habrá vuelta atrás».
A ese tercer libro le tenía más respeto todavía, no porque lo previera más o menos contundente, sino porque tiene novecientas páginas con letra pequeñita y su portada dice lo que tiene que decir, sin bonitos colores ni diseños modernos más allá del puro minimalismo: La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder.
Aún no lo he leído. Se han cruzado otros también indispensables: Cuentos, de María Montero-Ríos, Crecer libres, vivir felices, de Inma Serrano, novedades que atraparon mi atención y que me parecieron más urgentes, y la publicación de mi libro Hablamos de personas. Fragmentos de una vida migratoria.
O sea que se cruzó la realidad presente, próxima y palpable. Sé que leeré este tercer libro y seguramente te contaré mis impresiones en una futura entrada del blog.
La Fábrica del Terror
No he leído el tercer libro pero tampoco me olvidé del tema. Un día encontré un documental de Salvados, la primera parte de un programa llamado «La Fábrica del Terror», en el que Arturo Béjar, ex directivo de Facebook e Instagram, contó cómo esta plataforma ignoró los daños que causaba a sus usuarios y cómo obligó a Mark Zuckerberg —tras denunciar el lado oscuro de Meta—, a pedir disculpas públicas en el Senado de Estados Unidos. Esto fue en 2021, cuando una macrodemanda señalaba a Zuckerberg como el mayor responsable por daño a menores en el mundo.
Arturo Béjar fue director de ingeniería de Facebook durante seis años, en un equipo llamado Protect & Care, que se ocupaba de la integridad de la red, es decir de la seguridad en general, y en particular de detectar y detener comportamientos maliciosos, de la atención técnica al usuario, de la supervisión de herramientas de seguridad infantil y del desarrollo de herramientas de comunicación para garantizar una experiencia segura en la red. Llegó a lo más alto en Silicon Valley mediante esta interesante labor de protección frente al acoso sexual, al bullying o a delitos de odio, hasta que dejó su trabajo en 2015, motivado por el deseo de cuidar mejor de su vida personal. Ya habiendo puesto las bases para una navegación segura en la red, se fue con la tranquilidad del trabajo cumplido.
Cuatro años más tarde regresó, ya que su hija de catorce años le avisó de que algo no iba bien en cuanto a seguridad en las redes sociales, pues un desconocido, usuario de Instagram, le había contactado con intenciones de acercamiento sexual. También le contó que prácticamente todas sus amigas habían recibido invitaciones similares, por parte de otros menores y, en ocasiones, de adultos. Trataron de reportarlo usando una herramienta que el mismo Béjar había creado, pero no funcionó porque no había herramienta disponible. Ni esa ni otras.
Entonces Arturo Béjar volvió al trabajo y asumió una labor como asesor del equipo de bienestar de Instagram, que priorizaba la salud mental de los usuarios más jóvenes. Y fue allí donde se dio cuenta de que todo su trabajo anterior había desaparecido, que ninguno de los nuevos trabajadores lo conocía y que la propia Meta mostraba a la prensa y a los inspectores datos que no tenían ninguna relación con los que él había descubierto en los años anteriores.
En fin, el cuento es largo y muy intenso. Vale la pena ver la entrevista completa. Yo, por esos días ya estaba planteándome un cronograma de salida, especialmente de Facebook, ya que esta red ha supuesto un fuerte pilar para la difusión de mi web desde 2012 y está llena de seguidores y seguidoras de mi página, quienes merecen al menos una explicación. Así que la cosa no es tan sencilla como que ayer sí quería estar en Facebook y hoy no quiero porque me leí dos libros y luego me vi un documental.
La Puerta de Salida
Dejar X (antes Twitter) fue de lo más fácil. Tan poca vinculación tenía con esta red y tanto me tiran para atrás sus políticas asociadas, que salir de ahí fue más una fiesta que un esfuerzo. Dejar Instagram tampoco me supuso grandes dificultades porque, aunque lo intentaba de vez en cuando, nunca me sentí especialmente cómoda en su sitio.
Por el contrario, dejar Facebook ha sido mucho más difícil. Tenía el hábito de publicar diariamente los recuerdos de entradas en mi blog. Había una continuidad en la comunicación con quienes seguían mi página. Servía como puente de conexión con amigas, amigos y colegas, a quienes cada vez veo menos dada la facilidad de la (pseudo)comunicación online. Facebook me va a hacer falta. Extrañaré la parte que me hacía sentir conectada, pero también disfrutaré de la que me hace sentir liberada.
Entonces no ha sido fácil dejar Facebook, pero el mismísimo Meta me está haciendo el favor de darme la patada hacia la puerta de salida, con su (cada vez más) indiferencia hacia la diversidad, la equidad, la inclusión y, sobre todo, la privacidad. Me irrita pensar en que ese millón de dólares que aportó al fondo inaugural de la campaña de Trump el pasado diciembre —incluida la de la criminalización de inmigrantes en situación irregular—, salieron, en parte, de mi bolsillo y seguro que ya no estaré cuando cumpla su plan de sustituir los verificadores de datos de terceros por notas de la comunidad, al más puro estilo Elon Musk y, menos aún, cuando haga realidad su grandiosa idea de despedir a buena parte de su plantilla, para sustituirla por Inteligencia Artificial.
Entonces sí, yo también me voy de Facebook, como muchos usuarios lo han hecho en los últimos tiempos. No es un drama. Me voy como me fui de Instagram y de X. Nadie me acosó, nadie me agredió, nadie me obligó. Es una decisión libre y personal, tanto como la de quienes prefieren quedarse allí.
¿Y Ahora Qué?
Por supuesto que seguiremos. Escribir hace parte de mi día a día, es una pasión imprescindible y hay mucho por contar. Sé que para ti, que has tenido la generosidad de llegar hasta aquí en este largo escrito, leer las entradas de mi blog resulta interesante y, en ocasiones, inspirador. Para mí es vital tu presencia y tus aportes, y nos seguiremos viendo en otras redes que he decidido mantener.
Claro que seguiremos. Como sabrás, desde hace tiempo publico mis entradas sin adherirme a un calendario y así seguirá siendo. Tampoco me guío por un número de palabras determinado por entrada ni por los últimos mandatos del posicionamiento. Sí te llegarán notificaciones de nuevas publicaciones a tu dirección de correo electrónico si te suscribes aquí o, si lo prefieres, puedes acceder a todas ellas por tu propia voluntad. Y por supuesto, tienes todo el derecho de olvidarme y dejar de recibir cualquiera de las notificaciones a las que te hayas apuntado en el pasado.
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2 comentarios en «Dejar las Redes Sociales. Una Decisión Personal»
Estimada María Clara, estupendo artículo, cómo de costumbre .
Planteas una decisión posible , mostrando una forma fidedigna para tomarla : con fuentes fidedignas de referencia , y con un proceso de reflexión .
Conozco otros colegas y amigos que han tomado esta misma decisión, que comprendo y respeto.
En mi caso voy a seguir en redes asumiendo contradicciones ,para mantener presencia , observación e intercambio de información desde las entrañas del monstruo , del que todxs formamos parte . Abrazos solidarios
Muchas gracias Xavier por tu comentario, como siempre esclarecedor. Las entrañas del monstruo son gigantes y, cómo tú dices, hacemos todos y todas parte de él. Seguiremos aportando, compartiendo y poniendo lo mejor de nosotros en todos los demás espacios disponibles, en los que deseemos permanecer. Abrazos!!